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Carrero Blanco jura ante Franco el cargo de presidente del Gobierno, en junio de 1973. Archivo Municipal

El cronista

Valladolid el día que mataron a Carrero Blanco: cólera, miedo y expectación

El atentado de ETA contra el presidente del gobierno, ocurrido el 20 de diciembre de 1973, sacó a la calle a miles de franquistas indignados mientras cundía el temor entre la oposición democrática

Sábado, 16 de diciembre 2023, 00:07

«Ese día estábamos reunidos con gente en el barrio Belén. Entonces me llamaron por teléfono para decirme que habían matado a Carrero. Salimos disparados por si venían a buscarnos». Manuel González López, más conocido en los ambientes policiales como «Manolo ojos», era cura jesuita en la iglesia de Nuestra Señora del Pilar el día en que la banda terrorista ETA asesinó al presidente del gobierno, el almirante Luis Carrero Blanco. González, que una vez restaurada la democracia llegaría a ser teniente de alcalde en el Ayuntamiento presidido por el socialista Tomás Rodríguez Bolaños, llevaba tiempo fichado por la policía por dar cobijo en la parroquia a militantes de la oposición al Franquismo y diversos colectivos en huelga (estudiantes, obreros…). Aquel 20 de diciembre de 1973, hace ahora 50 años, sintió temor por lo que podía suceder. Y como él, muchos otros activistas contra la dictadura, mientras miles de franquistas convencidos manifestaban su cólera por las calles.

Y es que aquel asesinato trastocó los planes de continuidad del Régimen. «El presidente del Gobierno, el almirante don Luis Carrero Blanco, ha fallecido a primeras horas de esta mañana, al verse gravemente afectado el automóvil en que viajaba por una tremenda explosión. El atentado sobrevino hacia las nueve y media de la mañana, cuando el almirante Carrero Blanco salía de misa de la iglesia de San Francisco de Borja, de los Padres Jesuitas, para integrarse a su despacho de la Presidencia del Gobierno. El lugar exacto de la explosión fue a la altura del número 104 de la calle Claudio Coello, casi esquina a la calle Maldonado, en la fachada posterior de la mencionada iglesia», informaba El Norte de Castilla.

Estado en el que quedó el coche de Carrero Blanco tras el atentado. AMVA

La 'Operación Ogro', como así se denominó el atentado, la planificó ETA con sumo detalle: días antes, el comando Txikia, formado por Jesús Zugarramurdi (Kiskur), José Miguel Beñarán (Argala), Javier Larreategi (Atxulo), Iñaki Múgica (Ezkerra), y Pedro Ignacio Pérez (Wilson), había alquilado el sótano [del número 104 de la calle Claudio Coello para hacerlo pasar como taller de escultura: era la forma de justificar el ruido que hacían al excavar el túnel bajo la carretera por donde circulaba a diario el coche oficial de Carrero, que antes de acudir a su despacho asistía puntual a la misa de la iglesia de San Francisco de Borja. Los etarras depositaron bajo el pavimento una potente carga, que hicieron explotar mediante un dispositivo exterior. El impacto fue terrible. El automóvil, un 'Dodge Dart' negro, con un peso superior a 2.300 kilos, fue proyectado hacia arriba, hasta una altura de veinte metros, dio la vuelta y cayó en el patio interior. Fallecieron también el inspector de Policía, Juan Antonio Bueno Fernández, y el conductor, José Luis Pérez Mogena.

El atentado coincidió con el inicio del juicio contra diez militantes de Comisiones Obreras, el famoso 'Proceso 1001', como recuerda el vallisoletano Manuel Conde del Río: «Ese día yo estaba en las Salesas, pues como abogado tenía que asistir el juicio del '1001' con Emilio Salcedo, que era testigo favorable a uno de los detenidos, Luis Fernández Costilla. También nos acompañaba José Luis Barrigón. Estábamos haciendo cola cuando, de pronto, aparece un general de la Guardia Civil y nos dice que el juicio se suspende. Vivimos la noticia con preocupación, con tensión, sobre todo por lo que podía ocurrir con los acusados del '1001'. Volvimos a Valladolid en coche, por la noche, y, curiosamente, no encontramos un solo control en la carretera». De la manera más cruel posible, ETA había impedido la continuidad del franquismo sin Franco, pues Carrero era la persona que mayor influencia política ejercía sobre el Jefe del Estado y al que los sectores inmovilistas consideraban el más adecuado para dar continuidad a la dictadura. De hecho, el dictador, al conocer la noticia, exclamó: «Me han cortado el último lazo que me unía al mundo».

Recreación del atentado contra Carrero Blanco. AMVA

José Estévez Méndez, gobernador civil de Valladolid en aquel momento, recibió el telegrama del Ministerio a las 13:10 horas. Además de informarle sobre lo ocurrido, le ordenaba «alertar a las fuerzas de orden público» y utilizarlas de manera inflexible para asegurar la calma. Una hora después, Estévez escribía al director general de Política Interior informándole de haber tomado todas las medidas de alerta, incluida la vigilancia de las emisoras de radio. Poco antes había sido detenido José María Calleja, futuro periodista que en aquel momento era un joven universitario afín al PCE, por repartir propaganda a favor de los encausados en el 'Proceso 1001'.

Otros activistas de la oposición recibieron la noticia con temor e incertidumbre: «Mi primera reacción fue de incredulidad», recuerda la ex senadora socialista Cristina Agudo, que entonces actuaba con los colectivos católicos más progresistas: «Vino a casa Roberto Fernández de la Reguera, que más adelante militaría en UCD, y me lo contó. Los que estábamos en la pelea reivindicativa sentimos sorpresa e incertidumbre, pensábamos que aquello se iba a complicar. También pensamos que podía suponer un cambio brutal». Fernández de la Reguera, vinculado en ese momento a la democracia cristiana, fue después a buscar a Juan Colino, futuro secretario provincial del PSOE con quien compartía un despacho laboralista en la calle Felipe II: «Roberto vino a buscarme al trabajo, en la delegación provincial de Agricultura, y nos fuimos a la cafetería Padova, en Fuente Dorada. Charlamos sobre el tema y compartimos nuestra confusión. La sensación que teníamos era de expectación», recuerda Colino.

Todo cerrado

Aquel día, cientos de personas se dirigieron a los diarios y emisoras locales para informarse, incluida la pizarra de El Norte de Castilla en la calle Duque de la Victoria. Se decretaron tres días de luto. A las siete menos cuarto de la tarde fueron suspendidos todos los espectáculos, la programación radiofónica fue sustituida por música clásica y por noticias de Radio Nacional de España, cerró también la Universidad, se paralizaron las obras de reforma del Museo Nacional de Escultura y todos los actos programados por diferentes instituciones y organismos se aplazaron. Algunos activistas de la oposición experimentaron sentimientos encontrados: «Había miedo, claro, pero también observé una especie de alivio porque desaparecía una figura que para muchos era como un fantasma», señala González López.

Muy distinta fue la reacción de los partidarios de Franco. Si el mismo 20 de diciembre miles de vallisoletanos plasmaron su firma en los pliegos colocados a la entrada del Ayuntamiento para mostrar su repulsa al atentado, al día siguiente, más de 10.000 personas abarrotaron la Catedral y los accesos para asistir al funeral por Carrero Blanco, oficiado por el asesor religioso de la Organización Sindical, Eduardo Sánchez. Éste exaltó «las virtudes de Carrero: humildad, modestia, lealtad a Franco», y comparó a ETA con el diablo: «Fue una acción subterránea, y Satán es el rey de los avernos; planeada sin nervios, y el demonio no los tiene». Acto seguido, una multitudinaria manifestación, repleta de pancartas y de banderas falangistas y de España, se dirigió hasta la Capitanía General cantando el «Cara al Sol» y «Yo tenía un camarada», y gritando «¡Viva Franco!», «¡Viva el Ejército!», «¡Fuera los traidores!» y «¡Mueran los asesinos!».

Ya en el patio de Capitanía, Estévez Méndez elogió de viva voz al finado, al que calificó como «humilde, serio, leal (…), director insustituible y subordinado ejemplar», y el capitán general, Pedro Merry Gordon, apuntilló: «Vencimos en una guerra digna, pero el enemigo no está conforme y se ha convertido en una rata de alcantarilla (…)», mientras reafirmaba la «unidad pétrea trascendida por el espíritu del 18 de Julio».

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