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Los periódicos de tirada nacional le dedicaron reportajes elogiosos en 1909, 1911, 1915, 1918 y 1920. Y en todos ellos, el lema era el mismo: la fábrica de calzado más potente y moderna de España estaba en Valladolid; concretamente, en el número 9 de la Acera de Recoletos, llamada entonces Avenida de Alfonso XIII. Su precursor, Dionisio Baroja Romeo, calificado en más de una ocasión como «artista del calzado», no solo ha pasado a la historia como uno de los industriales más importantes de la ciudad, sino que también hizo carrera en política y se involucró en el tejido asociativo político, lúdico y profesional.
Logroñés de Ausejo, donde nació en 1855, Baroja no tuvo una infancia cómoda, como acredita la decisión oficial de eximirle del servicio militar por la condición social de su progenitor, Vicente Baroja, pobre y sin ocupación. Era 1875. Nueve años después, sin embargo, tomó una decisión que le cambiaría la vida: abrir en Valladolid un taller de fabricación de calzado. Comenzó en el número 5 de la calle Alfareros, hoy Claudio Moyano. La buena marcha del negocio le obligó a ampliarlo y «moverlo con fuerza de vapor», por lo que en 1892 decidió trasladarlo al número 2 de la Acera de Recoletos, ubicación definitiva que combinó con su tienda de la calle de Santiago.
La fábrica de Baroja se convirtió, de hecho, en un potente negoció gracias a la adquisición de moderna maquinaria, mucha de ella traída del extranjero, y llegó a emplear a 200 trabajadores. Un reportaje publicado en 1909 daba cuenta, por ejemplo, de la «rapidez y perfección, verdaderamente notables, de las diversas operaciones que, valiéndose de máquinas modernísimas, se realizan en este importante centro de fabricación de calzado».
Se trataba de máquinas para «igualar, cilindrar y cortar pisos con escalas matemáticas, para el montado, cosido, clavado y asentado, y para desvirar y lijar tacones», entre otras operaciones. Aunque era especialista en calzado de lujo, Baroja vendía también calzado corriente y, en ambos casos, a precios asequibles. Algunos modelos destacados eran, por ejemplo, «la elegante obra Luis XV para señora», el zapato «de sistema americano de piel de Rusia con piso doble», el «elegantísimo de una pieza de charol color marrón», y los «brodequines de piel y piso impermeable, especiales contra los catarros y el reúma». El precio oscilaba entre las 19 y las 30 pesetas.
A la altura de 1920, la fábrica de Baroja poseía ya 52 máquinas, algunas tan curiosas como un pequeño artilugio «dedicado exclusivamente a hacer los ojales del calzado de cartera», que en un solo minuto realizaba «un trabajo equivalente al que puede producir un operario extremadamente hábil en dos horas». La producción era muy notable para la época: entre 800 y 1.000 pares de calzado al día, cantidad insuficiente, sin embargo, para satisfacer toda la demanda de unos talleres que abastecían fundamentalmente a Madrid y a todas las provincias castellanas. De ahí que, a decir de la prensa nacional, la fábrica de Baroja fuera «la más importante y adelantada de su clase en España».
Pero la implicación del industrial en la vida vallisoletana no se limitó a fabricar y vender zapatos. Miembro del Círculo Mercantil y de la Cámara de Comercio, donde ejerció puestos de responsabilidad, impulsó y presidió en 1908 la Federación Gremial e hizo otro tanto, en 1912, con la Sociedad de Zapateros. Incluso tuvo tiempo de dedicarse a la política municipal, en cuyo desempeño experimentó un curioso viraje ideológico. Republicano en un primer momento, como tal figuró en la lista de concejales elegidos en 1909. Más adelante, sin embargo, cambió radicalmente de bando, hasta el extremo de afiliarse a la Unión Patriótica Castellana, formación oficial de la Dictadura de Primo de Rivera, a cuyo advenimiento contribuyó como teniente alcalde y, en alguna ocasión, alcalde accidental. Dimitió por motivos de salud en 1926.
Viudo desde 1915 de Saturia Prieto Aránsolo, con la que tuvo cuatro hijas (Fermina, Luisa, María y Gregoria), ese mismo año de 1926 decidió traspasar el negocio por no poder atenderlo. Como ha escrito Joaquín Díaz, sus siguientes dueños fueron su yerno, Gregorio Hernández, y Manuel Villalonga. Baroja falleció en esta ciudad el 29 de enero de 1942, con 87 años. Antes de eso, en 1935, su hija Goya había decidido continuar su senda abriendo un nuevo negocio de zapatería en el número 4 de la Calle de Santiago.
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