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El dictador Primo de Rivera, en el momento de pasar revista a las tropas en la Academia de Caballeria de Vallaodlid en 1925. Archivo Municipal de Valladolid
Valladolid adopta al dictador

Valladolid adopta al dictador

Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·

El homenaje de la ciudad a Miguel Primo de Rivera, en octubre de 1925, se convirtió en un alegato contra la «vieja política» y anunció la formación de un nuevo gobierno

Martes, 9 de junio 2020, 17:16

Era inevitable y figuraba en el guion no escrito de aquel domingo, 25 de octubre de 1925: el homenaje de Valladolid al dictador Miguel Primo de Rivera habría de convertirse en un alegato contra la «vieja política» de la Restauración canovista, tildada por el propio general de detestable y caciquil. En ello fundaba el homenajeado la legitimidad del golpe de Estado que dos años antes había cambiado el rumbo del país, y que ahora pretendía «normalizar» mediante el establecimiento de un Directorio Civil liderado por hombres ajenos, precisamente, al sistema político defenestrado.

Llegaba Primo de Rivera a la ciudad del Pisuerga para recibir el nombramiento de Hijo Adoptivo conforme lo acordado en la sesión municipal del 17 de febrero de 1925. El alcalde, Vicente Moliner, precisó los méritos del ex capitán general de Barcelona para recibir tamaña distinción: «Con su venida al Poder, se acabó el malestar reinante en la nación», aseguraba, al tiempo que la promulgación de un nuevo estatuto municipal reconocía «la independencia» de las Corporaciones y «bajo su dirección se ha escrito una gloriosa página en África», añadía Moliner en alusión al exitoso «desembarco de Alhucemas», que supuso un importante éxito del Ejército español en Marruecos.

El acto se celebró después de que el dictador hubiese pasado revista a la Compañía de Isabel II junto al subsecretario de Guerra, duque de Tetuán, y al infante Don Fernando, y una vez agasajado a su paso por la Avenida de Alfonso XIII (hoy Acera de Recoletos) con vítores de la multitud y un imponente arco de triunfo construido bajo la dirección del arquitecto municipal, Jacobo Romero.

Miguel Primo de Rivera, en el interior de la Academia de Caballería. Archivo Municipal

La presencia en el Ayuntamiento de ediles procedentes de otras provincias castellanas animó a Moliner a hablar en nombre de una región que, «no obstante hallarse siempre a ofrendar en aras de la Patria los mayores sacrificios, no pide nada, siendo por ello más digna de que en las alturas no se olviden de ella».

El título de Hijo Adoptivo de Valladolid le supo a gloria al dictador, pues se trataba, según sus propias palabras, del galardón más preciado «después del que me acaba de conceder Su Majestad con la Cruz de San Fernando». Especialmente emotivo resultó el acto de jura del estandarte por los alumnos de la Academia de Caballería, verificado a continuación, pues entre los nuevos incorporados se encontraba su hijo Fernando, «que lleva el nombre de un hermano, que todos reconocieron como ilustre caudillo», explicó.

A partir de ahí se sucedieron los discursos dirigidos a legitimar el golpe de Estado y atacar, desde luego, a la «vieja política» de los hombres de la Restauración. El primero tuvo lugar en la misma Academia, tras un almuerzo amenizado por la banda de Isabel II y una vez que el coronel José Álvarez de Sotomayor hubo elogiado convenientemente al dictador. En su respuesta, Primo de Rivera aseguró que «desde el 13 de septiembre se ha operado en España una revolución más honda de lo que parece, que ha sido vista con satisfacción», y anunció la vuelta a la «normalidad» cuando «estemos convencidos de que se hace justicia al Ejército y tengamos la seguridad de que no pondrán mano en el Gobierno aquellos que sembraban discordias y hasta la indisciplina en el Ejército».

Mucho más trascendente por su significación histórica, pero también por el protagonismo de Valladolid en la configuración política del nuevo régimen, fue el vino de honor ofrecido a Primo de Rivera en el Teatro Calderón.Lo organizaba la Unión Patriótica Castellana con la pretensión de reforzar, precisamente, la legitimidad de origen de la dictadura.

Y es que la UPC, creada en la ciudad del Pisuerga a finales de 1923 conforme los dictados ideológicos del catolicismo social, expresados por el periódico «El Debate» y su líder, Ángel Herrera Oria, promotor a su vez de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, había sido el germen del partido único primorriverista, la Unión Patriótica.

Su pretensión no era otra que impulsar una «revolución desde arriba» a partir de la movilización de masas y configurar un partido político que, dotado de un programa conservador, fuese capaz de conquistar el poder después de que la dictadura militar diera paso a una normalización constitucional. Primo de Rivera acogió con agrado la idea y se sirvió de la puesta en marcha de la UPC en Valladolid para asumirla como formación oficial del nuevo régimen.

La bautizó como «antipartido» en referencia a su carácter frontalmente contrario al proceder de las formaciones políticas de la Restauración y la configuró como cantera de políticos no «contaminados» por el caciquismo y las «corruptelas». De hecho, el primer mitin de la Unión Patriótica de Valladolid, celebrado en enero de 1924, hizo un llamamiento a «los hombres nuevos y abnegados para que sustituyan con su pureza, su generosidad y sus virtudes cívicas las corruptelas de la vieja política».

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Fiel a ese eslogan fundacional, el discurso de Eduardo Callejo, líder del partido en la ciudad, retomó los ataques a «la vieja política, causante de todos los males y refugio de todos los egoísmos», y la contrapuso a la Unión Patriótica, «formada por hombres modestos, abnegados, limpios de apetitos, que no piensan en sí mismos ni quieren más que sacrificarse por el bien del país».

El dictador remachó el mensaje del presidente vallisoletano anunciando que «en un día no muy lejano» pondría la gobernación del Estado en manos de la Unión Patriótica, para lo cual escogería a «nueve o diez hombres que no hayan gobernado nunca, pero que tendrán ese arte (...), ese reconocimiento de la realidad; no necesitamos talentos, sino caracteres».

En efecto: en poco más de un mes, Primo de Rivera nombraba un nuevo gobierno compuesto por hombres que no pertenecían a la carrera militar, en un claro intento de normalizar el régimen. Entre los escogidos en ese Directorio Civil figuraba el citado presidente de la Unión Patriótica de Valladolid, Eduardo Callejo, que hasta 1930 ostentará la cartera de Instrucción Pública.

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