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La trágica muerte del general Mola, 'director' de la sublevación

La noticia del accidente mortal, ocurrido hace 85 años, impactó en Valladolid, en cuyo Ayuntamiento estableció su Cuartel General

Martes, 14 de junio 2022, 00:12

«Dicen de Burgos que esta mañana, a las diez, se recibió en el Estado Mayor la noticia telefónica de que salía de Vitoria, para Burgos, el avión del general Mola. Cuando se les esperaba, a las diez y cuarenta y cinco, se recibió un aviso del pueblo de Castil de Peones de que un aparato había caído a unos tres o cuatro kilómetros del mismo, e inmediatamente salieron en su busca una ambulancia y varios automóviles».

Ocurrió hace 85 años y, para muchos especialistas, cambió el rumbo de la Guerra Civil. La muerte en un accidente de aviación del general Emilio Mola Vidal, el 3 de junio de 1937, era en realidad la muerte del autoproclamado «director» del levantamiento militar contra la República, que había provocado la contienda. El suceso impactó sobremanera en Valladolid por un doble motivo: porque la intención de Mola era dirigirse ese mismo día a la ciudad del Pisuerga para inspeccionar desde ahí el frente segoviano, y, sobre todo, porque Valladolid había sido su Cuartel General en los primeros meses de la guerra.

En efecto, ya el 25 de julio de 1936, Mola había puesto en marcha la Junta de Defensa Nacional como organismo «que asume todos los poderes del Estado y representa legítimamente al país ante las potencias extranjeras». Como jefe del Ejército del Norte, decidió buscar una sede para su Cuartel General que diese la impresión de equidistancia respecto de los frentes que dependían de él. Escogió entonces Valladolid, que había caído enseguida en poder de los sublevados, donde llegó el 20 de agosto de 1936.

En plena vorágine represiva, los edificios oficiales y religiosos trataban de satisfacer las necesidades de la retaguardia mientras las nuevas autoridades eran impelidas a buscar alternativas para cobijar las instituciones que iba desgranando el organigrama del Nuevo Estado. Para ubicar su despacho visitaron Correos, la Academia de Caballería y algunos edificios religiosos para, finalmente, decantarse por el Ayuntamiento, concretamente los amplios salones de la primera planta. El mismo Mola y sus ayudantes residían en el Hotel Imperial. De este modo, Valladolid se convirtió, al menos durante dos meses, en el centro de operaciones del ejército sublevado del Norte.

Se trataba, como ha escrito Jesús María Palomares, de un cuartel improvisado, con secretaría y gabinete de prensa, cuyos muebles habían sido proporcionados por la Cámara Oficial de Comercio. Según José María Iribarren, que entonces era secretario del general, a Mola no le agradaron ni los «floripondios» de las salas edilicias ni el exceso de columnas, y consideraba «detestables» las pinturas del techo. Pero las autoridades locales, civiles y religiosas, no desaprovecharon su estancia en la ciudad para dar más brillantez a los actos organizados para fortalecer la moral de los combatientes y reforzar la propaganda del bando sublevado.

Mola no solo contempló el desfile de los requetés que llegaron de Navarra para escoltar su Cuartel, el 25 de agosto de 1936, sino que participó en la función religiosa celebrada en la catedral «en desagravio por el sacrílego atropello contra el monumento del Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles», celebrada el día siguiente, y acompañó al arzobispo Remigio Gandásegui en el traslado de la imagen de la Virgen de San Lorenzo desde su iglesia hasta la seo, el 12 de septiembre, para rogar por el triunfo «de nuestro Ejército Nacional sobre los enemigos de la Patria». El periodista Manuel G. Domingo, que lo visitó en su despacho, lo describió «atentamente inclinado sobre una mesa llena de planos. De cuando en vez cruza a vivas zancadas la estancia para coger un libro o consultar un texto».

Imagen principal - La trágica muerte del general Mola, 'director' de la sublevación
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15 días después hizo otro tanto en la manifestación organizada en la ciudad en honor de los «heroicos combatientes» que tomaron el Alcázar de Toledo, arengando a las masas desde el balcón del Ayuntamiento al señalar que «el general Franco, mi entrañable compañero, me ha comunicado hace una hora que sus fuerzas han entrado definitivamente en Toledo». Aunque en sus instrucciones Mola insistió en utilizar el terror contra el adversario, cuando Gil Robles lo visitó en su despacho, el 28 de agosto de 1936, lo encontró desmoralizado y aparentemente arrepentido, pues, con la cabeza entre las manos, le confesó: «¡En buena nos hemos metido! Daría algo bueno porque esta guerra acabara a fines de año y se liquidara con cien mil muertos».

A finales de octubre de 1936, la preparación de los ataques a Vizcaya le obligó a trasladar el Cuartel General a Vitoria. Cuentan que, haciendo gala de ese talante suyo tan tosco y poco afable, pocos días antes de salir de Valladolid impartió una conferencia enorgulleciéndose de haber dado, con la sublevación militar, «un papirotazo a ese castillo en el aire que habían levantado los intelectuales estúpidos de la cacharrería del Ateneo».

La noticia de su muerte, publicada por este periódico al día siguiente, ya señalaba que «la causa de esta inmensa desgracia ha podido ser que el avión, desorientado por la niebla y con el motor parado, pasó la primera vez por Castil de Peones, y al ver que encontraba más niebla por las alturas, descendió y tropezó con el monte e hizo explosión el motor». El lugar exacto del accidente fue el puerto de La Brújula, en el término burgalés de Alcocero. «Los cadáveres recogidos eran cinco: el del general Mola; su ayudante, teniente coronel Pozas; comandante de Estado Mayor, Senac; el aviador, señor Chamorro, y el sargento mecánico, Barredo», informaba El Norte. El de Mola pudo ser reconocido gracias a la máquina fotográfica marca Leica que siempre llevaba consigo.

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