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Hace unos días, Valladolid se despertaba con la noticia de un misterioso hallazgo: después de más de veinte años, un Seat modelo 124 salía del fondo del río Pisuerga. Todavía se especula con las causas previsibles de tamaño suceso, sobre todo tras saber que llevaba el maletero repleto de piedras. De hecho, según las informaciones de la Guardia Civil, no es improbable que el vehículo fuera utilizado para un robo y que, una vez cometido, terminara arrojado a las aguas del río vallisoletano.
No es la primera vez, ni mucho menos, que la ciudad acontece a un suceso de este estilo. De hecho, la historia reciente de Valladolid arroja ejemplos aún más trágicos. Como el ocurrido a las diez de la noche del 25 de enero de 1963, cuando otro vehículo, también de la marca Seat, se precipitaba sin remisión al Pisuerga. Lo más curioso del caso es que, según testigos del momento, el coche transitaba a una velocidad más que prudente. Había dejado a la izquierda el Paseo de las Moreras y se disponía a enfilar la carretera de Adanero-Gijón cuando, de pronto, hizo una extraña maniobra. El conductor no pudo controlar la dirección y el Seat, modelo 1400, terminó cayendo por el Puente Mayor.
La policía de tráfico y las secciones primera y segunda del Servicio de Bomberos se personaron a los pocos minutos. Les acompañaba el juez de instrucción de guardia, Rafael Gómez Escolar. Con no menos eficacia actuaron «desde unas barcas Guillermo y Juan, hermanos 'Catarro', y Jesús San José, a pesar de la fría temperatura reinante», informaba al día siguiente El Norte de Castilla. De hecho, fueron ellos quienes localizaron el vehículo. Después de varias horas, y tras un rescate más que complicado (en una ocasión llegó a romperse la cuerda que trataba de sacar el coche), se supo casi todo.
Lo más inmediato, que el accidente se había cobrado una víctima mortal y que su nombre era bien conocido en la ciudad. Se trataba de Clemente Rueda Altable, industrial de Medina de Rioseco pero con residencia en Valladolid, «y persona muy conocida y prestigiosa en nuestra ciudad», señalaba este periódico. Los presentes no tardaron en barajar las posibles causas de la caída: se habló de una maniobra precipitada del conductor para no atropellar a un ciclista o a un peatón, pero también de la posible rotura de la dirección. Lo que muchos no se esperaban es lo que se supo poco después: según testigos presenciales, «al caer el vehículo al agua pudo verse un cuerpo agitarse levemente durante un espacio muy breve de tiempo y desaparecer inmediatamente arrastrado por la corriente, que en aquel momento era bastante fuerte (...). Lo probable y casi cierto es que aún existe otro cuerpo en el Pisuerga», sentenciaba El Norte. De hecho, en el interior del coche se encontraron dos gabardinas.
Meses después, concretamente a principios de marzo, el pescador Francisco José Valentín observaba algo extraño desde su barca, mientras trasladaba a unos obreros muy cerca del puente romano de Simancas. Se trataba del cuerpo sin vida de José Antonio López López, vecino de Medina de Rioseco y acompañante de Rueda en aquel trágico accidente del 25 de enero de 1963. Es más, la ciudad aún no se había recuperado del todo de la noticia cuando, a la altura del barrio de la Victoria, un nuevo suceso en el Pisuerga hacía saltar todas las alarmas. Esta vez fue en agosto y tuvo como desdichado protagonista al conductor de un camión de diez toneladas, quien, al tratar de salir de la carretera, no pudo sostener el vehículo: «Tomó la dirección marcha atrás y no pudo evitar que fuese a parar al río», hundiéndose aparatosamente. Afortunadamente, en esta ocasión el conductor pudo salvar la vida al salir precipitadamente de la cabina. Hasta las cuatro de la tarde no fue posible sacar el camión del río. Como nota curiosa, en aquel momento los presentes descubrieron que la cabina estaba llena de cangrejos.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Leticia Aróstegui, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández y Mikel Labastida
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