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La Plaza de Toros de Valladolid a principios del siglo XX. ARCHIVO MUNICIPAL
El torero asesino

El torero asesino

Una discusión entre novilleros sobre quién mataba mejor al toro terminó con Francisco Galbán desplomado en el suelo tras recibir una puñalada en el corazón

Martes, 12 de mayo 2020, 07:16

La discusión, que había comenzado como un vanidoso alarde de habilidades para torear, subió de tono según iban llegando a la Plazuela de la Trinidad. Era de noche y venían de merendar en un ventorro de la carretera de Fuensaldaña, en las inmediaciones de la fábrica de harinas «La 42», después de «trasegar gran cantidad de vino». Entre los presentes figuraban novilleros como Pacomio Peribáñez, Agustín Jiménez y Pantaleón Saracíbar. Pero los más entregados al debate eran Francisco Galbán («Morenito de Castilla») y Gaspar Santamaría («Gavira chico»); tanto, que en un momento determinado se agrió la discusión: «¡Yo mato mejor cualquier toro, sea de la ganadería que sea!», gritó Santamaría, a lo que Galbán contestó: «¡Tan bien como tú los mates, lo hago yo!».

En esas estaban cuando se plantaron a la entrada de la calle Expósitos. En lo más álgido de la disputa, alguien gritó: «¡Igual que mato toros mato hombres!». A los pocos segundos, Galbán se desplomaba en el suelo llevándose una mano al pecho. Una puñalada certera le había alcanzado el corazón. Aquel día, 2 de febrero de 1906, fue el último de su vida. Nada pudieron hacer para salvarle en el Hospital de Esgueva, pues una «terrible herida punzante en la tetilla izquierda, en dirección de arriba abajo, le seccionó el corazón», podía leerse en El Norte de Castilla. «Los médicos le prestaron los primeros auxilios, pero como se hallaba agonizando, el capellán le administró la Extremaunción, y momentos después expiraba Francisco Galbán». Santamaría huyó en dirección a Las Moreras, después de robarle la capa.

Hijo de un antiguo y honrado empleado de la guardia municipal, este novillero tenía fama de «agresivo y comprometedor» y contaba con antecedentes judiciales. Un año antes, por ejemplo, había sido procesado por un hurto cometido en las inmediaciones de la estación. No así Galbán, muy conocido y querido en la ciudad: tenía 30 años y, a decir de este periódico, «se había presentado por primera vez en la plaza de Valladolid el 12 de agosto de 1900, ya licenciado del ejército, en el que hizo la campaña final de la Isla de Cuba». El padre del presunto asesino no tardó en comparecer en la oficina de guardias municipales, manifestando que ignoraba el paradero de su hijo. Los rumores lo situaban en Madrid, donde había sido visto tres días después del crimen, paseando tranquilamente por las inmediaciones de la Puerta del Sol, mientras otros aseguraban que estaba en alguna provincia de Andalucía, toreando en capeas y novilladas.

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Lo cierto es que no dieron con él hasta junio de 1906. Lo descubrieron en Bilbao, donde se hacía pasar por un tal José Gómez Espinosa. Se había dejado barba y bigote y aseguraba ser natural de Zaragoza. Lo confesó todo nada más ser conducido a comisaría: después de matar a Galbán, corrió en dirección a la Estación del Norte, donde se subió al primer coche que encontró en la vía. Pasó un día en Madrid y volvió a subirse al tren, ahora en dirección a Sevilla. A los dos días llegaba a Cádiz con la pretensión de embarcar hacia América. De hecho, zarpó en un buque alemán que salió del Puerto de Santa María, pero lo detuvieron junto a otras 23 personas que tampoco llevaban documentación.

Entonces dijo que se llamaba Aquilino Zafra y era prófugo del regimiento de Garellano, en Bilbao, por lo que lo enviaron a esa ciudad y lo pusieron a recaudo del gobernador. Cuando éste descubrió que todo era mentira, Santamaría se inventó lo de su origen maño, asegurando, además, que era cochero de profesión. No tuvieron que indagar mucho: al poco tiempo, un carterista con el que había compartido presidio lo delató. Nada más llegar a Valladolid ingresó en la cárcel de Chancillería.

El juicio se celebró los días 7 y 8 de junio de 1907. Fue crucial el testimonio de Lucila Álvarez, quien confesó haber visto a Santamaría decirle a Galbán: «si tú matas a los hombres, a mí no me vas a matar». Fue entonces cuando le asestó una puñalada en el pecho. El veredicto se ajustó a lo solicitado por la defensa, 14 años de prisión. El fiscal pidió 18. Gaspar Santamaría cumplió condena en la prisión central de Cartagena hasta el 12 agosto de 1918, fecha en la que se le concedió la libertad condicional. Poco después volvió a torear.

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