Vallisoletanos frente a la pizarra de El Norte para ver el listado de premios de la lotería de Navidad de 1925, por Geache. ARCHIVO MUNICIPAL

Entre la taberna y la iglesia

Las Navidades de hace un siglo se repartían entre el culto religioso, el jolgorio en la calle y el ejercicio de la caridad en instituciones de beneficencia

Martes, 29 de diciembre 2020, 08:30

El anuncio apareció publicado los días previos a la Navidad de 1910: «Árboles de Navidad. En Francia, Inglaterra y Alemania principalmente, todo el mundo, con arreglo a su fortuna, adquiere un árbol de Navidad, pues no conciben la Nochebuena sin un árbol en cada casa. ... Este asunto, completamente nuevo en Valladolid, lo presentarán hoy con verdadera esplendidez los señores P. Guillén e hijo». Patricio Guillén y su hijo Julio, famosos comerciantes de la ciudad, eran, respectivamente, el abuelo y el padre del poeta Jorge Guillén, y regentaban un conocido comercio en el número 25 de la calle de Santiago. De hacer caso a la noticia, habrían sido ellos los responsables de introducir la tradición del árbol de Navidad en los hogares de la ciudad.

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Una tradición que ya había inaugurado en el Madrid de 1870 la princesa de origen ruso Sofía Troubetzkoy, concretamente en el Palacio de Alcañices, donde vivía con su segundo marido, el duque de Sesto, pero que en la ciudad del Pisuerga solo se frecuentaba en forma de «Árbol de Noel», repleto de regalos, en fiestas muy señaladas, casi siempre de tipo benéfico.

Nuestros paisanos de hace cien años celebraban la Nochebuena y la Navidad entre la calle y las iglesias, como atestiguan las crónicas de El Norte de Castilla, pues los actos religiosos marcaban la pauta. Las Misas del Gallo, celebradas tras la cena de Nochebuena en numerosos conventos e iglesias, no podían estar más concurridas. Ya fuera en la Catedral, en San Felipe de la Penitencia, San Benito, San Pablo, Reparadoras, Esclavas, Enseñanza, Hospicio, Carmelitas del Museo, del Campo Grande y de Mantería, entre otros templos, aquellos «piadosos ejercicios que preceden a la Navidad» eran eventos multitudinarios. En 1910, por ejemplo, el cronista resaltaba la misa del Gallo celebrada en la Catedral después de los maitines y las laudes solemnes, pero también la «misa de los pastores» al amanecer del día siguiente y la conventual de las diez y media de la mañana.

Una piedad religiosa que la burguesía trasladaba a los actos benéficos y caritativos. No otra era la inspiración, por ejemplo, de la «comida extraordinaria» de Navidad que ofrecían las Conferencias de San Vicente de Paúl a los pobres de la ciudad, bendecida por el propio arzobispo, o las invitaciones de Nochebuena de las damas de la Cruz Roja en su sede del Hospital de Esgueva. Más impactantes eran, sin embargo, las cenas benéficas en el Hospicio, siempre con visita obligada del presidente de la Diputación, institución que lo regentaba, y con regalos de conocidos comerciantes de la ciudad. En la Nochebuena de 1920, por ejemplo, Eustaquio Pasalodos obsequió a los niños huérfanos con cajas de pastas de coco, dos arrobas de higos y tres de castañas.

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También el Asilo de Caridad, sito entonces en la calle de Pi i Margall, ofrecía a sus huéspedes (ni más ni menos que 138 niños en 1923) «extraordinarios y suculentos» platos en Nochebuena y Navidad costeados por «personas caritativas de la ciudad». En 1922, por ejemplo, aquellos consistieron en lombarda, carne mechada, vino, turrón y manzanas para Nochebuena, y arroz con chorizo, chuletas y el mismo postre, más hojaldres, para la comida de Navidad. Hasta en la cárcel de Chancillería se sirvió un «rancho extraordinario» basado en salchichas con alubias y naranjas para comer, y carne de vaca estofada para cenar por ser el día de la Natividad del Señor.

Teatros y salones estaban a rebosar el día de Navidad. En 1910, por ejemplo, el Calderón triunfó con «Militares y paisanos» y «El capitán Estruendo», de la compañía Villagómez, el Lope de Vega con las zarzuelas, y el Salón Pradera con «los excéntricos Shamrock's, los duetistas Gari Usset, el extraordinario imitador de animales Inemilet, y el graciosísimo Brosa y su troupe canina». Además de visitar durante todo el día los nacimientos instalados en varias iglesias de la ciudad, los vallisoletanos de hace un siglo «asaltaban» las tiendas y mercados «para hacer las provisiones de boca necesarias a las fiestas familiares de estos días». Confiterías, tiendas de comestibles, fruterías, salchicherías y pescaderías eran los establecimientos más frecuentados, pues «exhibían en sus escaparates los más atractivos y apetitosos artículos».

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Juerga

La juerga nocturna era ineludible. Durante la Nochebuena de 1910, con las calles iluminadas por «arcos voltaicos de alumbrado público», numerosos grupos de «gente alegre» recorrieron las vías céntricas, muchos «cantaban y bailaban al son de estrepitosos instrumentos de cocina» y luego atestaban las tabernas y «tupis» de la época, que no eran otra cosa que establecimientos a medio camino entre el café clásico y el bar de nuestros días. Después de la Misa del Gallo, las buñolerías rebosaban de gente, abundaban «los borrachos de todos géneros, tipos y castas», y «algunos 'curdas' hicieron las delicias de los trasnochadores con ocurrencias extravagantes».

No pocos hicieron precisa «la paternal intervención de los serenos y guardias, que vigilaron con asiduidad, y tampoco faltaron quienes amanecieron en las 'delegas'», como se referían entonces a las oficinas de la policía. «Hubo muchos individuos con exceso de alcohol en el cuerpo, y otros con panderetas, almireces y zambombas en las manos», podía leerse en este periódico el 25 de diciembre de 1920.

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Claro que no siempre las jaranas se resolvían de manera alegre y pacífica. En la Nochebuena de 1910, por ejemplo, se suscitó una reyerta entre varios individuos acompañados de sus respectivas mujeres que acabó con golpes y un disparo de revólver en la Plaza de la Chancillería, frente a las Descalzas Reales. Aunque no hubo que lamentar heridos graves, los serenos Reguera y Manuel García detuvieron a Plácido Jiménez y Armando Álvarez, que fueron inmediatamente conducidos a la oficina de guardias municipales.

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