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«Para los que la compra es un placer, el sistema aumenta el placer; para el que es un suplicio, el sistema le disminuye». Era una de las muchas píldoras que dejó la inauguración, hace ahora 55 años, de una gran superficie comercial que vino a revolucionar el comercio en nuestra ciudad. Se llamaba Simago y llamó la atención por esa fórmula de gran bazar, inusitada en la época, que mezclaba alimentación con textil, calzado, ferretería y demás artículos variados.
La inauguración oficial, el 31 de mayo de 1967, se produjo en plena expansión de la cadena. Conviene recordar que Simago, acrónimo de las primeras sílabas de los apellidos de sus tres fundadores –Simó, Mayorga y Gómez-, había sido creado en febrero de 1960, año en el que abrió su primer establecimiento en la Glorieta de Embajadores de Madrid. No solo seguía la misma filosofía y estrategia que Galerías Preciados, su gran competidor en esas fechas, sino que compartía incluso orígenes cubanos. Lo cierto es que a la altura de 1967, Simago se encontraba en pleno auge.
Cuatro años antes, ya con José Mayorga el frente del Consejo de Administración, había adoptado el modelo de la cadena francesa de almacenes Prisunic, iniciando una auténtica expansión que se materializaría en la apertura de centros comerciales en 19 localidades hasta 1968. Entre ellas, Valladolid, donde previamente habían realizado un estudio de mercado que arrojaba datos relevadores: los vallisoletanos invertían al menos el 45% de su renta en alimentación y el poder adquisitivo era uno de los mayores del país. La decisión no se hizo esperar y, en apenas tres meses, Simago abrió sus puertas en la calle Santiago.
«Por primera vez desde hace muchos años Valladolid tiene desde hoy unos grandes almacenes, al estilo de las más famosas 'galerías' mundiales. Situadas en el lugar más estratégico y céntrico, en la misma esquina de las calles de Santiago y Montero Calvo, e instaladas en el más moderno y espectacular de los edificios últimamente construidos, vienen constituyendo desde hace unos días la curiosidad y la expectación de la gente, que ha podido seguir, a través de las lunas monumentales que enmarcan sus escaparates, los trabajos de montaje e instalación, los preparativos para su inauguración, que oficialmente se efectuó ayer tarde, y que ya hoy abrirán sus puertas al público», podía leerse en este periódico el 1 de junio de 1967.
Bendecidas las instalaciones por el arzobispo, Mayorga dejó claro en su discurso que «a esta Castilla la Vieja hemos venido con nuestro 'Simago' más nuevo. Yo quisiera que ésta fuera una tienda para el futuro, pero es una tienda de hoy». Todo eran ventajas y novedades, según la crónica del día. Simago se adaptaba como un guante a ese nuevo estilo de vida del desarrollismo capitalista marcado por la velocidad, los cambios bruscos en las costumbres y la participación del capital extranjero, tenía capacidad para realizar 40.000 operaciones de venta al día y ofrecía una fórmula novedosa que, según los promotores, haría las delicias del vallisoletano medio: productos de calidad a precios asequibles, autoservicio y una estructuración a modo de bazar en la que «bajo un mismo techo una persona puede adquirir todo lo que necesite, salvo aquellas cosas que son propias de tiendas especializadas».
Aquel Simago se componía de dos plantas, sótano y planta baja, y era el primer comercio en Valladolid con escalera mecánica; tan pesada, por cierto, que durante su instalación fue necesario reforzar el edificio para que no se derrumbara. El visitante se toparía con tres secciones: bazar, novedades y alimentación, y con productos de tres calidades que llevaban, además, los precios marcados, por lo que ya no sería necesario preguntar al encargado, como solía hacerse en el comercio tradicional.
«El personal no vende, simplemente cobra»: había llegado, en efecto, el autoservicio, que Simago calificaba como «sistema de libre elección» presentándolo, además, como una oportunidad para que tanto los tímidos como, en general, los hombres, y no solo las mujeres, pudiesen ir de compras. Y es que la nueva superficie comercial era capaz, se decía, de romper el estereotipo de que la compra era cosa solo de mujeres, pues a partir de ese momento el hombre ya no se sentiría observado, como les ocurría a muchos que no se atrevían a entrar en los establecimientos tradicionales, sino arropado por la multitud e incluso animado a esa nueva costumbre de comprar paseando. Eso sí, remataba la información, las mujeres, tan dadas a quedar con las amigas para ir de compras, serían, gracias a Simago, «indudablemente más felices».
El éxito de Simago, que a mediados de los 70 ya contaba con 50 establecimientos en toda España, comenzó a decaer en la década posterior. Adquirido primero por el Grupo March, en 1990 pasaría a ser propiedad del asiático Dairy Farm International Holding hasta su adquisición, en octubre de 1997, por Continente (hoy Carrefour) y su conversión en Champion, antecedente de la actual Carrefour Express.
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