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Sentencias que dan gustirrinínAunque tengo la certeza de que a los dueños y altos ejecutivos de la Banca les importa un carajillo el presente comentario sobre los métodos que utilizan para sacar pasta a sus clientes, lo escribo porque mi amigo Tinín Roca, que ha sido currante del sector, me incita de vez en cuando a «darles tralla porque no escarmientan». Según él, sus métodos «se han cronificado» sin que nadie «remedie el abuso con el que funcionan, que cada día es más descarado». Si el que interviene en la conversación es Ramón Álvaro suele añadir que, según él, las entidades bancarias «han hecho y siguen haciendo un negocio del copón porque, además de que casi ninguna paga dividendos a sus clientes los sangran con comisiones por meter, por sacar y hasta por preguntar en ventanilla». Y aunque esto último es un poco exagerado, pocos usuarios confiesan estar satisfechos con el trato recibido, lo cual no parece importarles demasiado a los amos del negocio porque Tinín asegura que «han sido educados para sangrar a todo dios sin despeinarse». Menos mal, añade Ramón, que han dejado de cobrar por sacar dinero en efectivo en ventanilla, «actividad que los jubilatas hacemos una o dos veces al mes».
Antes de rematar la mañana como Dios manda tomando claretes en el Bar Lorenzo, los tres nos damos un voltio por la calle de Santiago, donde tienen oficina unas cuantas entidades. Ya acodados en nuestra cantina de siempre aparece por el local Félix Sancho, que nos alegra la jornada hablando de una sentencia de la Audiencia de Salamanca que ha tenido los arrestos de obligar «a un banco a devolver a unos clientes los gastos de hipoteca» e imponer una multa a la entidad financiera «por obligarles a pleitear sabiendo que tenían razón». O sea, y resumiendo: esa entidad era consciente de que no tenía motivos ni fuerza legal para hacer determinada cosa, pero siguió en sus trece obligando al cliente a tragarse el sapo o a poner el asunto en manos de un abogado. Una cabronada en toda regla. No obstante, y dado que el tema de la tertulia no era fácil de asimilar, Felisín tuvo el detalle de acercarse a casa y volver a la cantina con la sentencia para demostrarnos que era verdad lo que estaba contando.
Aunque cualquier texto legal suele ser complejo de escudriñar, por una vez casi todos entendimos el mensaje que tachaba de «comportamiento fraudulento» al hecho de no atender la reclamación de los afectados «en contra de la doctrina del Tribunal Supremo». Vamos, que a los dueños del negocio les importaba en ese momento una higa lo que dijeran los tribunales hasta que los jueces se pusieron serios y consideraron «temerario» que la entidad recurriera al Alto Tribunal para obligar a los parroquianos a que «paguen parte de los gastos del pleito». Por si fuera poco el varapalo legal, la sentencia impone una sanción por los perjuicios causados a los clientes y a la Administración de Justicia. Toma del frasco, Carrasco.
Según el criterio común de los presentes, lo que más placer nos daba a todos era la claridad de la sentencia, calificando de «mala fe» (que en algunos barrios son palabras mayores) «forzar a los descontentos a pleitear en los tribunales», asunto que muy pocos se atreven a utilizar porque según don Agustín Roca (Tinín para la peña) ir contra un banco «es caro y pesado y cuando termina resolviéndose del todo puedes haber perdido el pleito o haberla espichado». Con el segundo clarete en la mano, los parroquianos nos vinimos arriba leyendo en la sentencia que la entidad financiera reconoció que los protestones «tenían razón» por lo que la Audiencia salmantina multó «por temeridad» al banco denunciado por no atender «la reclamación extrajudicial de unos clientes para recuperar el dinero que les había cobrado indebidamente». Con un par.
Mientras nos regocijábamos con la buena noticia, cada contertulio hablaba de la forma en que se siente tratado por su banco que, en general, es bastante mejorable. La conclusión a la que llegó Jesusín Hoyas es que cualquiera podría decir lo mismo contando los métodos utilizados para «pegarle mordisquitos a la cartilla o a la chequera»; no obstante, según recordó el aludido, no había cambiado de entidad en el último cuarto de siglo «porque da una pereza del copón hacer los trámites». De los presentes, quien más quien menos echaba en falta la ética de los empleados de hace veinte o treinta años «muy alejada», según Tinín, de las prácticas actuales que «tacita a tacita te van sacando la pasta por cualquier gestión». Sin hacer muchos esfuerzos, los clientes del Lorenzo llegamos a la conclusión de que si a día de hoy no tienes cuenta bancaria no te pagan la pensión o el sueldo; no puedes contratar una línea telefónica; no puedes pagar la comunidad de vecinos, el agua corriente o la luz eléctrica, entre otras cosas que te fuerzan a ponerte en manos de una entidad bancaria. Eso sí: negociando, negociando puedes acogerte al 'Plan Cero' que casi todas ellas ponen a disposición de sus clientes a cambio de: domiciliar la nómina, la pensión o el desempleo por importe neto igual o superior a 600 euros, domiciliar recibos y hacer un par de compras al mes con las tarjetas de crédito o débito.
Ni que decir tiene que, por una vez, los tertulianos coincidimos en lo mucho que han cambiado estos negocios, que no se parecen en nada a lo que conocimos hace dos o tres décadas. Cuando un contertulio dijo que los de hoy «son unos capullos», Luis El Cagueta contestó que «los capullos somos nosotros; ellos son unos listos que, aprovechando la circunstancia de que sin cuenta corriente no puedes hacer nada, están entrenados para apretarte el gañote». Y por si fuera poco «a medida que han ido despidiendo personal nos obligan a utilizar los cajeros en la calle y a quejarse al maestro armero si tienes algo que decir». Ante un panorama tan desolador me comprometí a utilizar la presente columna para pedir que si algún amable lector conoce un banco 'decente' que no sangre a todas horas a sus clientes, por favor, que lo diga. Tiene que dar un gustirrinín…
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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