Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·
Fallecido el 16 de mayo de 1937, un año antes se le había dado por muerto a manos del bando republicano; cuando se supo que había sido salvado, estalló la alegría, pero también la sospecha
El canónigo señor Onaindía, junto con alguno de los dirigentes vascos, había logrado al principio de la revolución sacar de la cárcel al señor Arzobispo, enfermo entonces en San Sebastián. El regreso del prelado a la capital de su Diócesis ya le había malquistado algo con el pueblo, por cuanto afirmó que debió su salvación a los «suyos», que en este caso eran los nacionalistas vascos. (?) Dios ha querido llamarse a Sí en un momento en que podrían habérsele creado mayores dificultades en el régimen de la Diócesis».
El que esto escribía no era un cualquiera, y su destinatario, mucho menos. La misiva está fechada el 17 de mayo de 1937, forma parte del archivo privado del cardenal Isidro Gomá, primado de España al estallar la Guerra Civil, y está dirigida ni más ni menos que al cardenal Pacelli, secretario de Estado del Vaticano y futuro papa Pío XII. Y se hace eco del turbio episodio que envolvió al prelado de Valladolid, Remigio Gandásegui y Gorrochátegui, desde el estallido de la guerra hasta su muerte, ocurrida el día 16.
Muerte de la que El Norte de Castilla se lamentaba dos días después en portada: «La noticia del fallecimiento del venerable prelado vallisoletano circuló rápidamente por la capital, causando general consternación y profunda sorpresa, pues no se creía que la enfermedad que le aquejaba pudiera presentar tal gravedad ni tener tan rápido y fatal desenlace», podía leerse en el decano de la prensa, que no dudaba en resaltar las principales virtudes del prelado, en especial «la caridad, el desinterés, la modestia y el talento».
Podíamos decir que la del 16 de mayo de 1937 era la segunda y definitiva muerte del arzobispo, pues un año antes ya se le había dado por muerto, incluso a punto estuvieron de organizarse funerales por lo que se creía su trágico final a manos del bando republicano. ¿Qué ocurrió? Todo comenzó cuando en julio de 1936, como solía hacer todos los veranos, Gandásegui, natural de Galdácano (Vizcaya), decidió trasladarse a San Sebastián para recibir tratamiento a causa de su maltrecha salud.
Llegó el 17 de julio, el mismo día de la sublevación militar en Melilla y uno antes de su extensión por la Península; con la mala suerte de sufrir un agravamiento de su enfermedad. Tuvo que ser ingresado en la Clínica de San Ignacio e inmediatamente intervenido por el doctor Benigno Oreja. La guerra estalló, por tanto, con el prelado en zona republicana.
Muy pronto, la ausencia de noticias sobre su salud provocó los peores presagios en la ciudad: «La natural zozobra de los fieles hijos, exacerbada con rumores y noticias sobre su trágico fin, ha hecho brotar fervientes oraciones, además de las prescripciones que de orden del Ilmo. Sr. Vicario General se dictaron para hacer preces públicas por su incolumidad», podía leerse en el Boletín del Arzobispado.
Pero nada comparado con el estupor de los vallisoletanos al abrir El Norte de Castilla del 6 de septiembre de 1936 y toparse con el breve de la página 4: «Han sido fusilados en el fuerte de Guadalupe todos los rehenes que se hallaban en Irún, entre ellos el arzobispo de Valladolid, doctor Gandásegui. Los periodistas han podido presenciar esta triste escena desde las alturas del otro lado de la frontera».
Afortunadamente, no era cierto; dos días después, este mismo periódico volvía a infundir esperanzas en sus lectores al informar sobre «Los prisioneros salvados. Parece ser que las fuerzas que tomaron Fuenterrabía y el fuerte de Guadalupe llegaron a tiempo de evitar el fusilamiento de los prisioneros que tenían en rehenes los rojos los rojos, que ascendían a 86. Solamente tuvieron tiempo de fusilar diez prisioneros, lo que prueba la rapidez en el ataque. Parece ser que entre las personas que fueron salvadas figura el arzobispo de Valladolid, doctor Gandásegui».
Finalmente, después de varios días de pesquisas tratando de confirmar la noticia, el 18 de septiembre de 1936 El Norte titulaba: «El doctor Gandásegui, sano y salvo, en San Sebastián. (?) Pronto el doctor Gandásegui llegará a Valladolid, ciudad que tiene la primacía en el Alzamiento Nacional (?). Su reaparición en la diócesis, cuando muchos de sus diocesanos le han juzgado víctima de las hordas rojas, constituirá un acontecimiento magnífico».
¿Qué había sucedido en todo este tiempo? Sencillamente, que el prelado pudo evitar el fusilamiento pero no por las maniobras de los sublevados, sino merced a las gestiones del bando republicano. Fue, en efecto, el conocido sacerdote Alberto Onaindía, canónigo de la catedral vallisoletana cuyo compromiso con el nacionalismo vasco era bien conocido, quien logró salvarle de una muerte segura. Así lo corrobora el informe enviado por él mismo a la Secretaría de Estado Vaticana, desvelado en su día por el profesor Fernando de Meer: «El que suscribe, ALBERTO DE ONAINDÍA Y ZULUAGA, Canónigo de la Santa Iglesia Metropolitana de Valladolid (...) respetuosamente expone: Que llamado a San Sebastián, España, por su Rvdmo. Prelado el Excmo. Señor Arzobispo de Valladolid, el 26 de agosto próximo e invitado por el mismo a gestionar su libertad del poder de los anarcosindicalistas primero, y de la Junta de Defensa más tarde, hubo presentarse y tratar repetidas veces a las autoridades del Partido Nacionalista Vasco, que con todo empeño trabajaron hasta lograr su objetivo, la libertad del citado señor Arzobispo (...)
Entre las personalidades eclesiásticas salvadas [por el PNV] merece especial mención el Sr. Arzobispo de Valladolid, Excmo. Rvdmo. Sr. Don Remigio de Gandásegui. Fue detenido por los anarquistas y llevado a su centro, libertado por los nacionalistas, declarado en rehenes por la Junta de Defensa y salvado por los mismos, sacado de San Sebastián disfrazado y protegido día y noche por las Milicias nacionalistas y entregado por las autoridades del PNV a los militares en la línea de fuego».
Este hecho, que no ocultó Gandásegui a su regreso a Valladolid a finales de septiembre, le granjeó la enemiga de importantes miembros de la Falange local, que lo consideraban proclive al PNV. Incluso tuvo que soportar amenazas y abucheos frente al Palacio Arzobispal, y ello a pesar de sus constantes alocuciones a favor del bando sublevado y de sus aportaciones materiales al mismo.
Según el cardenal Gomá, la gota que colmó el vaso de su salud fue la decisión del Cabildo vallisoletano de descalificar públicamente al canónigo Onaindía por su compromiso con los nacionalistas vascos: «Toda la prensa se hizo eco del documento del Cabildo de Valladolid. Parece ser que al requerir el Cabildo al sr. Arzobispo para que se adhiriera a su resolución, éste se segó y tuvo con los representantes del Cabildo una escena violenta. Efecto del disgusto recibido se dice fue el recrudecimiento de una vieja dolencia en la vejiga, que importó una intervención quirúrgica inmediata en malas condiciones y que le ha acarreado la muerte».
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