Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. EL NORTE

El sacrilegio de Villanubla

El párroco Manuel Gómez cayó al suelo entre grandes dolores en plena eucaristía, en 1786, acusando al beneficiado de haberlo envenenado

Lunes, 24 de agosto 2020, 07:50

Los vecinos que abarrotaban la iglesia parroquial de la Asunción no daban crédito a lo que estaba sucediendo. Los gritos del párroco, retorcido de dolor en el suelo, los dejó paralizados. Ocurrió a finales del siglo XVIII en Villanubla y fue una de las ... notas históricas destacadas por Ventura Pérez en su famoso 'Diario de Valladolid', redactado durante dicha centuria.

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Dos siglos antes, el 25 de mayo de 1635, Villanubla había sido separada de la jurisdicción de Valladolid por Felipe III, accediendo así a la condición de villa. Y es que cuenta la leyenda que el nombre de «Villa de las Nieblas» procede de tiempos de Juan II, padre de Isabel la Católica, que un día de invierno se habría desorientado por la zona debido a las condiciones meteorológicas, recalando en el Monasterio de los Santos Ángeles.

También la tradición oral señala que en un primer momento esta localidad se llamó Fuentes Claras, y que consistía en una minúscula aldea creada a raíz de una lenta y continuada expansión de una venta situada en el páramo. Más certera parece la teoría sobre el origen mozárabe del nombre, una suerte de fusión entre la palabra castellana «villa» y la voz mozárabe «anubda», derivada ésta de la «al-nubda» árabe, que era algo así como una incitación a la guerra.

Sea como fuere, lo cierto es que Villanubla, cuyo asentamiento poblacional existe desde la Edad Media, fue también escenario de importantes acontecimientos históricos, pues no conviene olvidar que precisamente en la casa que tenía en la localidad Diego García, hermano de María de Padilla, los ballesteros Juan Diente y Garci-Díaz de Albarracín, siguiendo órdenes de Pedro I, dieron muerte a golpes de maza, en 1360, a Pedro Álvarez de Osorio mientras comía.

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Pero el extraño suceso que ahora relatamos ocurrió muchos años después, siendo vivido en un primer momento como un verdadero sacrilegio. Según Ortega Rubio, fue un jueves, 25 de mayo de 1786, día de la Ascensión del Señor. En la villa todos estaban al tanto del litigio que desde hacía tiempo enfrentaba al párroco, Manuel Gómez, con el beneficiado, así como de las pésimas relaciones personales entre ambos. Lo que no podían presumir era que, movido supuestamente por insanas intenciones, este último aprovechara una misa tan solemne como la de aquel jueves para urdir una venganza de tales dimensiones.

Según el relato de Ventura Pérez, ese día el beneficiado cantaba el Evangelio y su sobrino, que le secundaba en el enfrentamiento con el párroco, la Epístola. De pronto, una vez concluida la parte esencial del sacrificio eucarístico, Manuel Gómez cayó al suelo entre terribles convulsiones de dolor. Cuando lo fueron a socorrer, no dudó en acusar a ambos de haberle envenenado: «El beneficiado de Villanubla dio solimán en las especies sacramentales al cura párroco llamado D. Manuel Gómez, por estar enemistado con él, valiéndose de esta venganza en día tan solemne en que el párroco celebraba la misa mayor», puede leerse en el 'Diario de Valladolid'.

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El «solimán», palabra de raíz musulmana, hacía referencia al cloruro de mercurio, una sustancia altamente tóxica con la que en Castilla se hacía el famoso «afeite de solimán adobado», un producto cosmético que las mujeres se aplicaban en la cara con objeto de parecer más bellas, pero que, sin embargo, su uso excesivo les terminaba provocando llamativas y antiestéticas arrugas.

Como era de esperar, el vecindario (en esos tiempos Villanubla contaba con algo más de 200 vecinos) creyó la versión del párroco y se formó un proceso eclesiástico, que duró varios años, del que se hizo cargo el provisor Bernabé Aguasal. Aunque Gómez no murió y fue traslado a la casa de unos parientes en la capital vallisoletana, el beneficiado fue ingresado en prisión.

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Cuál sería la sorpresa en Villanubla al saber, una vez hechas las pesquisas necesarias, que todo había sido un montaje: «Después de algunos años de prisión y litigio, salió que todo esto fue un fingimiento del que se dijo envenenado, y se dio la sentencia multando al provisor», aclara Ventura Pérez. Restaurada la dignidad del beneficiado, a Manuel Gómez no le quedó otro remedio que huir del pueblo.

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