El Teatro Pradera, sacrificado en el altar del progreso
Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·
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Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·
Cerrado en septiembre de1967, se derribó al año siguiente para construir un hotel de lujo que nunca se haría realidadLos tiempos mandan y en esa cirugía estética que todas las ciudades están sufriendo, le ha tocado el turno a este edificio que le daba a este céntrico y entrañable paraje de nuestra capital una fisonomía tan conocida». Con resignación y pragmatismo describía Publio la noticia de aquel martes, 26 de septiembre de 1967: el histórico Teatro Pradera, escolta impenitente de la estatua de José Zorrilla y parte inseparable del Campo Grande, se despedía de los vallisoletanos para siempre.
Lo que Ángel de Pablos (Publio) y Antonio Hernández Higuera transmitieron aquel día en las páginas de El Norte de Castilla venía presagiándose meses antes: el Consistorio, una vez hecho efectivo el traspaso de propiedad del inmueble, ponía fin a su existencia.
Atrás quedaban 57 años de historia vinculada al teatro, al cine y, en general, al espectáculo vallisoletano. Muchos se lamentaban, pero pocos dieron el paso para evitar la desaparición del Pradera; apenas unos cuantos viandantes «concienciados» trataron de recopilar firmas y difundir una suerte de encuesta a modo de protesta.
Nadie mejor que el alcalde, Martín Santos Romero, para explicar lo acontecido con esa mezcla de nostalgia, tristeza y resignación tan característica entre quienes la asumían como un sacrificio, duro pero inevitable, en el altar del progreso urbano. «Siempre recordaré su fachada con efecto y simpatía, ya que durante muchos años he vivido en la Plaza de Zorrilla», reconocía el regidor; «pero hay cosas inevitables, y ésta es una de ellas. Adelante por el progreso urbano de Valladolid».
Lo cierto es que la noticia dio pie para rememorar el origen del Pradera, y su más de medio siglo de vida despertó la atención de los lectores y no pocos enviaron cartas al periódico solicitando al redactor más detalles sobre el inmueble.
Situado junto al Campo Grande, en la zona que hoy ocupa el escudo floral de la ciudad, su antecedente más remoto era una caseta de madera, en pie en 1904, conocida popularmente como La Barraca o el Barracón Pradera por ser la familia de Manuel Pradera Antigüedad, destacado contratista de obras y empresario, la que lo regentaba. En ella comenzaron las sesiones de cinematógrafo el 15 de septiembre de ese mismo año, de ahí que también adoptase el nombre de Cinematógrafo de Pradera.
Consciente de las posibilidades de negocio del inmueble, el 24 de diciembre de 1909 Manuel Pradera escribió a la corporación municipal solicitando que se le concediera una parte de terreno en el Campo Grande para construir un «teatro de verano». Entre los concejales había quien se decantaba por dar prioridad a la solicitud escrita en el mismo sentido por Guillermo García, «hermano de don Faustino García, dueños que fueron del cine Popular de la calle de la Mantería», y otro que se negaba en redondo a conceder el uso de los jardines del Campo Grande para cualquier actividad, incluida la construcción de una iglesia, tal y como solicitaba el párroco de San Ildefonso.
Sin embargo, fue Pradera el que salió ganando. Siete días después, por 20 votos a favor y 4 en contra, se aprobaban las condiciones acordadas entre la comisión especial y el empresario, consistentes en la cesión, en concepto de arrendamiento, de 2.250 metros cuadrados en los jardines del Campo Grande, frente a la estatua de Zorrilla, para construir un edificio destinado a espectáculos públicos. La explotación duraría 18 años y, a su término, el edificio pasaría a propiedad del Ayuntamiento. También se acordaba una renta anual de 1.900 pesetas, a satisfacer por Pradera, y dedicar una función al mes, salvo día de fiesta, a los Asilos de Caridad. La escritura entre el empresario y el alcalde, Augusto Fernández de la Reguera, se firmó el 16 de marzo de 1910.
El teatro, denominado en un primer momento Salón Pradera, abrió sus puertas el 16 de septiembre de 1910 con el espectáculo de la bailarina Carmelia Ferrer. El Norte de Castilla no pudo por menos que ponderar su estructura. Aseguraba que cumplía los deseos del propio Miguel Íscar, impulsor del Campo Grande, y se maravillaba de la amplísima sala y de su original decoración: blanco verdoso en techo y muros y blanco rosado en antepechos de galerías, palcos y plateas.
Las butacas, en veinte filas, estaban forradas en cuero rojo, y la entrada se efectuaba únicamente por el vestíbulo. Junto a ésta, otras ocho puertas servían de salida. Destacaban además sus dos grandes salas de espera y cuatro grandes escaleras. Las obras fueron ejecutadas por el mismo Manuel Pradera bajo la dirección del arquitecto municipal, Juan Agapito y Revilla.
Tras sufrir un incendio el 5 de junio de 1920, el teatro se reinauguró el 15 de agosto de ese mismo año; diez años después, concretamente el 6 de septiembre de 1930, inauguró el sistema de cine sonoro y desde esa fecha alternó teatro, zarzuelas y revistas con el cine. Por su escenario desfilaron artistas de la talla de Estrellita Castro, Soledad Miralles y Amalia Molina.
La inicial concesión de 18 años se fue prorrogando hasta aquel 24 de septiembre de 1967 en que cerró definitivamente sus puertas. Ese día, el último de su vida artística, ofreció la comedia «¡Metidos en harina», de la compañía de Zori, Santos y Codeso.
Según miembros de la familia Pradera, el derribo del inmueble, iniciado en enero de 1968, se llevó a cabo con la intención de construir un gran hotel de lujo, finalidad que el Ayuntamiento terminó desechando al comprobar que el contrato de 1909 establecía que si en algún momento a ese terreno municipal se le daba un fin diferente al propio teatro o municipal, los beneficios irían a parar a los descendientes del empresario.
Lo cierto es que aquellos no eran tiempos buenos para edificios emblemáticos. Su pugna con el «progreso urbano» era claramente desigual, por lo que éste siempre salía ganando. Al mes siguiente, por ejemplo, le tocó el turno del derribo al histórico Frontón de Fiesta Alegre, situado desde 1894 entre las Calles de Dos de Mayo y General Ruiz, que ya entonces había dejado de ser el cine Hispania para convertirse en sede de actividades del Frente de Juventudes.
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