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José Guardiola, en el centro, sentado, era el gobernador civil de Valladolid cuando sucedió la sublevación del general Jose Sanjurjo en agosto de 1932.

Ruido de sables contra la república

Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·

El frustrado golpe de Estado de Sanjurjo, en agosto de 1932, tuvo su eco en Valladolid con movimientos de tropas, destituciones, suspensión de periódicos y detenciones

Martes, 28 de julio 2020, 08:27

Se sabe que el general Sanjurjo sublevó a toda la Guardia Civil de la capital andaluza, sin que fuera secundado su movimiento por la guarnición de Sevilla hasta las nueve de la mañana, cuando logró que se uniera a la sublevación. El general Sanjurjo ha instalado su cuartel general en el Palacio del Marqués de Esquivel, situado en el Paseo de las Palmeras».

El Norte de Castilla se hacía eco así de la primera intentona militar de envergadura que hubo frente la Segunda República; una asonada precipitada y pésimamente planeada, fácilmente desactivada por las fuerzas gubernamentales pero que dio cuenta del malestar que comenzaba a extenderse entre amplias capas del estamento militar, con el presidente Azaña en el punto de mira.

Era el caso, desde luego, del general Sanjurjo, quien a consecuencia de la dura represión llevada a cabo en enero de 1932 en Arnedo, donde un conflicto laboral se saldó con 11 muertos y 30 heridos por disparos de la Guardia Civil, fue destituido como director general del Cuerpo y trasladado a la dirección de Carabineros.

Este hecho, unido al impacto de la reforma militar azañista y a la labor conspiradora que venían ejerciendo determinados civiles y militares, terminaron por convencer al general José Sanjurjo de la necesidad de «rectificar el rumbo de la República». La iniciativa partió de destacados personajes monárquicos, antiguos constitucionalistas como Manuel Burgos y Mazo y Melquíades Álvarez, para quienes el sistema instaurado en abril de 1931 se orientaba hacia «un soviet e irremediablemente a la anarquía».

El general Jose Sanjurjo pasea por Sevilla después de haber publicado el manifiesto decretando el estado de guerra.

Contactaron con Sanjurjo a finales de 1931 y le hicieron saber su determinación de «corregir» el devenir de la República pero no de restaurar la Monarquía, habida cuenta de la impopularidad de ésta por aquellas fechas. Su destitución como director general de la Guardia Civil, la reforma militar y los debates sobre la ley de Reforma Agraria y el Estatuto de Cataluña terminaron por inclinar la voluntad del general, apodado el «León del Riff» por sus hazañas en Marruecos, hacia el golpismo.

Ello dio ánimo a varios conspiradores, civiles y militares, que se sumaron a una sublevación planificada para el 10 de agosto de 1932. La preparación, no obstante, resultó francamente desastrosa; la falta de discreción permitió a las fuerzas de Seguridad del Estado tenerla controlada y, lo que es más importante, proceder a arrestos de personas clave.

Entre ellos, el de José María Albiñana, dirigente del Partido Nacionalista Español, y, sobre todo, el del general Luis Orgaz, uno de los principales organizadores. Los primeros en fracasar fueron, ese 10 de agosto de 1932, los generales Barrera y Cavalcanti, incapaces de tomar el Ministerio de la Guerra y el Palacio de Comunicaciones; en Granada le sucedió otro tanto al general González Carrasco.

Sanjurjo, sin embargo, logró declarar el estado de guerra en Sevilla y publicar un manifiesto, redactado por el periodista Juan Pujol, que anunciaba una dictadura. Pero estaba solo; fuera de la capital andaluza nadie se sumó al golpe y sus subordinados tampoco querían enfrentarse a las tropas procedentes de Madrid. Lo detuvieron al día siguiente, 11 de agosto, en Huelva, cuando trataba de ganar la frontera portuguesa. Era el fin de la «sanjurjada».

Toma de posesión del general Jose Sanjurjo como director general de Carabineros.

«El movimiento venía incubándose desde hace días, teniendo el foco principal en Algeciras, en el Regimiento 15. Estaba complicado también nuestro cónsul en Gibraltar (?). En la Dirección de Seguridad se encuentran 89 detenidos, 36 paisanos. Los restantes, militares. Catorce de estos últimos son soldados y los demás jefes y oficiales», informaba El Norte de Castilla. Aunque al ministro de la Gobernación le llegaron telegramas de muchas ciudades y pueblos pidiendo la máxima pena para Sanjurjo, Azaña era consciente de que no convenía hacer de él un mártir. Y así fue: condenado a muerte por un Consejo de Guerra, le fue conmutada la pena por cadena perpetua. Estuvo primero en el Penal santanderino de El Dueso, desde donde lo trasladaron al castillo de Santa Catalina, en Cádiz; en abril de 1934, el gobierno centrista de Lerroux lo amnistió. Entonces estableció su residencia en Portugal, desde donde, ya en julio de 1936, encabezó el golpe que provocó la guerra civil.

Pero la desactivación de la «sanjurjada» no significó, en modo alguno, la desaparición de todo tipo de amenaza.De hecho, 13 días después, una llamada telefónica alertaba a Manuel Azaña: «Hay informes de que esta noche intentarán repetir el golpe en Zaragoza, Valladolid y Madrid». Era el ministro de la Gobernación, Santiago Casares Quiroga, que también le avisaba de una «reunión de generales, jefes y oficiales sospechosa» en el cuartel de Caballería de Valladolid.

Sin perder tiempo, Azaña, consciente del malestar que en dicho centro había generado la reducción de plantilla, informó de los hechos a Remigio Cabello, diputado socialista por Valladolid, para que alertase a los militantes de la ciudad, al tiempo que ordenaba al general Cruz tomar posesión del arma de Artillería y vigilar de cerca a su colega, Pedro de Lacerda, sobre el que recaían sospechas de dejación de autoridad.

«Desde Gobernación me hablan de autos cargados de oficiales que entran en Valladolid; de una camioneta procedente de Burgos», anota Azaña en su diario. El día 27, el presidente del Gobierno ordena la destitución de Lacerda: «He destituido a Lacerda por telégrafo. Ahora que está destituido es cuando se deciden a contarme que, con ocasión de la fiesta del aniversario de la República, Lacerda dijo que este era un gobierno de zascandiles. Es un incapaz, semiloco. Un desastrado, hasta en el vestir», señala Azaña; y prosigue: «Tiene una finca en la sierra de Ávila, creo que en Las Navas. El general practica el naturismo y se pasea desnudo por el pinar. A cierta distancia va el asistente, advirtiendo a los veraneantes: «Apártense, que viene el general en cueros»».

Sanjurjo, al llegar al Palacio de Justicia para comparecer ante el juicio.

No fue la única medida adoptada. El gobernador civil, José Guardiola Ortiz, mandó suspender los periódicos «Diario Regional» y «Libertad» y arrestar a los directores de ambos, Felipe Salazar y Onésimo Redondo, lo que provocó la huida de este a Portugal. Según un telegrama enviado al ministro de la Gobernación, en un registro se encontró una carta de la directiva de las JONS que implicaba a Redondo en el golpe, previsto para el 20 de agosto.

Hasta al Ayuntamiento, presidido por el socialista Antonio García Quintana, también llegaron los ecos de la «sanjurjada», como demuestran las elocuentes palabras del concejal Cuenca: «Ha de ser la soberanía del pueblo (?) la que determine el cambio de régimen, y no los sables y las espadas. Quizás algunos sectores sientan malestar por considerar deficiente la legislación del régimen republicano o por otras causas; pero las protestas que por tal motivo surjan no pueden derivar hacia un cambio de régimen porque el pueblo ha da darse libremente el que prefiera, mediante unas elecciones. Los procedimientos de la violencia no se pueden tolerar en países cultos, en los que es preciso respetar la voluntad del pueblo».

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