El cronista | Estampas de ayer y de hoy
La Rondilla de Santa Teresa: de límite septentrional de la villa a barriada populosa (Parte I)Secciones
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La Rondilla de Santa Teresa: de límite septentrional de la villa a barriada populosa (Parte I)En la franja septentrional de la ciudad se encuentra otro claro ejemplo de las transformaciones que se reconocen en el paisaje urbano de Valladolid a lo largo de su historia. Es la vía conocida como Rondilla de Santa Teresa, que pasó de ser el límite de la población, ya que se encontraba junto al trazado de la muralla, a convertirse en la antesala de un barrio gestado en el siglo XX, al que dio nombre y que se convirtió en unos de los más populosos de la ciudad.
La segunda muralla de la ciudad, construida durante el siglo XIII, acogió y englobó las nuevas barriadas surgidas tras el desbordamiento de la Cerca Vieja, y que se desarrollaron, principalmente, en las inmediaciones de una serie de ermitas que con el paso del tiempo se convertirían en parroquias. Ese fue el caso de dos pequeños templos situados al septentrión de la urbe y que se encontraban en los extremos de lo que acabaría convirtiéndose en la Rondilla de Santa Teresa: las ermitas de San Nicolás (fechable a finales del siglo XII) y de San Benito (cuyas primeras noticias se datan en 1276), ambas construidas en estilo románico y que serían el germen de los posteriores templos homónimos, el primero situado en el costado septentrional de la actual plazuela de San Nicolás, muy cerca del Puente Mayor, y el segundo junto a la salida hacia Cabezón y Palencia, que acabaría dando lugar a la iglesia de San Benito el Viejo (aproximadamente desde 1375), apelativo que ya señala su antigüedad y su diferenciación con respecto al homónimo monasterio benedictino levantado sobre el Alcázar Real.
La muralla perimetró y protegió la villa durante la Baja Edad Media, y contra ella se fue agolpando el caserío, incluso realojando alguna minoría étnica como fue el caso de la hebrea, que instalaría su nueva judería en la barriada de San Nicolás entre los siglos XV y XVI. En la parte septentrional de la población, lo que actualmente es el trazado de la Rondilla de Santa Teresa, no contaba con más vanos o accesos que los situados junto al paso del río Pisuerga, el conocido como postigo de San Nicolás, y la puerta de San Benito, que se ubicaba en la calle Torrecilla.
En un principio la iglesia de San Benito el Viejo quedó fuera de la cerca, discurriendo frente a su lateral meridional y creándose ente ambas un cementerio, pero hay noticias de que en torno al año 1500 se produce una reforma y ampliación de la muralla, que incorporaría tanto el templo como el próximo barrio de las Cuatro Calles (en el entorno de las actuales calles Padilla y Empecinado) y el cercano palacio de los Vivero, donde se encontraba instalada la Real Chancillería. En 1517 se reconstruye la puerta de San Benito y se la dota de cubos defensivos, cuyo restos perduraron hasta el siglo XX.
Al exterior del recinto murado, mirando hacia el Norte, sólo había huertas y terrenos de cultivo. Junto a la defensa se iría desarrollando un camino perimetral, que puede considerarse como el origen de la actual calle. Esa imagen de espacio abierto, sin construcciones y con tierras agrícolas, es la que proporciona un plano fechado más tardíamente, en el año 1801, procedente del Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, y que representa las fincas existentes en lo que actualmente es el barrio de la Rondilla, llegando hasta el monasterio de Santa Clara, para aclarar un litigio sobre las lindes de diferentes propiedades.
Durante los primeros siglos de la época Moderna, con la presencia (esporádica habitualmente y estable en el primer decenio del siglo XVII) de la Corte en Valladolid, la ciudad experimenta una intensa remodelación de su urbanismo interior y un destacado crecimiento, con la construcción de nuevas edificaciones nobiliarias y religiosas. En relación con esas circunstancias cabe señalar el desarrollo del eje de comunicación comprendido entre la plaza de San Pablo y la iglesia de San Benito el Viejo, correspondiente con la actual calle Cadenas de San Gregorio, donde se construyen el colegio de San Gregorio, el palacio de Villena o el palacio del conde de Gondomar.
Al respecto de este último, cuya extensión llegó hasta la Rondilla, cabe referir que junto a la iglesia de San Benito se construyó en 1539 el palacete de la Casa del Sol, una edificación de cierta monumentalidad, promovido por el licenciado Juan de Leguizamo, alcalde de Corte, en un momento en el que también se estaba rehabilitando el templo, pasando posteriormente, en 1599, a propiedad del conde de Gondomar, gran erudito y embajador de Felipe III. En el primer cuarto del siglo XVII se reforma el palacio y se concluye la remodelación de la iglesia, cuyo patronato ostentaba el conde, y cuya cripta fue empleada como lugar de enterramiento de la familia Gondomar, a la cual pertenece el gran escudo que presenta la cabecera por el exterior. La iglesia se comunicaba directamente con el palacio por la parte trasera, donde también se encontraba la denominada casa del cura.
Un plano realizado en 1595 por Diego de Praves recoge la disposición espacial que tenía el conjunto edificado, observándose como el palacio contaba con un patio principal, con cuatro galerías, siendo la principal la que posee la portada de entrada y que aún se conserva en la calle Cadenas de San Gregorio, cerrándose el complejo en lo que actualmente es la Rondilla de Santa Teresa con varios corrales, encontrándose adosada por el oriente la iglesia y contando en su perímetro con varios cubos de la muralla. En 1912 el palacio y la iglesia de San Benito el Viejo fueron comprados por la Comunidad de Religiosas de las Madres Oblatas del Santísimo Redentor, que reaprovecharon una buena parte de las edificaciones para levantar su convento e instalar un colegio y un reformatorio para chicas con problemas sociales.
Entre 1965 y 1980 las monjas construyen nuevos inmuebles para las escuelas y la residencia, remodelando intensamente las dependencias anteriores, algunas de las cuales fueron demolidas e incluso se efectuó un vaciado del terreno para la construcción de un aparcamiento. Estas últimas construcciones de las Madres Oblatas, a su vez, fueron derribadas en 2022 para dar paso a una nueva construcción residencial, tras la venta del solar por parte de las religiosas, tareas que fueron acompañadas por una amplia excavación arqueológica en la que se exhumaron algunas cimentaciones, de cierta envergadura, correspondientes a los muros de la antiguas galerías del palacio.
La Casa del Sol sufrió una evolución ligeramente diferente, por suerte, ya que se desgajó del resto en 1980 tras ser adquirida por los Padres Mercedarios Descalzos, pasando en 1999 a manos del Estado. En 2012, la Casa del Sol y la iglesia se convierten en la sede del Museo de Reproducciones Artísticas, adscrito al Museo Nacional de Escultura, habiéndose redactado recientemente un proyecto arquitectónico para la rehabilitación integral de la construcción.
Volviendo a la segunda muralla, debe mencionarse que el límite septentrional de la población, en lo que acabaría siendo la Rondilla de Santa Teresa, se mantuvo en pie durante la mayor parte de la época Moderna, al contrario de lo que ocurrió con otros muchos de sus tramos, como los que se encontraban entre las puertas de Teresa Gil y San Juan, que se derribaron a comienzos del siglo XVII, tanto por su estado ruinoso como por su falta de utilidad y la necesidad de ganar terrenos para la ciudad. Sin embargo, inmediatamente surge la decisión de erigir una tercera cerca, en principio por iniciativa de varios gremios, especialmente el dedicado al vino, aunque el Consistorio acabaría por desarrollar la obra, que se comenzó en 1620.
Tuvo un carácter eminentemente fiscal, para evitar que los barrios extramuros comerciasen libremente, aunque también tuvo una función de control sanitario, para intentar controlar la entrada y la salida de infecciones, pestes y otras enfermedades. En los años 70 del siglo XVII la cerca estaba prácticamente conformada, aunque no tuvo una entidad física consistente y unificada, más bien todo lo contrario, ya que estaba formada por una maraña de tapias y traseras de edificios, principalmente pertenecientes a conventos y palacios, e incluso llegó a aprovechar una buena parte de los tramos de la anterior muralla, concretamente el más occidental, situado frente al río Pisuerga, y el septentrional. Vestigios de esta cerca pudieron reconocerse hasta bien avanzado el siglo XX en el paseo del Renacimiento.
Para su delimitación se utilizaron las tapias de los conventos que se levantaron en la franja septentrional de la ciudad, como fueron los casos de San Pablo y Santa Teresa. Esta tercera muralla, que persistió en el tiempo hasta el siglo XX, abarcó, por el noreste, los barrios de Santa Clara y San Pedro, donde se abrieron la puerta de Santa Clara y los portillos de Balboa y del Prado.
El Norte publicará la próxima semana un nuevo artículo de la sección 'Estampas de ayer y de hoy' en el que Jesús Misiego culminará el paseo histórico por la Rondilla de Santa Teresa.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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