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Su silueta almenada domina el valle del Amblés. Es una silueta robusta, señorial y al mismo tiempo solitaria, que se yergue sobre un paisaje áspero pero rico en historia. No es casualidad que las leyendas populares se ceben con castillos como el llamado de Manqueospese, en Ávila, cuyo nombre remite sin duda a la tozudez del castellano viejo, dispuesto a superar cualquier contratiempo cuando cree que la razón está de su lado.
Situado en el término municipal de Mironcillo y levantado sobre un imponente promontorio granítico, el castillo de Manqueospese habría sido construido a finales del siglo XV por Pedro Dávila, capitán del Duque de Alba, sobre una antigua fortaleza musulmana, con fines más señoriales que defensivos. Las obras finalizaron en 1504. Hay quien dice, además, que estaba destinado a albergar un amor imposible. Es aquí cuando entran en juego las leyendas populares que amenizan la visita.
Relatos hay para todos los gustos y épocas dispares, si bien el más popularizado nos invita a viajar en el tiempo hasta el final de la famosa batalla de las Navas de Tolosa, en 1212, en la que el ejército cristiano formado por tropas castellanas, aragonesas y navarras venció sobre los almohades provocando, según diversos historiadores, el inicio de la decadencia del dominio musulmán sobre la Península.
A tierras abulenses regresaría, vencedor y aclamado, el apuesto Alvar Dávila, señor de Sotalbo, en una suerte de paseo triunfal que también quería rendir tributo a los caídos en la batalla. Entonces la vio. La bella Guiomar, hija del noble Diego de Zúñiga, a la sazón gobernador de Ávila, contemplaba el imponente desfile desde el ventanal de su palacio cuando, de pronto, sus ojos se cruzaron con los de Alvar. Ambos quedaron prendados de inmediato. Tanto, que el vencedor no dudó en seguir las instrucciones de su corazón y pedir al arisco noble la mano de su hija, a la que éste, sin embargo, reservaba un destino totalmente diferente: entregarla a Dios.
Es más, el gobernador no solo rechazó las pretensiones del caballero, sino que, iracundo, ordenó expulsarle del palacio amenazándole con prenderle en caso de verlo por los alrededores. Incluso mandó establecer una nutrida guardia para evitar que se acercara. Fue entonces cuando el soldado, lejos de arredrarse, le espetó: «Cuando el amor ha nacido, no se le mata con vilencias; que el corazón del enamorado es rebelde y terco en la rebeldía. Doña Guiomar y yo seguiremos amándonos, y aún más, viéndonos:….¡Man que os pese!».
Mientras la doncella ahogaba su desesperación y sus deseos de estar con el hombre que amaba a base de lágrimas y suspiros, éste construía a toda velocidad una fortaleza desde cuya torre cruzar su mirada con la de Guiomar. Los días pasaban y el tormento no cedía. Él solo esperaba participar en una nueva campaña militar y ella, entregar para siempre su alma a Dios. Cuenta la leyenda que tanto lloró la desdichada Guiomar, que un día su alma voló en forma de paloma para ir al encuentro de Alvar, quien, reconociéndola de inmediato, la acogió con ternura. Esa misma noche partió hacia la guerra, donde murió con honor.
Pero este no es el único relato fantástico en torno a la fortaleza. En otras ocasiones, la historia nos lleva a los tiempos de la dominación musulmana para hablarnos de Ben Hus Mar, supuesto constructor del primitivo castillo, y de su hija Zubezé, quien, inesperadamente, se habría rendido al amor de Aldefonso, un cristiano cautivo de su padre. Para evitar tamaña deshonra, éste habría acordado casarla con el príncipe de Jaén, a lo que Zubezé habría replicado: «Man que os pese, lo querré». Incapaces de materializar su amor, los amantes habrían conseguido construir un túnel desde el castillo hasta Ávila, 17 kilómetros en línea recta, para encontrarse furtivamente cada noche. Así hicieron hasta que la situación se tornó tan desesperada, que Zubezé decidió despeñarse desde la torre.
La última variante de estos Romeo y Julieta castellanos dataría del siglo XVI y tendría como protagonistas a Gonzalo de Velada y Aldonza Aboín, miembros de dos familias de Ávila irremediablemente enfrentadas. Dispuesto a impedir su amor, el padre de Aldonza, que era corregidor de la ciudad, consiguió que Gonzalo y sus caballeros fueran desterrados al castillo, no sin antes recibir de aquel la consabida advertencia: «Man que os pese, la veré». Los amantes se habrían comunicado de manera furtiva hasta el día en que Gonzalo supo del inminente desposorio de Aldonza con un descendiente de los Dávila, momento en que decidió raptarla. Nada más, sin embargo, volvió a saberse de ambos.
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