Ismael Ríos, tumbado, junto con los también oficiales heridos en Annual Ramón Rey, Manuel Rodríguez y Francisco Martínez. MUNDO GRÁFICO

La resurrección del teniente Ismael

Salvajemente torturado por los rifeños, su nombre figuraba entre los muertos en el desastre de Annual hasta que sus compañeros de Valladolid recibieron una carta

Martes, 21 de septiembre 2021, 07:29

No parecía haber ninguna duda. Su nombre figuraba en las principales publicaciones periódicas de la época como una de las muchas víctimas españolas en el desastre de Annual. Le acompañaban en la lista de fallecidos el capitán Felipe Navarro, el teniente Julio Nieto y ... el alférez Pascual Rey. Era el 29 de julio de 1921 y sus compañeros del Regimiento de Infantería Isabel II, en Valladolid, ya habían comenzado a preparar el preceptivo acto de homenaje. Su intención, según recordaría más tarde Rafael Azcárraga, uno de los organizadores, no era otra que «hacer algo que perpetuase tu memoria en este Regimiento, algo que recordase a las futuras generaciones de soldados que un bizarro oficial que llevó estos mismos emblemas sucumbió gloriosamente en los campos de Melilla, dando altísimo ejemplo de cómo se debe morir por la Patria».

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Fue entonces cuando, para asombro de todo el Regimiento, llegó una carta que llevaba la firma del compañero muerto. En efecto, era principios de agosto de 1921 y el teniente Ismael Ríos García, que tan salvajemente había sido atacado y masacrado, les escribía con vida desde el Hospital de Melilla. «Un muerto que resucita», titulaba un periódico regional. Y no era exagerado. Aunque nacido en Ciudad Real en noviembre de 1890, el teniente Ríos era muy conocido y querido en Valladolid, donde había llegado en 1912 para incorporarse a su destino en el Regimiento de Infantería Isabel II. Al año siguiente era elegido por sorteo para formar parte del batallón expedicionario enviado a Larache.

En el Regimiento de Melilla desde agosto de 1920, meses más tarde era ascendido a teniente de Infantería. Los sucesos que desembocarían en el tristemente conocido como «Desastre de Annual» los vivió en la posición de Cheif, a ocho kilómetros de Dar-Drius, donde mandaba una compañía en ausencia del capitán. El 23 de julio de 1921 recibió la orden de evacuar. Salió raudo con los soldados, ocupando un autocamión, pero enseguida fueron atacados por los rifeños. Según el teniente, estaban «envalentonados por lo que conseguían en las posiciones más avanzadas». La primera herida, una bala de mauser en el codo izquierdo, la recibió a cien metros de la posición.

Pese a ello, no abandonó el mando y pudo llegar con la columna a Dar-Drius, donde se incorporó a la que mandaba el general Navarro. Lo subieron en una ambulancia junto a otros catorce heridos. No habían recorrido cinco kilómetros en dirección a Batel cuando fueron atacados por una guerrilla de 30 o 40 rifeños, a las órdenes de Bu-Rahaid, que hasta entonces eran «amigos de España». En el tiroteo murieron el conductor y su ayudante. Luego, una vez parado el vehículo, «asesinaron villanamente a casi todos sus ocupantes». El teniente Ríos apenas tuvo tiempo de coger un fusil, que se rompió a los primeros disparos, por lo que tuvo que emplear su pistola. Ya había gastado los cuatro cartuchos de que disponía cuando lo tumbó un fuerte golpe de porra.

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Desfile del Regimiento de Infantería Isabel II, al que pertenecía Ismael Ríos, en 1915. ARCHIVO MUNICIPAL

Desvanecido en el suelo, se ensañaron con él infligiéndole hasta 28 heridas de gumía, arma blanca similar a la daga y de hoja curva que usan los árabes y en particular los marroquíes. Pero no fue suficiente castigo para quitarle la vida. «Recibí muchos golpes de gumía en la cabeza, en el pecho, en la espalda, y por muerto me dejaron», recordaba días después; «ha sido un milagro (...), gracias, sin duda, a mi robusta naturaleza y a mi buena encarnadura, pues todos los golpes de gumía, especialmente los del costado, fueron calificados de muy graves». Pero aún no había terminado su martirio.

El teniente Ismael Ríos y el sargento Francisco Osses, únicos supervivientes en ese momento, se hicieron los muertos al ver aparecer un nuevo contingente enemigo. Oculto debajo de un cadáver, nuestro protagonista pudo escuchar cómo apuñalaban y degollaban a su compañero. Auxiliado poco después por el comandante de Intendencia señor Armijo, que lo subió a su automóvil, fue conducido al Hospital de Melilla, donde se recuperó de las heridas. Sus compañeros del Isabel II lo agasajaron con una cena el 28 de octubre. Tres años después, ya como teniente coronel, recibió la Cruz de San Fernando.

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Pero aquella «resurrección» de 1921 no evitó la tragedia de 1936. Miembro del Cuerpo de Seguridad desde hacía diez años, al frente de una sección de guardias de asalto reprimió a los obreros en paro que en mayo de 1934 trataron de asaltar el Ayuntamiento de Villarrubia de los Ojos. Por este hecho, y por su actuación contra los huelguistas de octubre de 1934, fue nombrado por el gobierno «Oficial de la Orden de la República». Un «mérito», sin embargo, que tendrían muy en cuenta las milicias republicanas al poco tiempo de comenzar la Guerra Civil, como señala el historiador Juan Carlos Buitrago: detenido el 24 de septiembre de 1936, fue asesinado al día siguiente en Carrión de Calatrava, acusado de ser «enemigo del pueblo». Sus restos están sepultados en el Valle de los Caídos.

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