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La catedral en los años 60. Archivo Municipal
Remedio urgente para no ser una ciudad fracasada

Remedio urgente para no ser una ciudad fracasada

Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·

El proyecto de finalizar la catedral según el modelo original de Juan de Herrera, impulsado en 1942 por la Dirección General de Bellas Artes, resultó un fracaso

Martes, 5 de enero 2021, 07:38

El fracaso de la catedral entraña el fracaso de su ciudad, por lo que, a vista de águila, Valladolid da la impresión de ser una ciudad fracasada». Así de rotundo se mostraba Juan de Contreras y López de Ayala, más conocido como marqués de Lozoya, ante el arzobispo de Valladolid, Antonio García y García. Director General de Bellas Artes desde 1939, el segoviano no ocultaba su predilección por el templo que en su día soñó y proyectó Juan de Herrera en la ciudad del Pisuerga. Por eso en 1942 decidió convocar un Concurso Nacional de Arquitectura cuyo propósito era culminar su construcción conforme a los patrones herrerianos.

«El Norte de Castilla» acogió la idea con verdadero entusiasmo. «La terminación de la catedral de Valladolid es una empresa nacional», titulaba la información publicada en portada aquel 2 de mayo de 1944. Hacía referencia al acto celebrado dos días antes en la Universidad de Valladolid, el cual, supuestamente, daba el pistoletazo de salida a tamaño proyecto arquitectónico.

Dicho evento, protagonizado por el arquitecto Modesto López Otero, glosaba el resultado del citado Concurso Nacional de 1942, convocado para «la solución del crucero de la Catedral de Valladolid y urbanización del espacio que la rodea». Ganado por los arquitectos Carlos de Miguel y Manuel Martínez Chumillas, el segundo premio recayó en el equipo formado por Fernando Chueca, Carlos Sidro y José Luis Subirana; Constantino Candeira, arquitecto provincial de la Diputación de Valladolid, tuvo que conformarse con un accésit.

Dibujo de la catedral de Valladolid en el proyecto que presentó Candeira. A. Español

López Otero resaltó el valor de los tres anteproyectos presentados e hizo hincapié en el cometido superior que los había convocado: «Continuar la obra del gran maestro [Juan de Herrera], tanto en su traza como en su pensamiento, distinguiendo lo falso y agregado para obtener una completa unidad de estilo».

El Norte de Castilla calificó el acto de «trascendental y verdaderamente histórico, encaminado a demostrar la necesidad y posibilidad de la conclusión de nuestro templo catedralicio, del que, como se sabe, solo se han construido los pies del crucero». De hecho, los tres proyectos coincidían en la necesidad de hacer desaparecer el mercado de Portugalete, anejo entonces al templo, pues en su solar proyectó Herrera construir el claustro de la Catedral, y apuntaban, evidentemente, a la forzosa expropiación de algunos edificios inmediatos.

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López Otero se hacía eco del argumento expresado por el marqués de Lozoya en el sentido de que «Valladolid sin catedral o con la catedral incompleta, es una ciudad fracasada», de ahí la urgencia de terminarla. Pero su propósito iba más lejos: «Valladolid tendría además la Catedral del magno renacimiento español. Ejemplar único de una arquitectura única, española, católica y, como tal, original: un monumento, en fin, de universal importancia».

Esto último hacía referencia al ideal franquista de «arquitectura imperial», cuya máxima expresión sería, como es bien sabido, el Ministerio del Aire. Y es que la fascinación del nacional-catolicismo vigente hacia el modelo arquitectónico de Juan de Herrera, en el sentido de considerarlo expresión del imperio católico que se pretendía reedificar, encajaba de lleno con el objetivo impulsado por el marqués de Lozoya de concluir la seo vallisoletana.

Dibujo presentado al Concurso de 1942 por Chueca y Subirana. Arte Español

De ahí que López Otero, lo mismo que el arzobispo de Valladolid y que el rector de la Universidad, Cayetano Mergelina, bautizaran esta empresa como «nacional» e hiciesen un llamamiento imperioso a contribuir a ella. «España entera debe colaborar a esta empresa no solo por contribuir al esplendor del culto católico y a una demostración de fe, sino también por el aliento artístico que impone el restaurar o llenar una omisión, quizá la más importante e interesante en el glorioso cuadro de la arquitectura española».

«Es preciso lanzarse a tal empresa. Castilla ha emprendido otras más grandes y al parecer inabordables. La misma concepción y comienzo de esta Catedral en el Valladolid del siglo XVI, es ejemplo y estímulo, ya que aquella interrupción debiose, entre otras causas, a un declinar de la importancia de nuestra ciudad, que hay que reivindicar», insistía López Otero.

Al hilo de esta conferencia y de la resolución del Concurso de 1942, hasta el 7 de mayo de 1944 el Colegio de Santa Cruz acogió una exposición en la que pudieron contemplarse los anteproyectos presentados, los planos de Juan de Herrera y «una antigua gran maqueta del edificio catedralicio». En la clausura, Francisco Íñigo Almech, comisario general del Patrimonio Artístico Nacional, volvió a insistir en la necesidad y posibilidad de culminar el templo vallisoletano.

Lo cierto es que el Concurso impulsado por la Dirección General de Bellas Artes despertó serias esperanzas en el Arzobispado. El mismo prelado, que, según su propio testimonio, en un primer momento se había mostrado algo escéptico, se mostraba ahora convencido de la posibilidad de culminar la obra:

«Seriamente, no había pensado nunca en la continuación de las obras de la Catedral, hasta que un día, en Segovia, el señor marqués de Lozoya me insinuó la posibilidad de que estas obras se llevasen a efecto. Empecemos con decisión y dentro de algunos años veremos que Valladolid, según expresión feliz del marqués de Lozoya, no es una ciudad fracasada».

Sin embargo, el tiempo fue pasando y poco, o nada, se avanzó en tal sentido. Aunque dos años más tarde el mismo marqués de Lozoya aseguraba al alcalde de Valladolid, Fernando Ferreiro, «que no había abandonado el proyecto de terminación de la Catedral, por el que sentía grandes simpatías», lo cierto es que el fiasco fue total. A lo más que se llegó, a mediados de los años sesenta, fue a culminar la portada del brazo sur y terminar las capillas de este mismo lado, obra, curiosamente, del célebre arquitecto Fernando Chueca Goitia, merecedor, junto a Sidro y Subirana, del segundo premio en el Concurso de 1942.

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