Iglesia parroquial de Cabezuela. Mónica Rico

El regreso de Caín

Segovia, crónica negra ·

De un hachazo en la cabeza, Prudencio mató a su hermano Ricardo cuando éste dormía. Una regañina previa desencadenó la tragedia, que sumió en un profundo dolor a todo el pueblo

Carlos Álvaro

Segovia

Martes, 17 de mayo 2022, 00:03

Vamos, holgazán, que te veo con pocas ganas!» Enojado por la escasa disposición al trabajo que demostraba su hermano menor, Ricardo lo regañó de manera airada.

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-«¡Y mira, lo estás haciendo mal! ¡Maldita sea!»

Ricardo recogió una de las astillas y la lanzó sobre la cabeza de Prudencio.

-«¡Ay! ¡Déjame en paz! Ahora lo acabas tú. Ahí te quedas».

Prudencio se dio media vuelta, anduvo unos metros y se sentó en el suelo, apoyado en la pared. Desde allí observó cómo su hermano terminaba de serrar la última tabla. Estaba nervioso y masticaba impulsivamente, con rabia. Ricardo recogió las herramientas, colocó unos maderos y se retiró a descansar.

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A Prudencio, la idea de acabar con la vida de Ricardo le rondaba la cabeza, quién sabe desde cuándo. Estaba harto de recibir reprimendas, y la bronca que acababan de tener rebasaba el límite de lo humanamente soportable. O al menos, eso es lo que él creía. Así que resolvió pasar a la acción. Transcurridos unos minutos, el joven comprobó que su hermano dormía profundamente recostado sobre un lecho de paja, y aquel le pareció el momento más oportuno. La casa estaba sola, pues el padre todavía no había regresado del campo, donde laboraba a diario. En silencio y con aparente tranquilidad, aunque arrebatado de furor, descolgó el hacha y se colocó delante de Ricardo. Sin pensarlo mucho más, levantó los brazos y asestó un tremendo golpe sobre la cabeza de la víctima, que pereció al instante.

La Guardia Civil detuvo a Prudencio aquel mismo 26 de abril de 1889. El muchacho, abrumado por el peso de la acción que acababa de cometer, se declaró autor del asesinato. Y convicto y confeso llegó al juicio, aunque el periodismo se encargó previamente de airear los pormenores de tan espeluznante suceso: «De otro nuevo crimen, que viene á aumentar el terrorífico catálogo de estos hechos inauditos y que patentiza la desmoralización que mina la sociedad en que vivimos, vamos á dar cuenta á nuestros lectores. En el pueblo de Cabezuela, ha sido alevosamente asesinado con un hacha, estando dormido, el joven Ricardo Gómez Yagüe, de 25 años de edad, por un hermano suyo, que aun no había cumplido los 18», refería «El Faro de Castilla» en su edición del 4 de mayo de 1889.

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Al día siguiente, «La Tempestad» aportaba algo más de luz: «Los hermanos Ricardo y Prudencio Gómez habían quedado el 26 de abril ocupados en casa de su padre, que se hallaba en el campo ganando su acostumbrado jornal, y aun cuando parecía que no había de tener consecuencias una reyerta habida entre aquellos, asaltó, por lo visto, al Prudencio, de 17 años, la idea de tomar tan horrible venganza de su hermano mayor Ricardo, que al verle entregado al descanso en el mismo corral donde trabajaba, cogió un hacha grande y le descargó tan tremendo golpe que le dejó sin vida instantáneamente».

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El sumario se desarrolló con rapidez. El detenido contó que se encontraban serrando unas maderas en la casa paterna cuando su hermano lo riñó al entender que trabajaba con desgana y no lo hacía bien. Incluso llegó a agredirlo con una astilla. «Como el instinto de mal no se detiene cuando la irreflexión logra apoderarse de seres escépticos y descreídos, el Prudencio resolvió llevar a cabo su proyecto», relataba el escrito de conclusión final. La vista de la causa previamente instruida en el Juzgado de Sepúlveda se celebró el día 11 de noviembre de 1889. El fiscal calificó el hecho de asesinato y pidió para el procesado la pena de quince años de reclusión temporal y las accesorias, acusación que sostuvo en un brillantísimo informe por el cual probó que eran de apreciar las circunstancias agravante de alevosía y atenuante de la edad del reo. El letrado Faustino de Torres, que asumió la defensa de Prudencio, pronunció por su parte un discurso hábil, correcto y elocuente, y solicitó una pena de seis años y un día de prisión mayor, así como las accesorias interesadas por el fiscal. Pero el tribunal de derecho hizo suyas las conclusiones de éste y su veredicto se ajustó a la petición del ministerio público: quince años de cadena temporal y las accesorias. El juicio oral comenzó a las doce del mediodía y concluyó sobre las diez de la noche.

Lo ocurrido resucitó en el imaginario popular la vieja historia de Caín y Abel. El crimen fratricida fue ampliamente comentado en la Segovia del momento y sembró el luto y la amargura en el pacífico vecindario de Cabezuela. La tragedia era de magnitud, pues la víctima estaba a punto de casarse con una prima, para lo cual tenía ya iniciados los trámites necesarios a fin de obtener la dispensa.

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«¡Desdichadísimo padre, que ha perdido desastrosamente á sus dos hijos, cuando el Ricardo iba á contraer matrimonio y llevar tal vez al hogar doméstico la indispensable asistencia de que carecían!» («La Tempestad», 5 de mayo de 1889).

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