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El Castillo de la Triste Condesa, en Arenas de San Pedro, a principios del siglo XX. MINISTERIO DE CULTURA
El refugio de la triste condesa

El refugio de la triste condesa

Juana de Pimentel, viuda de Álvaro de Luna, resistió con valentía a las acometidas de la Corona en su castillo de Arenas de San Pedro

Domingo, 12 de julio 2020, 09:26

Una guía de Ávila de 1935 aconsejaba contemplar el Castillo de Arenas de San Pedro a la caída de la tarde, por ser el momento en que «más triste y más bello se encontraba, recortándose en el cielo teñido de rosa en la puesta del sol». Esta histórica fortaleza ha recibido el nombre de castillo de Álvaro de Luna o del condestable Ávalos, pero la denominación que más ha triunfado, por sus reminiscencias melancólicas, cuando no dramáticas, es la de castillo de la Triste Condesa.

Remite este nombre a la figura de Juana de Pimentel, esposa del otrora poderoso Álvaro de Luna y, sobre todo, a su triste peripecia después de quedarse viuda. Situado en pleno casco urbano de la localidad abulense, el castillo no puede desligarse del hito histórico ocurrido en el año 1393, pues fue entonces cuando el rey Enrique III otorgó a Arenas el título de Villa. Se trata de una construcción de estilo gótico que amurallaba la localidad. Lo construyó Ruy López Dávalos, condestable de Castilla, entre 1395 y 1423, con objeto de controlar mejor el extenso territorio concedido por el monarca, que además de Arenas comprendía las localidades de Candeleda, Mombeltrán, La Adrada, Castillo de Bayuela y la Puebla de Santiago del Arañuelo.

Sin embargo, la caída en desgracia de López de Ávalos hizo que la fortaleza fuera a parar al segundo conde de Benavente, Rodrigo Alonso de Pimentel, quien, a su vez, lo aportó como dote en el matrimonio de su hija, Juana de Pimentel, con el condestable Álvaro de Luna, el hombre más poderoso de Castilla -después del Rey- en tiempos de Juan II, viudo ya de Elvira Portocarrero. El matrimonio se celebró en 1431. Se dice, de hecho, que los esposos visitaron varias veces Arenas de San Pedro y que habitaron la fortaleza mientras la suerte les era favorable. También Juan II residió en ella durante una breve estancia en marzo de 1435.

El declive de Álvaro de Luna, víctima del inmenso poder acumulado y de las intrigas de los nobles, marcó el devenir de la construcción. Como es bien sabido, fue en abril de 1453 cuando el monarca ordenó apresarlo y conducirlo al castillo de Portillo, antes de ser decapitado públicamente en Valladolid el 6 de junio. Encerrada Juana en la fortaleza de Escalona, resistió las presiones del monarca de confiscar todos los bienes de su esposo, consiguiendo que le fuesen restaurados, entre otros, Arenas de San Pedro y su fortaleza.

Y es a partir de ese momento, según dicen las crónicas, cuando comienza a firmar todas sus misivas y documentos con el nombre de «la Triste Condesa». También Enrique IV, sucesor de Juan II en el trono de Castilla, trató de doblegar a la viuda de Álvaro de Luna y acaparar todos sus bienes. La peripecia es curiosa: obsesionado con la fabulosa herencia del condestable, el monarca intentó que pasara al nuevo privado, Diego López Pacheco, con el pretexto de casarlo con María de Luna, hija de Álvaro y Juana. Para impedirlo, ésta se trasladó rápidamente al castillo de Arenas y mandó llamar a Íñigo López de Mendoza, conde de Saldaña y nieto del Marqués de Santillana, que apareció de incógnito y trepó por la parte del río. Acto seguido, Juana informaba al monarca del matrimonio entre su hija y el conde, desbaratando así sus pretensiones.

La furia real llegó al extremo de ordenar el secuestro de todos sus bienes, pero Juana respondió con tan ardua resistencia, que hasta sus seguidores se enfrentaron con las armas a los enviados del monarca. La reacción de Enrique IV no se hizo esperar: la desposeyó de todos sus bienes, la sometió a proceso y la condenó a muerte. Finalmente, caballeros y grandes del reino consiguieron el perdón y la merced de la villa y tierra de Arenas en 1462. Aquí permaneció la Triste Condesa hasta su traslado definitivo a Guadalajara, donde moriría en diciembre de 1488. Durante el tiempo que estuvo en la localidad abulense se forjó la leyenda de la afligida condesa que, desesperada y dolorida pero sin perder un ápice de valentía, penaba la muerte de su esposo encerrada en la histórica fortaleza.

«Juana se retiró a vivir a su castillo de Arenas, y a partir de la trágica de muerte de su esposo, se revistió de luto en toda su porte y tren, no volviendo a firmarse ni darse otro título a sí misma que el de la Triste Condesa, el cual revelaba la inmensa pesadumbre que la embargó toda su vida», puede leerse en una historia clásica de Ávila. Juana de Pimentel fue señora de Arenas de San Pedro hasta el 28 de julio de 1464, en que se hizo donación de la villa abulense a su nieta Juana de Luna, condesa de Santiesteban y señora del Infantado. Más tarde, en junio de 1484, se le otorgó facultad para fundar mayorazgo en la villa.

Arenas y su fortaleza pertenecieron a la Casa del Infantado hasta el 6 de agosto de 1811, cuando un decreto de las Cortes declaró incorporados a la Nación todos los señoríos, de cualquier clase y condición. Dominado el castillo por los franceses durante la Guerra de la Independencia y por los carlistas en su enfrentamiento con los isabelinos en 1838, hasta 1905 se utilizó como cementerio. Por esa misma época, el Ayuntamiento vendió terrenos de su cerca y permitió la construcción de viviendas adosadas al histórico edificio, que en 1931 fue declarado Monumento Nacional. En los años 60, con Manuel Fraga al frente del Ministerio de Información y Turismo, se intentó convertirlo en parador. Las obras de restauración comenzaron en la década de los 90.

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