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Las del pulpo y su cuñado
Tiempos modernos

Las del pulpo y su cuñado

El señor Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento me tuvo dos meses trabajando gratis por correr poco y haber gritado ¡libertad!

Paco Cantalapiedra

Valladolid

Sábado, 29 de abril 2023, 00:56

Pasado mañana se celebra en buena parte del mundo civilizado el Primero de Mayo, fiesta del Trabajo que el franquismo convirtió en Día de San José Artesano, que hay que ser meapilas para no llamar a las cosas por su nombre. Estoy seguro de que a estas alturas los sindicatos convocantes y los alternativos estarán terminando de prepararlo todo: desde el servicio de orden al mitin que soltarán al final del recorrido. Si son un poco listos aprovecharán las pancartas del año pasado porque las reivindicaciones de entonces siguen siendo parecidas: «Empleo digno y derechos sociales», «Garantía de nuestras pensiones» o «Esta crisis no la vamos a pagar».

También habrá actividad en el Ayuntamiento, donde estarán analizando la logística que requiere una concentración que obliga a desviar el tráfico, mientras que en la Subdelegación del Gobierno repasarán las medidas para garantizar el orden público y el derecho constitucional a manifestarse. Cuando todo acabe sin mayores consecuencias, los guardias saldrán de escena y muchos manifestantes aprovecharán para tomar una caña o un vino, que también es un derecho.

Esta manera pacífica de reivindicar causas que parecen justas, contrasta una barbaridad con las manifas que en Europa iniciaron en 1968 los estudiantes y trabajadores que estrenaron el Mayo francés llenando de consignas las calles de París y otras ciudades. Como servidor ya era mozo en esa época seguí con envidia (a través de Radio Pirenaica porque los medios españoles no decían ni mu) aquel movimiento de rebeldía, impensable en la España franquista. No obstante, como había que hacer algo, al año siguiente, 1969, participé en la primera manifa de mi vida, y me llevé las del pulpo y su cuñado.

Recuerdo que la misma duró menos de quince minutos y consistió en recorrer la calle Santiago de arriba abajo y desembocar en la Plaza Mayor. Hasta ahí las cosas fueron bien porque pudimos gritar «¡libertad!», que era la única consigna que nos sabíamos, y acceder a la plaza sin problemas porque el guardia municipal era uno que conocíamos como 'el eléctrico', que al ver el grupo tocó el silbato y nos dio paso como si fuéramos un camión de reparto o un colegio de garbeo por la ciudad. Tras el éxito obtenido y convencidos de que al franquismo le quedaban dos telediarios nos fuimos de vinos, y de ahí a casita con el deber cumplido. Lo malo de que el primer 'desfile' nos saliera bien es que intentamos repetir la hazaña por la tarde lanzando los mismos gritos. Sin embargo, algo pasó porque el 'eléctrico' no estaba y la Policía Armada había recibido instrucciones de sacudir estopa. Servidor, patoso que siempre llegaba el último en cualquier carrera, fue detenido en la calle Francisco Zarandona, en un lateral del Mercado del Val.

Trompeta y porra

Aunque eché el bofe corriendo no fue suficiente porque, justo en ese sitio, un jeep lleno de guardias me cortó el paso subiéndose a la acera y del que se apeó un tipo con la porra en una mano y una trompeta en la otra. Como la jornada estuvo lluviosa, el hombre resbaló y se hizo una herida en la rodilla que le puso de tan mala leche que me sacudió indistintamente con la goma y con la corneta, situación que cada vez que se la cuento al más pequeño de mi familia se descojona. La primera parada la hicimos en el cuartelillo de los 'grises', que si mal no recuerdo estaba en la Plaza de Tenerías, donde Javi de la Rosa, que compartía grilletes con un servidor, dijo por los bajinis: «¡aquí nos van a forrar!», cosa que no sucedió porque enseguida nos llevaron a la Comisaría de Felipe II, que sigue estando en dicha calle. Hace poco coincidí a la puerta de la misma con don Juan José Campesino, actual Jefe Superior de Policía, al que pregunté si continúan abiertos los calabozos. «Que va, hombre: las celdas de entonces ahora son archivos. ¿Quieres verlos», «No, muchas gracias, me estoy quitando…».

Nada más llegar nos repartieron por distintas celdas donde pasé la noche tumbado en un poyo de cemento y tieso de frío. Según me contó mi madre al día siguiente, al enterarse por Juanjo Laredo, un colega que corrió más que yo, se acercó a la comisaría con un bocata, que uno de los guardias de nombre Benito no aceptó porque «señora, su hijo está bajo custodia, y cuando tenga que comer ya nos encargaremos nosotros». No necesito decir que no probé bocado en toda la noche, y no por falta de hambre…

Al día siguiente, tuve mi primer encuentro con los policías de la Brigada Político Social, donde uno de ellos me hizo saber que el guardia que se resbaló fue a causa mía «ya que según ha declarado hiciste algo que provocó la herida. Así que, chaval, la has cagao…». De poco me sirvió jurar por mis muertos frescos que me había quedado petrificado junto a la pared, y que el animal de bellota con pistola, porra y trompeta me molió a palos sin miramientos. Según reza el acta que tengo en mi poder, la lesión del agente fue por «culpa del referido Cantalapiedra que hizo un movimiento brusco que provocó la caída del policía que produjo la rotura del pantalón del uniforme que vestía, estimando el valor de dicha prenda en ochocientas cincuenta pesetas». Y lo que es peor: no solo se cayó por mi culpa sino que «se produjo lesiones de las que tuvo que ser curado en la Casa de Socorro de herida contusa en región rotuliana izquierda».

Aquel encuentro con los sabuesos de 'la social' que me interrogaron fue una broma comparado con la suerte que, según recordaba Quique Berzal, mi historiador de cabecera, corrió en ese mismo sitio cinco años después Jesús Cancho, el estudiante de ciencias políticas que falleció al intentar fugarse tirándose «por la ventana a un tejado de la cochera de Jefatura». Lo mío se arregló con una multa de dos mil pesetas, que traducido a euros es una miseria (12), pero en aquella época servidor apenas ganaba mil al mes, de lo que se deduce que el señor Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento, o quien coños lo ordenara, me tuvo dos meses trabajando gratis por correr poco y haber gritado ¡libertad!

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