Mayela
El cronista | Tiempos modernos

Prohibido dar la vuelta a la barca

Sin poner en duda el arte de los dulzaineros, otro gallo cantaría si el intérprete fuera don Teodoro Perucha, 'Pichilín'

Paco Cantalapiedra

Valladolid

Sábado, 26 de agosto 2023, 00:07

Dentro de poco estaremos celebrando las fiestas de San Lorenzo que el nuevo alcalde califica de «referente nacional» para que cualquier persona, sea cual sea su edad, encuentre en Pucela la diversión asegurada. Aunque es posible que las novedades sean escasas, no faltarán los elementos ... más clásicos del jolgorio: los gigantes y cabezudos, el tío Tragaldabas, la Feria de Día, la del Folklore, la del papeo y demás eventos que suelen repetirse ya que la tradición admite pocas novedades, lo cual me parece lógico y normal.

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Cuando servidor era más joven rara vez se perdía los conciertos de la Plaza Mayor, lo que algunos aprovechaban para exigir, gritando, «¡y las jotas, dónde están!», frase de la que me arrepiento, no porque tenga nada contra esa música, sino porque se trataba de una reivindicación que me resulta inexplicable. Es más: de hecho, soy incapaz de tragarme entero (¡y de pie en la plaza!) un festival de dulzaina y tamboril, y menos todavía si lo que se pretende es defender el terruño donde me nacieron. ¿Me emociona la pieza titulada 'Las habas verdes'? Sí, pero no tanto como para encadenarme al Consistorio pidiendo recitales joteros. Sin poner en duda el arte de los dulzaineros, otro gallo cantaría si el intérprete fuera don Teodoro Perucha, 'Pichilín', que como recuerda mi amigo y cronista oficial de la ciudad, José Delfín Val, formaba parte de un grupo de artistas «capaces de entusiasmar a las gentes con su música».

Pero de esos arrebatos se encargarán este año solistas y grupos como Lola Índigo, Freesh Boys o Brian Cross, a quienes no tengo el gusto de conocer ni me importaría morirme sin haberlos saludado. También están previstas bandas como The Blow Monkeys y un Festival de Flamenco que recorrerá distintos barrios. Para que no falte de nada, los aficionados al arte de Cúchares disfrutarán de seis días de toros en la plaza de siempre. No obstante, puestos a elegir algo del programa voto por Tanxugueiras cuando vengan a cantar eso de «rumbambá, rumbambá, con el aire me quedo mamá», que me encanta. Palabra de honor.

Es cierto que el Equipo de Gobierno de don Jesús Julio Carnero ha cambiado varias cosas del programa diseñado por su antecesor don Óscar Puente, pues es sabido que los que entran necesitan marcar diferencias con los que se van y los cambios políticos se notan hasta en el folklore.

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Pero, además de los espacios de chateo, tapas y exposiciones quedan, entre otras cosas, la feria de 'los caballitos', donde los más valientes harán cola para subirse a la última montaña rusa, el 'Inverter', un artilugio que pone bocabajo a quien lo usa, o probar suerte en la Tómbola Antojitos, que el año pasado fue un puntazo gracias a una cancioncilla que se hizo viral en poco tiempo. Estoy seguro de que todos los que visitaron el recinto en 2022 recuerdan eso de «Ya está la rueda girando y los corazones palpitando» y avisando al afortunado: «Y cuándo te pregunten que dónde te ha tocado, tienes que responder: ¡en la Tómbola Antojitos!. Juro que tengo la melodía metida en la cabeza y deseando volver a escucharla porque eso también son las ferias.

Ni que decir tiene que los festejos de 2023 contrastan una barbaridad con los de antes. Servidor, que en el fondo tiene un punto paleto que no me importa llevar de mochila, recuerda a sus colegas del bar Lorenzo que, al menos un par de temporadas, trabajó (es un decir) en una caseta para sacar unas perrillas llevando agua a los feriantes que estaban en el Paseo de Isabel La Católica. Ni que decir tiene que mis amigos se morían de envidia porque no tenían derecho a montarse en nada sin pasar por caja, y para eso hacían falta perras. Cuando interviene en la conversación mi exvecino Perico Robles añade un asunto que servidor había olvidado por completo: el año en el que funcionaron a la vez dos atracciones llamadas La Ola, una de las cuales tuvo un grave fallo mecánico del que resultó herido o muerto un usuario de la misma. El Robles nos recordó a los presentes que la atracción que se libró de ese problema colocó un cartel que decía: «esta Ola no ha tenido accidente», frasecita que a todos nos pareció una canallada porque cosas así le pueden pasar a cualquiera, sobre todo en un tiempo donde las revisiones técnicas no serían tan rigurosas como hoy en día.

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Pero, además de esa atracción, los visitantes podían montarse en los autos de choque, la montaña rusa o aquellas barcas que había que balancear a base de fuerza para demostrar a la chica de tus sueños o al resto de los amigos de lo que éramos capaces. Era tan grande el ímpetu que solían tener a la vista un cartel bien clarito: «Está prohibido dar la vuelta». Hablo de un tiempo en el que lo más común eran esas atracciones y otras como la churrería La Madrileña, el Gusano Loco, las carreras de dromedarios, el Tren de la Bruja y los escobazos que repartían al salir del túnel, los caballitos Ortega o un par de tómbolas: la del Real Valladolid y la de los Hermanos Cachichi, que durante dos o tres semanas repetían sin cesar: «Otro premio, otro regalo».

Aunque ahora parezca mentira, en aquellas tómbolas uno de los regalos más veces repartidos solían ser las «fabulosas torres de cazuelas y pucheros» que algunos visitantes tenían la suerte de llevarse a casa. O los cachavones de caramelo de la marca Parsins, que lleva más de ochenta años endulzando nuestras vidas y dando trabajo a los dentistas especializados en caries. La nostalgia me lleva a ponerme en contacto con alguien de esa marca tan azucarada y logro entablar una brevísima charleta con una chica muy amable llamada Maque que me confirma que siguen haciendo cachavas de dulce, «aunque mucho más pequeñas que las de antes, porque las grandotas que recuerdas apenas tienen salida».

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No me atreví a preguntarla si estarán en el Real dentro de unos días, pero garantizo que servidor lo visitará, porque como dice mi amigo José Miguel Ortega el lugar es un «universo de ruidos, colores, sabores, vértigos y sorpresas que transporta a la infancia a los adultos». Y eso siempre viene bien.

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