El incendio fue «violentísimo y repentino, con tan devastadora violencia», que en menos de dos horas causó enormes destrozos en el edificio. El impacto en la ciudad no se hizo esperar. Y es que, como recordaba este periódico en portada y a cinco columnas, el ... Pradera, pese a su corta edad -apenas diez años desde su inauguración- era ya «un teatro popularísimo, que en pocos años se había incorporado íntimamente a la vida local». A nadie sorprendió, por tanto, que «los vallisoletanos hayan presenciado ayer el siniestro con verdadero dolor».
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Ocurrió hace ahora 100 años, concretamente a las seis y media de la tarde del jueves, 24 de junio de 1920. Los artistas de la compañía de José Bergés acababan de ensayar algunas de las escenas de 'La reina amazona', opereta que se iba a estrenar en la sección vermut, cuando los empleados escucharon sonidos extraños. El cuarto almacén, repleto de cintas de películas, desprendía humo y olor a quemado. A Manuel Pradera Antigüedad, propietario de este histórico edificio situado en el Campo Grande, justo en la zona que hoy ocupa el escudo floral de la ciudad, no le faltó tiempo para abrir la puerta. El humo y el fuego lo inundaron todo. La mala suerte quiso que las mangas de agua que guardaban en el escenario no funcionaran: era previsible, después de diez años sin usarlas. Lo peor fue cuando corrieron a pedir auxilio al servicio municipal de incendios, en la calle de María de Molina, pues el material que llevaron presentaba un estado deplorable: «Al enchufarle en las bocas del jardín, el agua se iba por todas partes», denunciaba este periódico.
Sin apenas medios materiales para frenar el fuego, a la media hora sonó una enorme explosión, provocada por los gases acumulados en el cuarto de películas. La lluvia de cascotes hirió en la cabeza al archivero, señor Nadal, mientras la tiple Carmen Ramos y la corista Conchita Martín, sorprendidas por el humo, salían de sus cuartos con síntomas de asfixia. La detonación hirió también al abogado Manuel Guerra y al labrador Inocencio Ovejero, que andaban por los alrededores, tan atentos como los vallisoletanos que pasaban la tarde en el Café del Pino. Minutos más tarde, una nueva explosión derrumbaba el decorado sorprendiendo debajo del mismo a Pradera: el enorme armazón de madera le golpeó en la cabeza y le provocó quemaduras de consideración en hombros, parte del pecho, espalda y mano derecha. Atendido por los médicos Ramiro Valdivieso y Salvino Sierra, tuvieron que llevarlo a su domicilio particular.
Las bombas de agua tardaron en llegar. El desastroso servicio municipal solo pudo aportar una vieja bomba de vapor y una cuba-automóvil de regar. Fueron decisivas, por tanto, las bombas de agua de la Estación del Norte y del Cuerpo de Intendencia Militar. El público presente abucheó al servicio de incendios, que, incapaz de hacer nada, «estuvo durante largo rato totalmente desmoralizado». Hasta las diez de la noche no pudo extinguirse en fuego. Entre los 13 heridos, muchos de ellos asistidos en la Casa de Socorro, figuraban en hijo del propietario, presa de un ataque de nervios, el comisario de policía señor Izardo, el pianista Eugenio Vilches, el tenor cómico Federico Esqueja, el encargado de las cuentas, señor Boado, y dos miembros del Cuerpo de Intendencia Militar.
El paisaje que dejaron las llamas era desolador: gran parte del segundo edificio, con todo el material y el decorado del escenario, propiedad de la compañía de Bergés, había sido totalmente destruido; también, los camerinos del piso principal, el tablado del escenario, parte de la techumbre y algunas butacas. «Las pérdidas ascienden a muchos millones de duros», aseguraba el periodista, que calculaba entre 25 y 30.000 duros el coste de lo destruido para Bergés. Además, el propietario del Pradera no tenía nada asegurado.
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El desastre incitó la solidaridad de los más allegados: mientras el Teatro Calderón anunciaba que las funciones del día siguiente serían en beneficio de los artistas de la compañía damnificada, el gerente del Teatro Zorrilla, Anselmo Allúe, les ofrecía sus instalaciones para guardar el material que había quedado a salvo. Aprovechando en cierto modo la situación, al mes siguiente Manuel Pradera solicitó al Ayuntamiento que le prorrogase la concesión otros quince años más, petición que el pleno del Consistorio aprobó por 21 votos contra 5. Contra todo pronóstico, dos meses más tarde el Pradera resurgía de sus cenizas como el ave Fénix: gracias a un esfuerzo colosal por parte del propietario, el 14 de agosto de 1920 los vallisoletanos pudieron disfrutar de una función de reapertura que abría la mesosoprano María del Mar, seguida de la danzarina Amparito Medina y, para terminar, un atractivo programa de varietés a cargo de Les Briatore, compañía formada por «tres señoritas, dos caballeros que son malabaristas, acróbatas, saltadores, bailarines, excéntricos, cantantes y concertistas».
Antes de cerrar definitivamente sus puertas el 24 de septiembre de 1967, víctima de la piqueta y de las pujantes ambiciones urbanísticas, en septiembre de 1930 el Pradera inauguró el sistema de cine sonoro y desde esa fecha alternó teatro, zarzuelas y revistas con el cine. De hecho, por su escenario desfilaron artistas de la talla de Estrellita Castro, Soledad Miralles y Amalia Molina.
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