Secciones
Servicios
Destacamos
No me gusta exagerar pero afirmaría que en el bloque donde vivo más de la mitad de los vecinos tienen contratado algún tipo de servicio de limpieza a domicilio. Lo normal es que las personas que se dedican a ello trabajen por horas y en varias casas a la vez contratadas por una cooperativa o empresa de limpieza profesional, que (espero) las tengan dadas de alta en la Seguridad Social. No conozco a ninguna familia que disponga de 'chica' durante toda la jornada, incluyendo la noche, y las que se dedican a este menester visitan las casas asignadas una o dos veces a la semana. A la mía, por ejemplo, viene Rosi todos los jueves y en un par de horas deja el hogar conyugal limpio y aseado para seguir manchándolo. Lo normal es que ella nos pregunte por nuestros achaques y nosotros por su familia, especialmente sus chicos que suelen ir al mismo colegio que los nuestros. Nunca hemos tenido queja de las trabajadoras que han pasado, y siguen pasando, por casa para hacer un curre que podríamos acometer los demás si no fuera por la pereza que dan esas tareas.
Esta manera de ejecutar las labores más coñazo del hogar contrasta una barbaridad con lo que antiguamente se llamaba el 'servicio doméstico' que, según tengo entendido, compartía casa con los señoritos, comía en la cocina y dormía en el 'cuarto de la muchacha', que solía retirarse después de fregar los cacharros de la cena y se levantaba antes que los dueños para repetir la tarea. Eran chicas de servir que empezaban a trabajar con catorce o quince años, muchas procedentes de pueblos y, según dicen, cuando se iban de vacaciones solían volver con un pollo de corral para los señores de la casa. Prometo por mi conciencia y honor que jamás he conocido esta servidumbre en persona; actualmente, porque mi formación social no lleva bien esas cosas y porque su presencia constante me privaría de ver 'Pasapalabra' en calzoncillos y tumbadazo en el sofá, que es la mejor postura.
El que fuera presidente del Tribunal Constitucional don Manuel García Pelayo es el autor de un texto sobre las chicas de servir, que según él eran aquellas mujeres que prestaban «servicios domésticos a una familia a cambio de una remuneración precisa y periódica y que vivían bajo su mismo techo». Cuando comento con mis colegas la reflexión del fino jurista, Luis El Cagueta nos recuerda que su santa madre sirvió en media docena de casas a lo largo de su vida, «y dudo mucho que la pagaran bien en ninguna porque ni había convenios, ni sindicatos ni la madre que lo parió. Eso son cosas modernas que protegen actualmente, pero lo normal entonces era pasarse la vida limpiando lo que ensuciaban los ricachones para llevar a casa cuatro perras y eso sí: alguna camisa vieja o un jersey con coderas». A Luisito, cuando le sale la vena sindical o le paras los pies o acabas gritando consignas en una manifa de Comisiones.
Por si éramos pocos en la tertulia de vinitos mañaneros apareció mi vecino Santiago Redondo, un forofo de la zarzuela que nos da la paliza con uno de los muchos textos que se sabe de memoria, preguntando antes de empezar: «listillos, ¿a que no sabéis quién escribió esto: 'Cuando vine aquí lo primero que aprendí fue a fregar, a barrer, a guisar, a planchar y a coser; pero viendo que estas cosas no me hacían prosperar, consulté a mi conciencia que me dijo: Aprende a sisar'». Antes de que servidor preguntase de dónde había sacado ese texto de Schopenhauer, Santi nos ilustró asegurando que era «el tango de La Menegilda, de la zarzuela La Gran Vía, listos, que no sabéis de nada». Tanto Luis como un servidor le dimos la razón, aunque podía habernos dicho que era la parte menos conocida del vals El Danubio azul: cualquier cosa por quitárnoslo de encima.
Mucho más ajustado al papel que en un tiempo ya lejano correspondía al servicio doméstico es lo que cuenta en su refinado trabajo el expresidente del Tribunal Constitucional recordándonos que en aquellas casas de amas y criadas «había dos espacios claramente delimitados: el de los señores y el de las chicas. Mientras que los miembros de la familia pueden moverse por todas las habitaciones, las tatas están reducidas a la cocina, a su habitación y eventualmente a su cuarto de aseo y a otras dependencias para el trabajo, como habitación de plancha, etc.». Pero aquellas chicas de servir criaban a los hijos de los señores, mantenían la casa como los chorros del oro, vestían de uniforme y cofia y estaban enseñadas a decir «la señora no recibe» con educación y firmeza.
Dicen que aquellas empleadas caseras de la España de los cuarenta-cincuenta sentían la muerte de la dueña y patrona tanto o más que el marido. Hablamos de una época en la que además de la criada los ricos-de-siempre tenían costurera para remendar los calzones del señorito y limpiaban el suelo de rodillas porque la fregona todavía no se había inventado.
Tuvo que ser Emilio Olmedo, el último en incorporarse a la sesuda reunión, que trabajó durante un tiempo de tramoyista en el Zorrilla quien nos soltara parte del diálogo de una obra de Alfonso Paso que los dos nos habíamos aprendido de memoria tras haberla visto ¡veinte veces! entre bambalinas (y por la cara). Era la historia de una señorita que en ocasiones dejaba en un rincón o en el suelo detrás de un mueble una moneda de veinticinco pesetas (cinco duros) a la criada, que cada vez que la encontraba dejaba, junto a esa, otra moneda igual en el mismo sitio. Cuando un día la patrona preguntó qué milagro era ese de multiplicar las monedas, la 'chica de servir' respondió: «usted me dejaba cinco duros para probarme y yo otros cinco para probarla a usted, y todavía estoy esperando a que me devuelva los míos…».
Para no ser menos rememoro aquella frase de Luis Escobar interpretando al marqués de Leguineche en la película de Berlanga 'Patrimonio nacional', cuando se mete en la cama como si estuviera a punto de morirse y dice: «que venga el servicio, que estas cosas les gustan mucho. Que vengan todos, que tengo que perdonarlos». Qué cabrón…
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.