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«Yo comenzaba a no sentirme seguro. El sábado, el día que estalló el Movimiento, fui al Gobierno con Garrote, el que primero fusilaron. Cuando subíamos los bancos del Gobierno Civil, que son muy tendidos, nos adelantó un guardia de asalto... Yo le dije a Garrote: 'Ése va a avisar que ha llegado el momento'. Y recuerdo que añadí: 'Estamos en una raposa'». Eulogio de Vega (1901-1995) era alcalde de Rueda cuando estalló la sublevación militar contra la República. A principios de los años 70, los periodistas Manuel Leguineche y Jesús Torbado lo escogieron para ilustrar un capítulo de su famoso libro Los topos, publicado en 1977. No era para menos: Eulogio, militante activo de la UGT durante la Segunda República, había permanecido escondido en su casa desde pocos días después del estallido de la guerra hasta 1964, cuando un hecho fortuito desveló su paradero.
La entrevista de Leguineche y Torbado arroja datos interesantes sobre la resistencia que los obreros más concienciados opusieron a la sublevación antirrepublicana en la ciudad del Pisuerga; y viene a corroborar no solo la indolencia de las máximas autoridades gubernativas del momento, sino también las escasas posibilidades de las masas obreras organizadas ante un movimiento que venía gestándose meses antes del 18 de julio de 1936. En efecto, cuando ese mismo día medio centenar de guardias de asalto desobedecieron las órdenes del gobierno de dirigirse a Madrid iniciando la sublevación contra la República, Luis Lavín, que había sido nombrado al frente del Gobierno Civil apenas un mes antes, decidió no mover ficha y aguardar órdenes de Madrid.
Eulogio de Vega narra de esta manera la desesperación de los obreros que acudieron a Lavín solicitándole armas para defender la legalidad republicana: «En el Gobierno Civil había cuatro señores de paisano. Insistimos al Gobernador: - Mire usted que la situación es grave, decida usted algo. -¿Decidir?, preguntó. -Nosotros podemos poner toda la juventud al lado de la propia guardia de la República. Hay que guardar el orden. -No hay necesidad de tomar esas medidas –añadió el Gobernador-. Han desembarcado las tropas en Algeciras, pero el Gobierno maneja los hilos, domina la rebelión. Señores, tranquilícense, por favor».
Lavín, que a las pocas horas sería apresado por los rebeldes y fusilado en agosto de 1936, erraba por completo. El 19 de julio de 1936, apenas 24 horas después de la sublevación, ya habían caído en manos de los golpistas la Capitanía General, el Ayuntamiento y el Gobierno Civil. Solo faltaba el principal núcleo de la resistencia obrera: la Casa del Pueblo. El testimonio de Eulogio de Vega es, a este respecto, demostrativo de la precariedad de las organizaciones encuadradas en el Frente Popular para defender la legalidad:
«Un grupo de jóvenes llegaron sofocados con la noticia en la boca: -Los guardias de asalto se han sublevado. Vienen cantando himnos por la calle de Santiago y se les agregan algunos falangistas. Es muy posible que se dirijan hacia aquí, hacia la Casa del Pueblo. Nuestra reacción fue instantánea: -Todo el que tenga armas, que levante el brazo. Contamos unos treinta brazos. Las armas estaban pasadas de moda, eran escopetas de los abuelos y los tatarabuelos, armas inservibles. No estábamos preparados. Nuestra consigna había sido la de no armarse para ahorrar inútiles derramamientos de sangre».
El 18 de julio de 1936, una locución radiada de Francisco Largo Caballero instaba a los obreros a refugiarse en las correspondientes Casas del Pueblo y emprender una huelga general. En Valladolid, cerca de un millar, casi todos militantes de la UGT, siguieron lo ordenado por su líder y corrieron a la Casa del Pueblo. Ésta, impulsada por la formación socialista en 1910, constituía el principal bastión de la resistencia obrera. Ubicada desde 1928 en la calle de Fray Luis de León, concretamente en el palacio de los Marqueses de Valdesoto, un incendio la arrasó en 1931, pero fue reconstruida según el proyecto vanguardista del arquitecto Jacobo Romero. La importancia de la Casa del Pueblo para el movimiento obrero vallisoletano era crucial. En ella tenía su sede la Federación Local de Sociedades Obreras y era uno de los más frecuentados centros de encuentro informal entre obreros y militantes socialistas.
Para ganar en comodidad, los congregados ese día en el edificio abrieron un boquete en una pared que daba a un bar de una casa colindante. Sabían que estaban rodeados por parte del Ejército y la Falange, pero, lejos de rendirse, algunos la emprendieron a tiros. Y es que albergaban una esperanza: alguien les había dicho que estaban a punto de recibir armamento incautado a la Guardia Civil, un armamento que no llegó nunca. «Teníamos la idea de que Valladolid reaccionaría pasivamente al levantamiento o que el Gobierno no perdería el control», recordaba Eulogio de Vega.
Era de madrugada cuando una ametralladora apostada en la torre de la Catedral descargaba a discreción alcanzando la puerta trasera del edificio, que daba a la calle Núñez de Arce. Ya entonces, varios cientos de resistentes habían abandonado el local; algunos no dudaron en entregarse, otros lograron huir por el tejado. Por la mañana del día 19, una pieza de artillería situada en la calle de la Galera Vieja comenzó a lanzar ráfagas contra la puerta delantera. Dos grandes boquetes en la fachada dieron al traste con la resistencia: 448 obreros terminarían siendo detenidos.
«Abandonamos la Casa del pueblo y nos dispersamos. Yo me palpé la pistola que llevaba en el bolsillo. Una pistola autorizada por el Gobierno (...). Si me encuentro de frente con los sublevados, me podrán liquidar inmediatamente, pero moriré matando -pensé-». Eulogio de Vega no necesitó disparar un solo tiro; sin embargo, para escapar de la represión no tuvo más remedio que permanecer escondido durante 28 años en su casa del barrio vallisoletana de la Rubia.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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