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Francisco de Quevedo y Villegas nació en Madrid en 1580: sus padres trabajaban en la corte, por lo que se crió rodeado de cierta suntuosidad. Estudió con los jesuitas y en la Universidad de Alcalá, pero cursó teología ya en la Universidad de Valladolid. Entusiasta de la corte y en busca de construirse un provechoso círculo social, se mudó enseguida con ella, en 1601, y no se marchó de la capital vallisoletana hasta 1606.
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Conocedor de varias lenguas, entre ellas la hebrea o la griega, fue el primero en traducir a Anacreonte al castellano y con ello impresionó al duque de Osuna, al que le dedicó este trabajo. Tras trabar relación con él, acompañó al duque a Sicilia en calidad de secretario y fue parte y agente de varias intrigas y misiones diplomáticas en las repúblicas italianas. Aunque parece que las acusaciones resultaron ser falsas, se le identificó como participante en una de esas intrigas, la conjuración de Venecia. El resultado fue un destierro en la torre de la que era señor, la de Juan Abad (Ciudad Real).
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No obstante, una vez finalizó ese periodo de 'caída en desgracia transitoria', Francisco de Quevedo vuelve a la corte y se relaciona con el nuevo favorito, en el que busca un nuevo protector, el conde duque de Olivares. Se casó -ya en la cincuentena- en 1634, ligera, breve y fugazmente con Esperanza de Mendoza, pues parece que no estaba enamorado (y era bastante misógino), sino que atendía a la voluntad de complacer al conde duque y mantener las formas, como secretario de Felipe IV que era en ese momento.
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La intensa rivalidad que nació en Valladolid sembró de encontronazos las vidas de Góngora y Quevedo. Mientras uno le llamaba borracho el segundo acusaba al primero de judío (lo que, en una época de carácter antisemita, se consideraba insulto). No obstante, el enconado enfrentamiento también colmó sendas obras de un ingenio que basculaba entre lo refinado y lo soez: el cultismo de Góngora contra el conceptismo de Quevedo. La mala relación entre ambos llegó a tal extremo que, ya en la vejez de Góngora, éste tuvo que vender su vivienda en la calle Cantarranas y Quevedo compró la propiedad para poder deshauciarle en 1625.
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El escritor ostentó títulos como el hábito de caballero de la Orden de Santiago (motivo de la enseña que luce en su pechera en la mayor parte de retratos, como mostró también Velázquez en 'Las Meninas'). Cuando Quevedo arriesgó su entonces endeble situación política para mostrar su desaprobación por la elección de Santa Teresa como patrona de España, con una defensa cerrada de Santiago Apóstol, se ganó un nuevo destierro. Esta vez sería en el convento de San Marcos, en León.
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La celda de San Marcos en la que se le encarceló hasta 1643 mermó su salud, de modo que el escritor se retiró ya definitivamente a su Torre de Juan Abad, y permaneció en los territorios colindantes hasta el fin de sus días. Satírico, virtuoso del castellano y extraordinariamente hábil al mezclar registros, sus obras iban al núcleo, al concepto, para desparramarse después en varios significados. Además de sus poemas, no hay que olvidar su 'Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos'. En Valladolid, una calle lleva su nombre, no lejos de la de su amigo Lope... ni de la de su enemigo Góngora.
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