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El poeta y dramaturgo Luis de Góngora nació en 1561 en Córdoba. Como el sistema de apellidos no regía como lo hace en la actualidad, sus padres se llamaban Francisco de Argote y Leonor de Góngora. Si bien su padre era culto, su capacidad económica había venido a menos, pues perdió su herencia en favor de su hermanastro. La familia había estado bajo la protección de Francisco de Eraso, secretario del emperador Carlos, y se rumoreaba que el motivo era un parentesco del poderoso con la abuela del poeta, posibilidad que amargó poderosamente al escritor.
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Con tan solo 14 años y gracias a la intercesión de su tío Francisco de Góngora, el joven es ordenado clérigo y se le concede la ración catedralicia. Su familia le proporciona una florida educación y le envía a estudiar a la Universidad de Salamanca: en la ciudad adquirirá notoriedad como poeta y se ganó la admiración de personalidades como Cervantes con un estilo nunca visto antes. No especialmente inclinado hacia la vocación religiosa, el autor combina en cambio su actividad más temprana con temas y coplas profanos y el disfrute de la vida liviana, las corridas de toros y las fiestas.
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Góngora tuvo en 1603 su medio año vallisoletano, pues le enviaron allí a rendir pleitesía al nuevo obispo de Córdoba. No obstante, en la entonces bulliciosa ciudad encontró varios defectos, que plasmó en sus poemas. Algunos de los 'vicios' que consideró fueron la frivolidad de la corte o la insalubridad de las calles vallisoletanas, como valoraba en el fragmento aquí referido. «Valladolid, de lágrimas sois valle,/ y no quiero deciros quién las llora,/ valle de Josafat, sin que en vos hora,/ cuanto mas día de juicio se halle. / Pisado he vuestros muros calle a calle,/ donde el engaño con la corte mora,/ y cortesano sucio os hallo ahora,/ siendo villano un tiempo de buen talle./ Todos sois Condes, no sin nuestro daño;/ dígalo el andaluz, que en un infierno/ debajo de una tabla escrita posa».
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Una de las mayores aspiraciones de Góngora a lo largo de los años es la de conseguirse un mecenas estable que le permita vivir con holgura y no escatimar en gastos, meta que ve frustrada en varias ocasiones. Al Duque de Lerma le halagaría con versos en un famoso Panegírico, a la espera de que éste intercediera ante Felipe III para que le concediera su tan ansiado cargo de capellán real, objetivo que logra en 1617. No obstante, al poco tiempo el valido pierde la influencia sobre el rey y, aunque Góngora intenta atraerse al Conde Duque de Olivares, este le dará siempre largas.
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Góngora despreció a Lope de Vega -que a su vez y a pesar de cierta animadversión, le admiraba- pero su mayor rivalidad fue la que sostuvo con Quevedo. Ésta se recuerda como la más célebre del siglo de Oro: Quevedo, años más joven que Góngora, se asentó en Valladolid nada más hacerlo la corte. A la llegada del cordobés comenzó a parodiar su estilo cultista bajo el pseudónimo de Miguel de Musa, y ahí nació un enfrentamiento que continuaría en Madrid y a lo largo de sus vidas. Ampliamente recogido en sendas obras, las pullas, las críticas altamente hirientes y los improperios que se lanzaban llegaban a menudo envueltos en sátiras, ironías o versos. Mientras que Góngora se burlaba de la cojera o los anteojos de Quevedo, este hacía lo propio, entre otros, con su famoso 'érase una vez un hombre a una nariz pegado'.
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