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Ya lo decían las máximas autoridades, políticas y académicas, en los fastos del 12 de octubre de 1916: a Valladolid le cabía el honor de haber ejercido un papel crucial en el Descubrimiento de América, no en vano fue «la Corte de aquellos monarcas a cuya protección se debió que los sueños de aquel pobre nauta genovés, Cristóbal Colón, de todos desdeñado y por ninguno comprendido, se trocasen en realidad radiante de aquel acontecimiento magno». Aquella efeméride fue sin duda la más impactante desde que en 1910 comenzara a celebrarse la «Fiesta de la Raza» con periodicidad anual por iniciativa de instituciones diversas.
Claro que el origen hay que buscarlo mucho más atrás, concretamente en los fastos del IV Centenario del Descubrimiento, en octubre de 1892. El contexto del momento no es baladí. Además de coincidir con la última fase de la emancipación americana, circunstancia que animó a recuperar la influencia de España allende el Atlántico, el expansionismo de Estados Unidos generó temor entre las elites dirigentes de América, que no tardaron en declarar su hispanofilia. El 12 de octubre se erigió muy pronto en fecha clave dentro del imaginario patriótico español, pues, como señala Javier Moreno Luzón, venía a recordar que España había sido «cabeza de una amplia comunidad internacional cimentada por la historia y la cultura de una civilización que se llamó, de manera sucesiva, la Raza, la Hispanidad e Iberoamérica».
Se trató, no obstante, de un movimiento impulsado de abajo arriba, pues sus promotores fueron movimientos americanistas de lo más variado, apoyados en todo momento por las autoridades oficiales. A ellos se sumaron países americanos que, como la República Dominicana en 1910 y Argentina en 1917, se apresuraron a celebrar el «Día de la Raza» con el objetivo de estrechar vínculos de amistad basados en una herencia común de cultura y tradiciones. No menos influencia tendría la difusión del ideal regeneracionista tras la derrota española de 1898, pues destacados intelectuales, escritores y políticos del momento situaban en América la clave de la regeneración de España.
La celebración de 1892, preparada dos años antes por el gobierno liberal de Sagasta y de la que se hicieron cargo la Unión Ibero-Americana y la Real Academia de la Historia, adquirió tintes grandiosos en Huelva, donde se llegó a montar una carabela que emulaba a la Santa María y se descubrió un Monumento a los Descubridores en Palos de Moguer. Valladolid no faltó a la cita, pues aquel día se engalanaron todos los edificios públicos, sociedades, círculos y buena parte de las casas particulares, el comercio decidió suspender el tráfico «imponiéndose este sacrificio en honra y gloria de la solemne apoteosis que España entera hace celebrado conmemorando el Descubrimiento de América», la Casa donde se creía que había muerto Colón fue «artísticamente iluminada», y una banda de música, costeada por «la iniciativa particular de un americano que hace tiempo habita entre nosotros gozando de especial estima», tocó en las primeras horas de la noche. Además, una serie de individuos que formaban la «colonia americana» de Valladolid mandó labrar una lápida conmemorativa para colocarla en la Casa colombina.
Con el paso de los años, la celebración de la «Fiesta de la Raza», declarada de carácter nacional en 1918, fue adquiriendo tintes religiosos y militares, en consonancia con el nacionalismo de carácter conservador. La de 1916, por ejemplo, comenzó con una misa en la iglesia de San Benito y la del año siguiente, con otra en la Catedral en la que el magistral, una vez leído el Evangelio, glosó la «empresa religiosa y patriótica» de España en América, recordando a todos los grandes hombres «que ha producido España desde su constitución en la Monarquía visigoda hasta nuestros días», y recreando las «grandezas del ejército cristiano» hasta su labor en América.
Pero el que mejor describió el espíritu que animaba la celebración oficial de la fiesta fue el gobernador civil, que aquel 12 de octubre de 1916, en un acto celebrado en el Ateneo, la calificó de acto «de fraternal solidaridad entre todos los pueblos de estirpe ibera», recordó el papel crucial de Valladolid en la empresa colombina y afirmó que los países americanos conquistaron la independencia porque es «ley de vida y ley de libertad que los pueblos, como los hombres, al llegar a un cierto periodo de desarrollo se emancipan y se gobiernan por sí mismos». De ahí que dichos países guardasen hacia España «un respeto filial considerándola siempre como madre».
Tanto él como el rector de la Universidad, Calixto Valverde, ensalzaron lo que significaba la «Fiesta de la Raza», una manera de «estrechar y alianzar los lazos entre España y aquellos países» en medio de un clima internacional cada vez más ganado por la violencia, recordaron los «vínculos económicos» que podrían beneficiar a ambas partes y animaron a que España, en palabras de Valverde, volviera «a ser madre de aquellos países que nacieron de su sangre y de su raza», una obra «de intenso y provechoso patriotismo» que habría de liderar Castilla.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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