![Historia de Valladolid: La odisea de buscar pareja](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202302/18/media/cortadas/68450843-U130238598646QrH-U190577070488wDD-1968x1202@El%20Norte-ElNorte.jpg)
La odisea de buscar pareja
Tiempos modernos ·
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Si el tema iba por buen camino, cabía la posibilidad de invitar a la pareja en ciernes a un bocata de calamares en La SalveVaya por delante que no frecuento (ni lo pienso volver a hacer) el ligoteo en las redes sociales, que debe estar a la orden del día. Por eso, ignoro si es fácil, difícil o imposible encontrar pareja gracias al móvil o al ordenador de sobremesa, pero la oferta es tan variada que hay que ser muy rarito para no acoplarse con alguien que busque lo mismo que tú. Fue mi sicólogo de cabecera, don Fernando Martín, el que dijo en una conferencia que Internet se ha convertido en el «nuevo casamentero del siglo XXI porque ofrece a cualquiera la posibilidad de encontrar pareja». Dado que servidor ya tiene la suya propia desde hace medio siglo (y muy pocas ganas de meterse en barullos emocionales) ignoro si lo que opina el sabio doctor es real o un cuento chino, pero las posibilidades actuales van por ahí.
Para ver cómo está el panorama amoroso, basta con teclear en el buscador de Google la frase 'ligar en Valladolid' para que, en menos de un segundo, aparezcan casi dos millones de páginas de nombres tan sugerentes como 'Solteros 50', 'eDarling' («dirigido a personas solteras activas y exigentes»), 'Ourtime' (que solo acepta mayores de 50 años «para no tener que esconder tu edad ni volver a mentir para seducir») o 'Quiero rollo', así de clarito: para qué vamos a andarnos con tonterías. No obstante, la que más ha llamado mi atención es una titulada 'Solteros con nivel', que se presenta así: «Si eres un académico, propietario de un negocio u otro soltero exitoso que busca una relación comprometida, Solteros con Nivel es el lugar para estar. Con una base de datos de un millón de intelectuales y académicos de España». Como solía decir mi añorado amigo Luis Laforga «estamos hablando de personas muy principales», grupo social en el que servidor no entraría por más que lo intentara.
Para completar el trabajo de investigación que se necesita para este tipo de artículos, llamo a mi compadre Domingo San José, que se mueve como pez en el agua por las redes sociales y como está soltero seguro que ha intentado pillar cacho alguna vez. «Mira, Canta», me dice, «no se te ocurra buscar pareja en internet; primero, porque si te descubre tu señora chateando en ese plan igual te la prepara; y segundo porque la mayor parte de esas páginas están plagadas de publicidad y algunas de virus». Vamos, que lo prudente es no asomar el hocico.
Todo esto contrasta mogollón con los sistemas de ligar (de intentarlo, quiero decir) de hace medio siglo cuando las posibilidades de tener éxito eran igual de escasas que estas de ahora llenas de falsos perfiles. Aunque han pasado demasiados años todavía me acuerdo de cómo y dónde era posible encontrar pareja en una ciudad tan escasamente dada a la lujuria como aquella Pucela de los sesenta. Si mal no recuerdo, el mercadeo más común para los que siempre andábamos escasos de moneda era pasear arriba y abajo por la calle de Santiago; eso sí: cada género debidamente separado porque tampoco era cuestión de faltar a la moral y a las buenas costumbres. Así, la mayor parte de las chicas iban por un lado de la calle y los chicos por el otro, lo que permitía, como mucho, alguna miradita furtiva y poco más. Si el contacto visual se repetía un par de veces en la misma tarde, había posibilidades de invitar a la moza a tomar un helado en el Salón Ideal, justo donde ahora hay una franquicia de ropa interior cuyas maniquíes están más sugerentes y ligeras de ropa que muchas novias de entonces la noche de boda.
Bocata de calamares
Si el tema iba por buen camino, cabía la posibilidad de invitar a la pareja en ciernes a un bocata de calamares en La Salve, en la calle Veinte de Febrero, y si la cosa progresaba adecuadamente procurar que la siguiente cita fuera en la discoteca Arabesco, en la Plaza de la Universidad, Atómium en Pasión, la Oka en San Felipe Neri, La Cabina en García Morato, el Club 400 en la calle Perú, o El Mesón de los Vientos, Zaratán, donde me pillaron bailando con quien no debía. Con todo, para servidor (entre otros muchos) lo más socorrido eran los guateques en pisos y locales particulares donde se bailaba al son de la música sin que nadie llamara la atención a nadie y sin tener que pagar entrada y consumición porque todos los gastos iban a escote.
En estos últimos sitios el que tenía la varita mágica para que la cosa avanzara era el disyóquey, que por mucho nombre 'britis' se dedicaba a poner música en el tocadiscos, cuyo piloto rojo podía ser la única luz de la sala. De esta tarea solía encargarse el más torpón bailando que, por una vez y sin que sirva de precedente, no era un servidor. La delicada tarea recaía casi siempre sobre mi amigo Rafael Rubio, que nos tenía a todos en sus manos porque manejaba el mando del picú en todo momento y, francamente, no era lo mismo bailar pegados que hacer el gilipollas con un twist. Cuando anteayer nos tomamos un vino, el Rafi me confesó su frustración por haberse pasado la juventud «poniendo discos para vosotros, que eráis insensibles a que yo también tenía pescuezo y necesitaba pegar algún arrimón de vez en cuando».
Por eso, cuando don Rafael Rubio Martín se ponía colaborativo con los que intentábamos ligar pinchaba a Miguel Gallardo cantando 'Hoy tengo ganas de ti', a Los Platters con el lentísimo 'Only you', o el preferido de casi todos los presentes: Adamo y su inolvidable «Mis manos en tu cintura, pero mírame con dulzor / porque tendrás la aventura/ de ser tú mi mejor canción». Lo malo es que si le daba la basca cambiaba los lentos por El Dúo Dinámico con 'Bailando twist' (recuerden: «Lo bailan los muchachos y la gente mayor / pues es el nuevo ritmo que ha nacido del rock / Se pone un pie delante / y ya se puede bailar / Y siente el balanceo de tu cuerpo al girar»), o lo que era peor todavía: Los Pop Tops y su inefable 'Popotitos': una moza que tenía unas piernas que «parecen palillitos». Si llegados a este punto no se producía una bajada de la libido, lo más sensato era sentarse en la nieve en diciembre o refrescarse los testículos en el fregadero.
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