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El Norte
Oda al papel higiénico
Tiempos modernos

Oda al papel higiénico

«Actualmente, programar un viaje de placer o de trabajo obliga a diseñar la ruta, los medios de transporte elegidos y, como mucho, un pequeño botiquín de urgencia»

Paco Cantalapiedra

Valladolid

Sábado, 12 de agosto 2023, 00:26

Soy consciente de que hoy día para moverse por todas partes ya no hace falta dinero porque un pedacito de plástico abre multitud de puertas en cualquier país. El invento se llama tarjeta de crédito aceptada en casi todo el mundo mundial. No importa que nuestro destino esté en cualquier lugar de Europa, América o Extremadura, porque las puertas de todos ellos se abrirán de par en par ante doña Visa, doña American Exprés o similares. Los que nos hemos dado un voltio por el extranjero sabemos lo prácticas que son esas tarjetas que apenas ocupan espacio en la cartera y permiten recorrer el universo sin tocar calderilla y sin necesidad de saber cuál es la moneda del país que visitas. ¿Que vas a Estados Unidos y allí lo que circula son dólares, pues Visa al canto?; ¿que estás en British y se paga con libras, pues tarjetazo? En China, en Vietnam, en Angola…, en cualquier lugar del orbe, el plástico por delante.

Al principio, esta posibilidad de desplazarse sin pasta contante y sonante me llamaba la atención y me preguntaba cómo se apañaría mi caja de ahorros para ir pagando la comida que hice en Bangkok, la merienda de Melbourne, la cena de Singapur, el hotel de las Seychelles y las copas en la sala de fiestas de Madagascar, donde nos cobraron doce mil pesetas por tres cubatas, porque una cosa es pagar sin llevar encima la moneda local y otra no saber cuándo te están metiendo un rejonazo. Pero, en fin, el invento me sigue pareciendo comodísimo porque, en realidad, lo único que hay que procurar es que la tarjeta esté asociada a una cuenta bancaria con fondos suficientes, aspecto que servidor tiene resuelto desde que era un mocoso… No obstante, cuando inicio el viaje me dan los siete males pensando que pierdo o me guindan la tarjeta y tengo que mendigar en la calle para conseguir algo de efectivo y llamar a mi banco español a pedirle que no pague nada hasta nuevo aviso. Todo ello, naturalmente, si consigo hablar con ellos por las diferencias horarias y por tener que entenderme con una máquina infernal que te va guiando: «si desea conocer el saldo de su cuenta, pulse uno; si desea hacer una transferencia, pulse dos; si prefiere ser atendido por un agente pulse tres y espere…». No obstante, reconozco la comodidad y la seguridad que ofrecen las tarjetas pero cuando tiramos de largo sin usar papel moneda deberíamos pensar en el susto que te pegas al regreso viendo los mordiscos que le han dado a tu cuenta bancaria, y más ahora que está todo carísimo.

Esta forma de pagar con una moneda que ni siquiera lo es, contrasta una barbaridad con los numeritos que teníamos que hacer antes si nos daba por cruzar desde España cualquiera de las dos fronteras más próximas que tenemos: Portugal o Francia. Si mal no recuerdo, lo que se estilaba eran los escudos en el primer país y los francos en el segundo: francos franceses, por supuesto que también los había belgas, suizos y algunos otros que ahora mismo no me vienen.

Actualmente, programar un viaje de placer o de trabajo obliga a diseñar la ruta, los medios de transporte elegidos y, como mucho, un pequeño botiquín de urgencia. Esto último lo digo porque un buen amigo, médico por más señas, tuvo hace un par de semanas un percance en forma de cagalera imposible de frenar en un aeródromo de regreso a España. Ni siquiera el afamado doctor vallisoletano Carlos Jiménez se libró de visitar tres o cuatro veces en menos de media hora los retretes del famosísimo aeropuerto Charles de Gaulle que, para mayor desgracia, ese día andaba escaso de papel higiénico. En fin; una situación nada heroica que ni las divisas ni la Visa Platino pudo resolver. Casi se me saltan las lágrimas cuando me confesó que ante la falta de papel «el único recurso que me quedaba era la tarjeta de embarque…». Por respeto a él (y al cariño que le tengo) no le quise preguntar cómo había resuelto aquella hecatombe sobrevenida y si la tarjeta le ayudó en ese momento de soledad…

Cuando tomando unos chatos en el bar de Lorenzo con mis amigos Miguel Cuadrado y Jacinto Cornejo les cuento las desventuras del doctor al que ambos conocen, primero se descojonan de la risa y luego intentan ponerse en la piel del galeno. «Joé, dice el primero, tiene que ser terrible no poder cortar el grifo mientras escuchas por los altavoces la llamada del vuelo que tienes que tomar». Cuando añado que el afectado utilizó un pedacito de su tarjeta de embarque para asearse, el Cornejo, que es un cachondo, nos soltó: «en esas decisiones se nota quién tiene estudios y quiénes no». Los tres nos enzarzamos fantaseando con la mejor manera de limpiarse el trasero, pero hasta aquí puedo leer…

Tras conjurarnos a no seguir escarbando en la odisea escatológica del doctor, recordamos la aventura del primer viaje que hicimos juntos a media docena de países europeos en un momento en el que la vida cotidiana en España era asfixiante a más no poder. En menos dos semanas recorrimos Francia, Italia, Holanda y un poquito de Alemania, lo que nos obligó a solicitar en nuestra caja de ahorros francos, liras, florines y marcos que, aunque parezca de risa, no era una operación sencilla. Primero, porque la entidad bancaria tenía que disponer de las citadas divisas, y segundo porque había que calcular cuántas necesitaríamos para no tener que devolver el resto y pagar por ello. Para evitar sobresaltos Miguelón llevaba los francos y los florines; Jacinto, las liras, y servidor los marcos alemanes.

No obstante, antes del cuarto clarete, el Cornejo soltó una de las suyas: «eso que le ha pasado a tu amigo el médico es por ser un pringao, porque yo, siempre que salgo fuera de España, además de la tarjeta llevo dobladitos en la cartera dos trozos de papel higiénico por si viene el apretón». Como periodista de raza que soy intento arrinconarle preguntando si con esa cantidad tiene bastante para recorrer Europa. «Canta, pareces bobo, hay que rellenar el billetero con el papel que vas encontrando en los retretes que visitas. ¿O es que lo despachan con receta?».

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