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ángel m. de pablos
Valladolid
Martes, 16 de julio 2019, 07:31
Aquel verano de 1969, yo era ya casi un veterano en la redacción de 'El Norte'. Con quince años había publicado mis primeros artículos y había también afrontado trabajos de novato en la selección de artículos para editar cortando teletipo y pegándolo en cuartillas ... para mejor titular. Pero ya con 27 años y cerca de ser padre, mi orgullo me consideraba un redactor más del periódico en un equipo de veteranos que habían hecho de aquel Norte de Castilla «el diario que más circulaba en la región castellana»…
Para conocer todos los entresijos del trabajo, el redactor jefe, es decir, mi padre me pidió que en las primeras horas de la noche le acompañara en el taller donde él, sin más ayuda que su conocimiento de las noticias, maquetaba página a página con el entonces material de impresión: el plomo. Yo estaba pendiente de los teletipos por si surgía alguna cosa importante durante esas horas nocturnas y, en caso de surgir, cortaba, pegaba y se lo hacía llegar al taller donde entre Mario Bedera y Luis Pin lo convertían en el molde que fuese a cualquier sección. Pero, aquella noche parecía tranquila y a las doce mi padre me concedió salida libre:
-Vete a dormir, hoy no creo que haya nada destacado…
Y me fui a dormir a mi casa donde Aurora, como hacía mi madre, me esperaba haciendo ganchillo. Y en el primer sueño estaba cuando sonó el teléfono que cogió mi mujer todavía sin acostar por preparar el desayuno de la mañana siguiente.
-Es tu padre, que vayas al periódico que, por lo visto, ha surgido algo muy importante.
Eran las tres de la mañana y, todavía inmovilizado por el sueño interrumpido, me lancé a la calle camino del periódico mientras la manga riega refrescaba las calles y, de paso, limpiaba la suciedad acumulada durante el día. Entré directamente a los talleres que estaban en la planta baja de Montero Calvo o, si se quiere, del Duque de la Victoria y allí me encontré a mi padre, Ángel de Pablos Chapado, haciendo hueco para la noticia que le había impactado de tal manera como para despertarme de mi sueño y hacerme llegar a tales horas de la noche.
-¿Qué ha pasado para esta urgencia?, le pregunté.
-Que el hombre ha llegado a la luna, me respondió.
Y todavía sin comprender bien la dimensión de aquellas palabras, subí por la escalera interior hasta la sala de teletipos donde el papel ya daba varias vueltas de cuanto había vomitado hasta mi llegada. Fui recortando poco a poco los apartados de los que constaba la noticia, di prioridad a una crónica de la Agencia Efe donde se resumía desde el momento en el que se lanzó el cohete que llevaba a los astronautas con destino a la luna hasta que Neil Armstrong se dio un paseo espectacular y envidiable ante la vigilancia minuciosa y en cierto modo envidiosa de Michael Collins y Edwin Aldrin. Con todo bien pegado en las cuartillas y con un título provisional que luego mi padre, naturalmente, cambiaría bajé al pié de la pletina para que se diera o no el visto bueno y se pasara al plomo con destino a la rotativa.
-¿Y ese hueco que dejas ahí?, pregunte con indudable curiosidad porque el texto ocupaba tan solo parte de un espacio en la primera página y se le hizo pasar a páginas interiores cuando aún había espacio suficiente.
-Desde Efe han ofrecido unas fotografías del Armstrong paseando por la luna…
-Paseando ¿por dónde?, pregunté con evidente incredulidad.
-Por dónde va a ser, hombre… por la luna.
Y sin creerme nada de lo que me estaban contando, subí a la carrera hasta donde la agencia nos enviaba siempre las fotos de última hora, a la espera de esa imagen deseada. En esa espera, escuché el gruñir de la rotativa lanzando su aviso porque estaba funcionando.
-¿Por qué esta tirada?, indagué.
-Vamos a perder los correos, me explicó mi padre, tiramos la primera edición y dejamos la noticia de la luna para la segunda tirada, para la tirada local.
Cuando a las siete de la mañana volvía a casa dispuesto a dormir hasta la hora de comer, con una prueba de la primera página en mi mano y el orgullo de haber intervenido para que el periódico se apuntase a un hecho tan histórico como trascendente, empezaba a comprender el alcance de aquel hecho que nació en la Nasa y todavía ignoraba cómo podría acabar. Los astronautas tenían que regresar a casa y yo no acertaba a saber cómo…
Varios días después, un telegrama de la Dirección General indicaba que El Norte de Castilla había sido el único periódico de provincias que había dado la noticia en el día. Más orgullo por un trabajo bien hecho. Aunque tiempo después Bart Sibrel arrojó cubos de agua fría sobre todo el mundo asegurando que todo había sido una farsa propiciada con la colaboración de Hollywood. Teoría que fue rechazada por círculos científicos y espaciales. De ser cierta la teoría de Sibrel, no tiene razón de ser las palabras del entonces presidente Richard Nixon:
-Es la Semana más grande desde la creación, desde que se extendieron los cimientos de los mares, desde el origen mismo del universo…
El gran protagonista de aquel aventura, o de aquella farsa en todo caso, Neil Armstrong, dijo con motivo del 25 aniversario del viaje a la luna ante un grupo de estudiantes:
-Nosotros solo hemos hecho el comienzo, les dejamos mucho por hacer. Hay muchos avances disponibles para aquellos capaces de quitar una de las capas protectoras de la verdad…
Yo, ante estas circunstancia, solo recuerdo a la Biblia: «No hay nada oculto que no vaya a ser revelado»…
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