Una nueva era industrial a salvo del comunismo internacional
Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·
Franco aprovechó la inauguración oficial de Nicas y Endasa, en marzo de 1950, para arremeter contra el «enemigo exterSecciones
Servicios
Destacamos
Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·
Franco aprovechó la inauguración oficial de Nicas y Endasa, en marzo de 1950, para arremeter contra el «enemigo exterUn solo clamor y un solo nombre: Franco». Tras la vibrante y ardorosa sentencia del periodista latía, en realidad, el comienzo de una nueva era para la ciudad. El fracaso económico de la autarquía obligaba a las autoridades franquistas a adoptar un modelo desarrollista, y Valladolid no sería ajena a este proceso. El arranque de la transformación industrial de la ciudad del Pisuerga, que se había comenzado a fraguar en el segundo quinquenio de los 40 y aún tardaría cerca de veinte años en consolidarse, no podía escapar a la propaganda triunfalista de un Franquismo dispuesto a ajustar cuentas con el «enemigo exterior».
De ahí la apoteosis vivida aquel 2 de marzo de 1950. El mismo Jefe del Estado, Caudillo de España y Generalísimo de los Ejércitos, se encargó de inaugurar oficialmente dos factorías vallisoletanas que simbolizaban el imparable avance industrial de la ciudad, NICAS y ENDASA. El viaje mismo del general Franco desde Madrid vino a expresar ese nuevo aire de modernidad económica forzado por las circunstancias: el Talgo que lo trajo a la ciudad iniciaba ese mismo día, 2 de marzo de 1950, su andadura oficial.
Desde el último vagón pudo contemplar la imponente imagen laudatoria que le aguardaba. Una multitud enfervorizada esperaba en la Estación del Norte desde las 11 de la mañana, abundaban las pancartas de «cariño y adhesión al generalísimo Franco» y los vítores eran ensordecedores. Bajó del vagón a las 11:30 en compañía de nueve ministros, varios subsecretarios y directores generales.
Su primer destino, la fábrica Nitratos de Castilla, S.A. (NICAS), se había construido a cinco kilómetros de la capital, en las inmediaciones de Santovenia de Pisuerga, y había comenzado a funcionar en 1947. Su importancia estratégica era evidente, pues suministraba fertilizantes químicos al agro castellano para mejorar y aumentar su producción.
En el patio central de la fábrica esperaban formados una centuria de la Guardia de Franco, aprendices de la Fábrica Nacional de Armas, de Renfe y de otras empresas, y 4.000 miembros del Frente de Juventudes que saludaban «a su Caudillo» con una enorme pancarta. Pero no era la única. «Con Franco al servicio de Dios y de España», rezaba la de los ferroviarios, y en otra podría leerse: «Contigo y con nuestro trabajo engrandecemos a España». Por si fuera poco, siete escuadrillas de aviones, mandadas por el general jefe de la base de Villanubla, realizaron una llamativa exhibición.
Tras la pertinente bendición por parte del obispo, Franco recorrió las dependencias de la factoría acompañado de los miembros del Consejo de Administración y del director general de la empresa, Enrique Díez Caneja.
Otro tanto hizo en ENDASA, Empresa Nacional del Aluminio, S.A. constituida en Madrid en 1943 con mayoría de capital procedente del Instituto Nacional de Industria. Aquí el recibimiento corrió a cargo de un escuadrón de lanceros de Farnesio, al mando del capitán Francisco Mateos. Además de bendecir y visitar las instalaciones, el jefe del Estado almorzó en su comedor antes de visitar la Granja Escuela José Antonio, «institución que ha de resolver los importantes problemas de la capacitación profesional y del fomento agrícola de nuestra provincia», señalaba El Norte de Castilla.
Pero el momento cumbre comenzó a partir de las cinco y cuarto de la tarde, con la llegada al Ayuntamiento. El editorial de El Norte de Castilla reseñaba gráficamente aquel ambiente: «Un solo clamor y un solo nombre: Franco, dejaba una estola vibrante en el ambiente. Las gentes aplaudían, los niños agitaban sus manecitas, algunas mujeres lloraban. Sí, lloraban. La emoción contenida durante algún tiempo se desataba ante la presencia de Franco, de su sonrisa y de su ademán, mientras cruzaba el paseo de Zorrilla y la calle de Santiago, hasta llegar a las Casas Consistoriales».
La Plaza Mayor, abarrotada de gente, lucía banderas, pancartas y balcones engalanados. Franco pasó a revista a una compañía del regimiento de Infantería de San Quintín, que formaba frente al Consistorio, antes de ser recibido por la corporación municipal en pleno.
Su discurso desde el balcón, ante una multitud entusiasta, vino a expresar el nuevo rumbo adoptado por la economía española en medio de un panorama internacional con el que pretendía saldar cuentas. No faltaron, claro está, referencias al aislamiento a que había sido sometida España al finalizar la Segunda Guerra Mundial, pero tampoco menciones al fantasma del comunismo internacional:
«En esta posguerra, cuando el desvarío llegó a límites inconcebibles, fraguando contra la nación la suicida conjura de nuestros tradicionales detractores, ésta se estrelló con el muro inquebrantable que nuestro Movimiento presentaba (...). Tenía que sumirse Europa en el terror de la esclavitud comunista para que se empezase a comprender la razón de la España nacional (...). En este orden el mundo nos debe una reparación».
Franco culpó a las potencias extranjeras del atraso económico que sufría el país y quiso demostrar los parabienes que habrían de derivarse del esfuerzo exigido a los trabajadores. No había otra forma de generar riqueza: «Se padece un error gravísimo en los sectores más incultos, cual es el de creer que la formación de riqueza sólo favorece a sus directores, cuando a lo que verdaderamente beneficia es a la comunidad, a la nación entera, y especialmente a los que en ella van a encontrar una colocación o un trabajo seguros. Por ello no puede el pueblo español ser indiferente a la creación de riqueza y a la multiplicación del rendimiento de las existentes».
Junto a la agenda de proyectos venideros (repoblación de millares de hectáreas, la colonización de nuevos pueblos y la creación de nuevas viviendas), Franco resaltó las ventajas de trabajar en un país como España, a salvo de la amenaza comunista: «Se trabaja en los talleres y en los campos, y si alguna vez se sufre, otras muchas se ríe y se canta, lo que no es poca dicha en la Europa atormentada el verse libre del castigo apocalíptico que el comunismo entraña, que matando la alegría y la fe extingue con ellas la ilusión».
Fueron catorce minutos de discurso triunfalista interrumpido varias veces por los «vivas» de la multitud. Después, el alcalde de Valladolid, José González-Regueral, comunicó al Caudillo la decisión del pleno extraordinario de 27 de febrero de concederle la Medalla de Diamantes de la Ciudad, máxima condecoración local, y le mostró los proyectos del Ayuntamiento «para el mayor engrandecimiento de la ciudad». Entre ellos, los dos puentes sobre el Pisuerga (el del Cubo y el del Poniente), el futuro mercado del Campillo, el ensanche de la ciudad por la margen derecha del río y el paso para salvar el ferrocarril en el portillo de la Merced.
Antes de partir, Franco fue cumplimentado por una «comisión de ferroviarios» a los que aseguró no solo conocer todos sus problemas, sino prestarles «especialísima atención».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.