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La noticia la publicó este periódico el 12 de febrero de 1941, hace justamente 80 años. Aunque los vecinos del populoso barrio de las Delicias habrían de esperar algunos años para ver definitivamente reconstruida su iglesia parroquial, pasto de las llamas en dos ocasiones -el 22 de marzo y el 18 de julio de 1936-, al menos ya estaba lista la toma de aguas. La arenga del rotativo, henchida del nacionalcatolicismo propio de aquellos tiempos, señalaba que «sobre el mismo solar en que se levantaba el anterior, reducido a cenizas por la barbarie de los enemigos de la Religión y de la Patria, se está levantando con las limosnas de los fieles uno de nueva planta, capaz para cubrir las necesidades de aquella feligresía».
Pero lo cierto es que, aparte de las limosnas aludidas, la recuperación del templo estaba siendo posible gracias al empleo de mano de obra presidiaria, producto de la política franquista de Redención de Penas por el Trabajo. Y ello era debido a que, según testimonios de la época, especialmente del párroco, Mariano Miguel López Benito, ambos incendios habían sido provocados por la «turba anticlerical» del obrerismo socialista. El incendio del 18 de julio de 1936, mismo día del levantamiento militar que provocó la Guerra Civil, arrasó todo el templo al iniciarse en cuatro puntos diferentes; casualmente, quedaron a salvo todos los objetos y ornamentos sagrados.
La falta de pruebas sobre su autoría y el hecho de haberse producido el mismo día de la sublevación contra la República explican que nadie osara cuestionar la versión del párroco. Según Orosia Castán, fue él mismo quien denunció a los dos presuntos autores: Andrés Martín Álvarez, de 18 años y afiliado a la republicana Federación Universitaria Escolar, y su padre, Guillermo Martín Sánchez, de 49 y lechero de profesión. Ambos serían fusilados en la Cascajera de San Isidro tres meses después del incendio. La primera piedra de la parroquia, que vendría a sustituir al modesto edificio levantado en abril de 1911, se puso en la tarde del 2 de octubre de 1937.
Al igual que se hizo en construcciones como el primer estadio de fútbol (el «Viejo Zorrilla»), la guardería infantil de la ribera del Gamboa, las reformas en el Matadero y en la Academia de Caballería o las Escuelas de Cristo Rey, para la nueva iglesia de Nuestra Señora del Carmen se empleó a numerosos reclusos acogidos al sistema de Redención de Penas por el Trabajo, establecido oficialmente el 7 de octubre de 1938 pero cuyo funcionamiento había comenzado un año antes, concretamente en mayo de 1937.
Dicho sistema establecía una reducción de condena a razón de un día por cada jornada de trabajo efectivo y buen comportamiento. Se fijaba así un jornal de 2 pesetas diarias para los peones, de las que 1,5 se destinarían para cubrir los gastos de manutención y otros 50 céntimos serían de libre disposición. Si el preso tenía familia en «zona nacional», su mujer recibiría 2 pesetas y una más por cada hijo menor de 15 años, o mayor pero inútil para trabajar.
En teoría, el salario del preso no podía ser nunca inferior al de un trabajador libre, para evitar así conflictos de competencia. En obras públicas o entidades oficiales se establecían 4,5 pesetas de salario al día, mientras que en entidades privadas se remitía a las normas que al efecto hubiese dispuesto la Delegación de Industria. Los presos se distribuyeron así en Destacamentos Penales, Colonias Penitenciarias Militarizadas, Talleres Penitenciarios, Destinos dentro de las propias cárceles y Regiones Devastadas.
Buena parte de los estudios publicados sobre la Redención de Penas por el Trabajo demuestran que este sistema se convirtió en un auténtico motor para la dictadura franquista, al utilizar gran número de mano de obra barata con la que llevar a cabo la reconstrucción de infraestructuras, municipios, fábricas, etc. Además, la realidad que se vivía en aquellos cuerpos de trabajo penado, de la que apenas quedan huellas documentales pero sí testimonios escritos y orales, era mucho más penosa y cruel que la letra de la Orden de 7 de octubre de 1938.
Durante las obras de la iglesia del Carmen, realizadas según el proyecto del arquitecto Ramón Pérez Lozana, falleció en accidente un obrero. La inauguración de la toma de aguas, aquel 11 de febrero de 1941, fue celebrada en el barrio con una misa solemne, una comida y discursos del párroco y del arzobispo, Antonio García y García. Este mismo asistiría también a la inauguración y bendición de la parroquia, el domingo 5 de julio de 1942, que estuvo amenizada con el traslado procesional al nuevo templo del Santísimo Sacramento desde el local que había servido de capilla durante las obras, situado en las antiguas escuelas parroquiales.
Hasta abril de 1949, fecha definitiva de la finalización de los trabajos, el patrimonio de la iglesia se fue completando el patrimonio con las imágenes del Cristo de la Buena Muerte y la de Nuestra Señora de la Soledad, y con el altar del Sagrado Corazón de Jesús. Poco tenía que ver este nuevo y flamante edificio con aquel más sencillo de 1911, pues, a decir de este periódico, ahora tenía capacidad para un millar de personas en la nave central y otras 300 en las capillas laterales los días de grandes solemnidades.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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