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«En los campos de la antigua y principal ciudad de León hubo una pastora, llamada Diana, cuya hermosura era extremadísima sobre todas las de su tiempo. Parecía haber copiado la galanura de aquellas vegas y las gracias de las aguas de sus ríos». De este modo describía el poeta Jorge de Montemayor a la protagonista de su famosa obra, 'Los siete libros de Diana', un clásico de la literatura pastoril de mediados del siglo XVI, el más célebre y leído de su tiempo.
En el arranque del primer libro se narran los amores imposibles del pastor Sireno hacia Diana, sobre todo tras la forzada marcha de aquel fuera del Reino: «Como la pastora quedase muy triste por su ausencia, los tiempos y el corazón de Diana se mudaron, y ella se casó con otro pastor llamado Delio, poniendo en olvido el que tanto había querido. El cual viniendo después de un año de ausencia, con gran deseo de ver a su pastora, supo antes que llegase cómo era ya casada», resume un autor decimonónico.
El magnetismo que desprendía la musa de Montemayor explica que muy pronto surgieran todo tipo de elucubraciones sobre su identidad y lugar de nacimiento. Hasta el mismísimo Lope de Vega terció en la cuestión señalando, en su 'Dorotea', que «la Diana de Montemayor fue una dama de Valencia de Don Juan, junto a León; y Esla, su río y ella serán eternos por su pluma». En efecto, una vez recopiladas las referencias más importantes, Teófilo García Fernández lo refrendó en su clásica 'Historia de la villa de Valencia de Don Juan', de 1948: la Diana de Montemayor era, en realidad, Ana Muñiz, bellísima leonesa de la localidad referida, y «vivía en 1594 en su casa de la calle Mayor, en cuya fecha tal vez ya no vivía su marido».
Y es que la fama de 'Diana' entre sus coetáneos llegó a tales extremos, que, según recoge en un texto clásico Manuel de Faria y Sousa, durante un viaje de regreso desde Portugal a la Corte, realizado en enero de 1602 con parada en León, los reyes Felipe III y doña Margarita no dudaron en buscarla. Sobre todo después de que el marqués de las Navas les hubiese informado sobre el origen leonés de la mujer a la que tanto había amado Montemayor, la inspiradora de su gran obra.
Cuenta el relato, trufado sin duda de retazos fabulados, que el monarca, dispuesto a encontrarla como fuera, encargó a sus alguaciles averiguar el paradero de la misteriosa dama. Uno de ellos descubrió que su verdadero nombre era Ana Muñiz, que residía en Valencia de Don Juan y que todo el pueblo la conocía como «Bella Ana o Ana Bella».
Los reyes, remata la historia, no se habrían contentado con recibir información tan precisa, sino que, durante su viaje de regreso a la Corte, habrían parado en la villa leonesa para hablar con ella. Llegaron a entrar en su casa de la calle Mayor, encontrándose entonces a una mujer entrada ya en años, casi anciana pero aún bella y, sobre todo, muy discreta. Aseguran que hablaba muy bien.
Estudios posteriores, hasta el más actual de Jesús Fernando Cáseda, han profundizado más en la musa del poeta: Ana Muñiz había contraído matrimonio con Francisco de Valencia Colodro, un noble nacido igualmente en Valencia de don Juan que fundó mayorazgo para su hijo. La familia de Ana hizo otro tanto fundando una capilla en la iglesia de Nuestra Señora del Castillo Viejo.
A través de la documentación disponible en el Archivo de la Real Chancillería, Cáseda descubrió que nuestra protagonista debió de enviudar hacia 1596 y que su matrimonio no fue del todo feliz, debido fundamentalmente al carácter violento y litigante de su marido, como demuestran diversos procesos judiciales en los que se vio envuelto. Todo lo cual le lleva a otorgar verosimilitud al argumento de la famosa novela pastoril: al igual que Diana, que en la obra aparece «malcasada» con Delio, un hombre «rico de los bienes de fortuna» pero sin virtudes cortesanas, Ana Muñiz habría soportado un difícil matrimonio con Francisco de Valencia, noble de buena posición económica pero pendenciero y de comportamiento poco cortés.
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