Borrar
Consulta la portada del periódico en papel
Calle de Alfonso XII y Regalado. Archivo Municipal
Las mujeres toman las calles contra la subida del pan

Las mujeres toman las calles contra la subida del pan

Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·

La jornada del 8 de marzo de 1904 resultó dramática: las protestas contra la carestía de la vida se saldaron con la muerte de un muchacho de 15 años

Martes, 3 de diciembre 2019, 07:18

Hace muchos años, desde 1874, que no había presenciado Valladolid un espectáculo tan triste como el de ayer, calles desiertas, comercios cerrados, industrias suspendidas, violenta y continua crepitación de las armas de fuego, sangre derramada en pleno arroyo, una vida que se roba a la humana actividad y un estado de paz que se derrumba por no bien definidas causas».

El periodista de El Norte de Castilla trataba de transmitir al lector, lo más fielmente posible, la atmósfera de caos y terror vivida en Valladolid aquel 8 de marzo de 1904. Una ciudad tomada por la protesta urbana, acuciada por la crisis inflacionista y golpeada, además, por la carestía de la vida y el fantasma del paro. ¿Qué había ocurrido?

Los historiadores suelen contraponer las formas modernas de protesta, que asimilan fundamentalmente con la huelga, a las denominadas «arcaicas y espontáneas»; estas últimas siempre estuvieron vinculadas a la carestía de los artículos de primera necesidad, especialmente del pan, así como a las crisis de trabajo durante los meses de invierno; en Valladolid, como en otras ciudades españolas del momento, estos conflictos de carácter arcaico los protagonizaron, fundamentalmente, las mujeres. Así ocurrió aquel mes de marzo de 1904.

Calle de Santiago. Archivo Municipal

Para entender lo sucedido habría que remontarse dos meses antes, cuando los panaderos, reunidos en junta general, decidieron responder a la alta cotización del trigo con la subida del precio del pan hasta los 37 céntimos el kilo. De inmediato, periodistas y políticos pulsaron la indignación social generada por tamaña medida, a todas luces desproporcionada, y dieron el primer toque de atención: «Esperamos que no se perpetúen estos aumentos o que incluso bajen el precio de este bien tan necesario en caso de que haga lo mismo la cotización del trigo». Era más una petición que un deseo, pues bien sabía la «gente de orden» que con el pan de los pobres es preferible no jugar.

Pero la terquedad no entiende de alarmas sociales y treinta días después, los fabricantes de pan anunciaban otra nueva subida: 40 céntimos el de primera clase y 35 el de segunda. «Y así hasta que no se abarate la cotización del trigo», alertaban. Fue la última y definitiva gota: el vaso de la paciencia se desbordó y el 8 de marzo, una multitud de obreros indignados, mujeres y niños armados con piedras tomaron las calles en una especie de asalto popular indiscriminado.

Y eso que un día antes, cerca de doscientas mujeres se habían dirigido hacia el Gobierno Civil y el Ayuntamiento al grito de «pan y trabajo»; las palabras amables del alcalde, carentes de cualquier compromiso real, azuzó aún más su malestar: en procesión multitudinaria y reivindicativa se dirigieron desde la Plaza Mayor hasta el Campillo de San Andrés. Los primeros enfrentamientos con las fuerzas de orden público tuvieron lugar en la calle Panaderos y en la Cruz Verde.

Similar fue el resultado de la entrevista mantenida por la tarde con el gobernador civil, a pesar de que este se comprometió a controlar el precio del pan; las mujeres siguieron manifestándose y protagonizando nuevos enfrentamientos con las fuerzas de orden público, incluso arremetieron contra el alumbrado público y llegaron a apedrear la casa del alcalde Vaquero Concellón, situada en la calle de la Lencería. El único remedio acordado por el regidor consistió en la distribución de 5.900 panes en la planta baja del Consistorio, «en tanto duren las actuales circunstancias».

Un carro de reparto recoge pan en una panadería. Archivo Municipal

Pero lo peor estaba por llegar. Aquel 8 de marzo de 1904, las calles de Valladolid se transformaron en un auténtico desierto. Comercios cerrados, industrias suspendidas, escaparates apedreados... y disparos. Desde por la mañana, las mujeres volvieron a concentrarse, 600 en total, esta vez delante de la Facultad de Medicina.

En respuesta a las cargas de las fuerzas de orden, la muchedumbre asaltó la armería de Luis Iznaola, en la calle Cebadería, y se proveyó de todo tipo de armas y municiones. Los amotinados arremetieron contra ciertas tiendas pero también contra los agentes de seguridad. El temor cundió entre los viandantes, sobre todo ante el estrépito de los disparos efectuados por los guardias, que de este modo respondían a las pedradas lanzadas por niños, hombres y mujeres. De hecho, a punto estuvieron de herir a una señora de avanzada edad que nada tenía que ver con los incidentes. El arrojo del señor Benavente, señalaba con inflamado tono heroico el cronista de El Norte, la salvó del peligro.

Las calles de Cánovas del Castillo, Regalado, Leónide, Catedral y Núñez de Arce fueron tomadas inmediatamente por la guardia civil. Una hora entera duraban ya los tiros y los apedreamientos, especialmente intensos entre la calle del cardenal Cascajares y la Catedral, cuando sucedió lo peor.

Desde la esquina que formaban las calles Duque de la Victoria y Alfonso XII, un muchacho de apenas quince años profería insultos contra los guardias y les lanzaba piedras armado con una honda, mientras sus compañeros le aprovisionaban con proyectiles que arrancaban del pavimento.

Calle de Santiago. Archivo Municipal

De pronto, una bala rebotada le hirió en la pierna. Lejos de amilanarse, el muchacho se refugió en una esquina próxima y siguió con su particular ofensiva. Y fue entonces cuando un proyectil de maüser le atravesó la cabeza. Su cuerpo sin vida se desplomó al instante; los compañeros gritaban y las calles enmudecían. El fuego cesó. La víctima adolescente se llamaba Santiago Maniega, tenía su domicilio en Palencia y pertenecía a una familia de silleteros; le apodaban «Pepinillo» por la peculiar forma de su cabeza, achatada por los lados.

Los guardias civiles permanecieron quietos. La multitud de pobres enfurecidos se acercó al cadáver, lo desnudaron de medio cuerpo para arriba y lo condujeron en triste procesión por la Plaza Mayor, calle de Santiago y Acera de Recoletos. Incluso lo llevaron hasta las puertas del periódico local, depositaron su cadáver en la acera y pidieron una crónica exacta de la tragedia. Así se hizo. Luego se dirigieron a la Estación y, tras un enfrentamiento con un escuadrón de Lanceros de Farnesio, dejaron el cuerpo en una de las salas de espera.

A las cuatro de la tarde, varias unidades militares se desplegaron por los puntos neurálgicos de la ciudad hasta que lograron restablecer el orden. De los enfrentamientos resultaron heridos una joven de 15 años, un muchacho de 17 y una mujer de 40. Aunque la tranquilidad volvió a reinar en las calles, las causas de fondo de tamaño malestar continuaban amenazantes. Los bajos salarios y la carestía de la vida planeaban como negras sombras por las calles de una ciudad tradicionalmente tranquila.

El Norte relató la trágica jornada

La edición del 9 de marzo de 1904 de El Norte de Castilla dedicaba su primera página a describir minuciosamente la revuelta popular que tuvo lugar en la capital vallisoletana. El joven muerto, la exhibición del cadáver, la retirada de la Guardia Civil cuando los manifestantes, al quedarse sin piedras para lanzar, arremetieron contra las fuerzas de orden público, la aparición de un joven con una pistola «que no tenía gatillo». En esa fecha el periódico costaba 5 céntimos, el pan de primera clase, 40.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla Las mujeres toman las calles contra la subida del pan