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Exposición del cadáver de Benedicto XV en la capilla ardiente del Palacio del Vaticano. NUEVO MUNDO
La muerte del Papa pacificador

La muerte del Papa pacificador

Benedicto XV, fallecido el 22 de enero de 1922, intentó poner fin a la Primera Guerra Mundial y declaró a la Virgen de San Lorenzo patrona de Valladolid

Martes, 25 de enero 2022, 00:11

Era lógico y previsible que todas las campanas de las iglesias tocaran a muerto aquel 23 de enero de 1922, que los funerales en la Catedral se prolongaran durante tres días seguidos y que la prensa se declarase consternada por la muerte del Papa. Pero lo que tocó la fibra más sensible de los vallisoletanos fue la identidad del pontífice: Giacomo della Chiesa no solo había hecho ingentes esfuerzos para frenar la guerra mundial, sino que era el principal artífice de la declaración de la Virgen de San Lorenzo como patrona de la ciudad. Benedicto XV murió a las seis de la mañana del 22 de enero de 1922, hace ahora cien años, pasando a la historia como el «Papa pacificador».

Nacido en Génova el 21 de noviembre de 1845, antes de ingresar en el seminario se doctoró en Derecho para satisfacer los deseos de su padre. Por eso cuando ocupó el arzobispado de Bolonia, en 1907, atesoraba ya una merecida fama de hombre culto y diplomático. En parte la había labrado junto al cardenal Mariano Rampolla, su principal valedor en el servicio diplomático de la Santa Sede y nuncio de España entre 1882 y 1887. Rampolla llegó a nombrarle su secretario y como tal actuó durante su estancia española, distinguiéndose por el ejercicio de la caridad. Cuentan, de hecho, que al futuro Benedicto XV llegaron a apodarle los pobres españoles «el cura de las dos pesetas», por ser ésta la cantidad que solía dejar en limosnas.

Lo eligieron Papa el 3 de septiembre de 1914, tras diez sesiones en el cónclave. Apodado «Il Picoletto» por su escasa estatura, el sucesor de Pío X hizo gala de humildad al elegir la Capilla Sixtina, y no la Basílica de San Pedro, para su coronación. Él mismo expresó su deseo de que «en el luto en que la guerra ha arrojado a la humanidad sea excluido cuanto pueda tener aspecto de fiesta». En efecto, un mes antes había estallado la primera gran conflagración mundial y Benedicto XV no ahorraría esfuerzos para intentar que las naciones enfrentadas se reuniesen para negociar la paz. Un esfuerzo tan loable como fracasado.

La apuesta por el derecho y la justicia y la condena de la violencia fueron los principales argumentos de su primera encíclica, 'Ad beatissimi apostolorum principis', de noviembre de 1914, así como de numerosas alocuciones y negociaciones en torno al gran drama de aquella Europa. Deseaba una paz justa y duradera sin vencedores ni vencidos, y a tal fin no solo propuso la famosa tregua de Navidad de 1914, sino que redactó una ambiciosa «Nota de Paz», fechada el 1 de agosto de 1917, en la que, además de referirse al conflicto mundial como «inútil masacre» y «espantoso espectáculo», propuso siete puntos sobre los que acordar el final de las hostilidades.

Comenzaba con la evacuación del norte de Francia y de Bélgica y la restitución a Alemania de sus colonias, recordaba la necesidad de alcanzar «disposiciones conciliadoras» que tuviesen en cuenta «las aspiraciones del pueblo», examinar las cuestiones territoriales pendientes entre Francia y Alemania, Austria e Italia, así como los problemas relativos a Armenia, los Balcanes y Polonia, proponía una renuncia recíproca a las indemnizaciones de guerra, con excepción del caso de Bélgica, la libertad de los mares, la reducción de armamentos y la institución del arbitraje internacional obligatorio para, confiando en la fuerza suprema del Derecho, evitar futuras violencias.

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Ningún mandatario, sin embargo, le hizo caso. Hubo incluso sacerdotes de renombre que despreciaron en público sus propuestas de paz. Aun así, por orden de Benedicto XV se instaló en el Vaticano una Oficina de Información para buscar desaparecidos y conectar internados y prisioneros con sus familias, mientras decenas de prisioneros inválidos eran intercambiados o recluidos en la Suiza neutral. Aunque su encíclica 'Quodiam diu', de diciembre de 1918, celebraba el final del conflicto, el Tratado de Versalles fue juzgado desde instancias vaticanas como un acto de venganza más que de sincero deseo de paz. Así lo expresó en 'Pacem Dei munus', de mayo de 1920.

Cuando a principios de 1922 una bronquitis comenzó a agravar su estado de salud, en Valladolid se celebraron rogativas por el Pontífice que había declarado a la Virgen de San Lorenzo patrona de la ciudad. El día 20, sin embargo, se le diagnosticó una neumonía de la que moriría dos días después. Como decía este periódico, «no olvidarán los hombres su actitud, tan cristiana como inteligente, durante la guerra europea logrando que se reconociese por todos los beligerantes que se había mantenido en una zona suprema de neutralidad».

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