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Evolución del verdugado a la crinolina según una revista del siglo XIX. El Norte

La moda que horrorizó a la Iglesia y triunfó en Francia

El 'verdugo' o 'verdugado', inventado en Valladolid en el siglo XV según Hernando de Talavera, fue condenado por el obispo porque lo consideraba lujurioso

Enrique Berzal

Valladolid

Martes, 28 de noviembre 2023, 00:14

El dato apareció publicado en 1477 en el famoso 'Tractado provechoso que demuestra cómo en el vestir e calçar comúnmente se cometen muchos pecados y aun también en el comer y en el beber', de fray Hernando de Talavera, fraile jerónimo que, además de prior en el monasterio de Santa María del Prado, fue confesor y consejero de la Reina Católica y primer arzobispo de Granada. El objetivo principal era reprobar los abusos y deslices que cometían las mujeres en sus vestidos y aderezos. Y uno de ellos, quizás el más peligroso para el fraile, era el uso del llamado 'verdugo', 'verdugado' o 'verduguillo', una saya interior cuya principal característica era el uso de mimbre o ramas -después tela-, que, al ir decreciendo de cintura hacia abajo, daba un aspecto acampanado.

Según Talavera, «el tal traje maldito y muy desonesto, dicen que en esta villa [de Valladolid] hovo comienzo o fue luego aceptado, usado e favorescido». El 'Tesoro de la lengua castellana o española' de Covarrubias lo define como una «saya a modo de campana, toda de arriba a bajo guarnecida con ribetes que por ser redondos como los verdugos del árbol y por ventura de color verde dieron nombre al verdugo». No fue el único que recibió. Según los cronistas del siglo XIX, en sus diferentes versiones lo llamaron «caderas» por lo mucho que abultaba, «tontillo» por ser una expresión que entonces significaba «redondo o vacío a modo de media naranja», «polleras» por parecerse a «las canastas inversas en que se crían los polluelos», y «guarda-infante», es decir, «cuidado con el infante», pues se creía que era causa de muchos abortos.

Esto último explica el ataque que recibió por parte de la Iglesia, hasta el extremo, señala Talavera, de que el obispo de Valladolid ordenó que «so pena de excomunión no trajesen los varones ni las mujeres cierto traje deshonesto, los varones camisones con cabezones labrados, ni las mujeres, grandes ni pequeñas, casadas ni doncellas, hiciesen verdugos de nuevo ni trajesen aquella demasía que agora usan de caderas, y a los sastres que no lo hiciesen dende en adelante so esa misma pena». Además de achacarle «la grande esterilidad con que Nuestro Señor castigó a sus pueblos este dicho año», los enemigos del verdugo lamentaban que algunas mujeres, a imitación de lo hecho en su día por Juana de Portugal, esposa de Enrique IV, lo usaran para disimular embarazos no deseados.

También lo tildaban de «feo» por lo anchas y gruesas que hacía parecer a quienes lo usaban, y, como ha escrito Ana Velasco Molpeceres en su magnífica 'Historia de la moda en España. De la mantilla al bikini', consideraban que alimentaba la lujuria de los hombres por descubrir las piernas, y la de las mujeres «porque al tener mucho paño e ir forrado en la zona de las caderas, calentaba demasiado, impidiendo guardar la debida castidad y perjudicaba la castidad y el embarazo». Sin embargo, no parece que las advertencias de la Iglesia tuvieran mucho efecto, pues la moda del verdugo se impuso entre las mujeres españolas, hasta el extremo de estar en boga, en sus diferentes versiones, durante cerca de dos siglos.

Diferentes imágenes de mujeres con miriñaques en el siglo XIX. EL NORTE/MINISTERIO DE CULTURA
Imagen principal - Diferentes imágenes de mujeres con miriñaques en el siglo XIX.
Imagen secundaria 1 - Diferentes imágenes de mujeres con miriñaques en el siglo XIX.
Imagen secundaria 2 - Diferentes imágenes de mujeres con miriñaques en el siglo XIX.

De hecho, en numerosas publicaciones del XIX se asegura que el verdugo pasó de Valladolid a Francia, donde, por analogía, se le llamó «vertugadin», desatando igualmente la ira clerical y siendo prohibido por los edictos reales. Pese a todo, resistió y triunfó, se recuperó en el siglo XVIII bajo el nombre de «panier», y se adoptó en otros países como Alemania e Inglaterra. Entretanto, el Madrid de Felipe IV tuvo que tomar cartas en el asunto y una disposición fechada en 1639 solo permitió el uso del verdugo a las prostitutas, pero con restricciones: no podían exceder de «cuatro varas de ruedo» y debían usarse con «chapines que no bajasen de cinco dedos».

A partir de los años 40 del siglo XIX, cuando en Francia se impone la «crinoline», variante moderna del verdugo, en España se adopta con el nombre de crinolina o «miriñaque», un artilugio que ahueca las faldas de la mujer hasta su máxima expresión y que triunfa a partir de 1860. «Este utensilio se nos ha metido en casa sin que se le haya podido echar de ella ni por buenas ni por malas», informaba este periódico en 1865, pues el uso del miriñaque se había generalizado «en todas las clases y edades sin otra alteración que las variaciones de forma que le hace adquirir la moda».

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