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Reconocimiento y desinfección de viajeros en la Estación de Madrid a causa de la epidemia de gripe. El Norte
Miles de muertos por la 'gripe española'

Miles de muertos por la 'gripe española'

Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·

La epidemia, especialmente dura a partir de septiembre de 1918, se cobró más 3.000 vidas en la provincia

Martes, 11 de febrero 2020, 08:17

Puede parecer una paradoja, pero fue precisamente la libertad para informar, sin apenas cortapisas ni censuras, lo que terminó por endosar el calificativo de «española» a la durísima epidemia de gripe desatada en Estados Unidos en la primavera de 1918, rápidamente extendida por Europa.

Entre 50 y 100 millones de personas perecieron en todo el mundo a causa de una epidemia que se recrudeció sobremanera a partir del mes de septiembre, un 2,5%-5% de la población mundial. El primer brote de gravedad se registró en marzo de 1918 en Kansas, desde donde pasó a Europa. Eran tiempos duros, los de una Primera Guerra Mundial que aún duraría unos meses más. La firma del armisticio de paz, en noviembre, coincidiría con el final de la epidemia.

La neutralidad española en el conflicto explica que en nuestro país se informara con mayor libertad sobre el asunto, de ahí la injusta denominación de «gripe española». Varios autores señalan que españoles y portugueses se contagiaron en tierras francesas, adonde habían acudido como mano de obra necesaria ante los rigores de la contienda.

El origen de la epidemia en Valladolid, en el mes de mayo, no está tan claro como se piensa: mientras que la prensa hacía responsables del contagio a los soldados portugueses que llegaron a Medina del Campo desde el país vecino, el jefe de Sanidad de la provincia, Román García Durán, aseguraba que el foco inicial era clínicamente desconocido.

«La epidemia se propagó con tal rapidez que prohibieron las aglomeraciones»

Según este facultativo, los focos iniciales aparecieron entre las tropas de la guarnición y se extendieron enseguida a la población civil. Las primeras noticias de gravedad en la provincia vallisoletana tuvieron lugar a principios de septiembre, cuando se supo de la existencia de contagios en Medina del Campo; procedían de Zamora, Salamanca y León. Por su parte, los casos registrados en Olmos de Peñafiel el día 2 de dicho mes se achacaron a la extensión de la epidemia de Bilbao.

Lo cierto es que en la primera decena de septiembre, varios pueblos vallisoletanos (Medina del Campo, Olmedo, Nava del Rey, Peñafiel...) ya presentaban síntomas preocupantes. Si en la capital vallisoletana las invasiones registradas en los meses de mayo a junio habían provocado pequeñísimas tasas de mortalidad, lo ocurrido a partir de septiembre cambiaría radicalmente el panorama. Los nuevos casos acontecieron en los cuarteles, lo que motivó el rápido ingreso de los afectados en el Hospital Militar; el día 15 se producían las tres primeras defunciones ente los soldados a causa de la gripe; pronto se extenderían a la población civil.

Dos circunstancias vinieron a agravar la situación: la celebración, entre el 17 y el 27 de ese mismo mes, de las Ferias de la ciudad, con la consiguiente -y siempre peligrosa- aglomeración de gente, y el transporte, casi diario, que desde el día 11 se venía haciendo por la estación de Medina del Campo de soldados portugueses procedentes del frente occidental francés.

«Solo un teatro, Pradera, y un cine, Novelty, funcionaban en octubre»

La respuesta de las autoridades sanitarias no se hizo esperar: los coches que los llevaban fueron etiquetados y, nada más llegar a la estación, separados en vía muerta por espacio de seis a ocho horas, hasta engancharlos al tren de Salamanca.

El discurrir de los días, lejos de tranquilizar los ánimos, introdujo más alarma, debido sobre todo a la afluencia de casos en la provincia. El relato de García Durán es elocuente: en Pozal de Gallinas, por ejemplo, se desató el día 10, después de una novillada con gran asistencia, y atacó en masa a toda la población; en 13 días se registraron 11 muertes. La Junta de Sanidad se lamentaba del pésimo estado higiénico de la mayoría de las viviendas, lo que, unido a la pobreza y al hacinamiento, dificultaba sobremanera su actuación; en algunas casas, por ejemplo, apenas había tres camas para ocho o diez individuos.

Cartel de precaución sobre la 'gripe española' en una Factoría Naval de Filadelfia, en octubre de 1918. Archivo Municipal

Ante tamaño panorama, la Junta de Sanidad decidió debatir, en una reunión celebrada el 27 de septiembre, la conveniencia de declarar oficialmente la epidemia, como aconsejaba el inspector. Dos circunstancias contribuyeron a doblegar las resistencias de algunos convocados: la rapidez del contagio y el dato de que, en caso de que la gripe acabara con la vida de un médico, su familia no podría cobrar pensión si antes no se había declarado oficialmente la epidemia. Así se hizo en el Boletín Oficial de la Provincia del 30 de septiembre de 1918. La circular se acompañaba de instrucciones claras para evitar el contagio: «Siendo un hecho de observación comprobado que el único preservativo de contagio de la gripe depende de la incomunicación de los sanos con los enfermos y mucho más con los convalecientes (...), como asimismo que las reuniones y aglomeraciones públicas son la principal causa de la propagación epidémica de dicha enfermedad, queda terminantemente prohibido en los pueblos contaminados toda clase de fiestas y espectáculos de carácter público en espacios mal ventilados».

Por eso en los pueblos quedaban prohibidos las ferias y los mercados, al tiempo que en iglesias, hospitales, casinos, teatros y otros edificios públicos debía acometerse una profunda labor de limpieza, «con arreglo a los consejos de la higiene moderna y a los que en cada caso acuerde la Junta local de Sanidad».

«Lavado y gargarismos»

Tampoco quedaban a salvo las casas con enfermos, pues se establecía que «no haya aglomeración de familias o individuos», aconsejando siempre «como medio profiláctico individual el lavado frecuente, especialmente antes de las comidas, de las manos, los lavatorios de boca y los gargarismos con ligeras soluciones antisépticas, e igualmente de las fosas nasales».

El optimismo brillaba por su ausencia. A partir de la primera semana de octubre, los fallecidos comenzaron a contarse de veinte en veinte. «Los médicos trabajan sin cesar. Día y noche recorren la ciudad visitando enfermos. (...) En el vecindario crece la alarma», escribía el periodista. El Pabellón de Aislamiento, anejo al Hospital Provincial, no daba a basto.

Faltaban feligreses en las iglesias, antaño repletas, pues «los fieles buscan para cumplir sus deberes religiosos y sus devociones los cultos no solemnes y las horas en que suele ser menor la concurrencia», informaba El Norte de Castilla; la concurrencia era escasa en cafés, casinos y centros de reunión, ni siquiera el paseo vespertino por las calles de Santiago y Recoletos (entonces, Paseo de Alfonso XIII) era frecuentado en días de buen tiempo. La Universidad cerró sus puertas, lo mismo que el Instituto Provincial (hoy Instituto Zorrilla), la Escuela Normal (hoy Colegio García Quintana), la Escuela de Comercio e Industria y la de Artes y Oficios.

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A mediados de octubre, «sólo un teatro, Pradera, y un cine, Novelty, funcionan; los demás están cerrados», destacaba el plumilla; «Calderón, Lope y Zorrilla hace días que han suspendido espontáneamente las temporadas que anunciaban»; «la alarma supera a la epidemia», sentenciaba el cronista.

Además de por la escasa ayuda voluntaria dispensada por los facultativos, García Durán se quejó amargamente por la irresponsabilidad demostrada en pueblos como Olmedo, que en plena epidemia de gripe decidió celebrar, por mayoría de votos, una fiesta de novillos; por si fuera poco, no contaba con local para aislamiento de enfermos ni medios adecuados de desinfección, la higiene en las viviendas era pésima y lo mismo cabría decir del aseo en las vías públicas: «¿Puede darse mayor grado de incultura sanitaria de un pueblo?», se lamentaba en inspector de Sanidad.

La situación comenzó a mejorar a finales de mes; el 28 de octubre, por ejemplo, la prensa local publicaba la grata noticia «de que en el Registro Civil se inscribieron solamente 14 defunciones, producidas por toda clase de enfermedades». De hecho, el día anterior, de las 18 muertes sólo 4 habían sido causadas por la gripe. Durante la primera semana de noviembre, la luz se impuso a las tinieblas del virus. Tanto, que el día 12 la prensa publicó, ufana, que «en Valladolid se declara extinguida la epidemia»: y es que el día anterior, de las siete muertes registradas tres lo habían sido por tuberculosis, y el resto, por «enfermedades comunes».

La gripe más brutal de la historia de la humanidad, según datos de la época, se había cobrado en la ciudad del Pisuerga 327 vidas y alcanzado los 10.000 afectados; peor fue en la provincia, donde fallecieron 3.072 personas y se registraron más de 100.000 invasiones. Todos los pueblos, salvo Berceruelo, Quintanilla del Molar, Santa Eufemia y Zorita de la Loma, padecieron algún caso.

Octubre fue el mes más terrible, con 243 defunciones en la capital; entre los muertos figuraban cinco médicos de la provincia.

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