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Aquel no era un fraile cualquiera. Se llamaba Maximino Llaneza Álvarez, tenía 65 años y había nacido en Villabazal, localidad del concejo de Mieres. Había tomado el hábito de la Orden de Santo Domingo en Corias, había sido profesor en Padrón, Belchite, Vergara y Las Caldas, incluso fue nombrado prior de Chiquiquirá, en Colombia, y en 1908 se encargó de restaurar la Orden en Portugal. Era un predicador de prestigio cuando el 30 de enero de 1921 apareció en el despacho del notario vallisoletano Luis Ruiz de Huidobro. El fraile, que posteriormente legaría obras relevantes a la literatura religiosa, residía en aquel momento en el convento de la Orden en Las Caldas de Besaya, localidad del municipio cántabro de Los Corrales de Buelna, aunque era bastante conocido entre varias personas de Valladolid.
Su intención, en aquel frío enero de 1921, era dejar constancia notarial de un asunto de índole tan misterioso y especial, que no le permitía ir acompañado «de testigos que identifiquen su personalidad». Lo primero que le enseñó a Ruiz de Huidobro fue una carta, unos billetes del Banco de España y «unas fotografías relacionadas con las manifestaciones que he de hacer». La información, que puede consultarse en la sección de Protocolos del Archivo Histórico Provincial, da cuenta de un supuesto milagro ocurrido dos meses antes. Todo comenzó cuando, estando en su convento de Las Caldas, recibió una carta de Salustiana Maroto, viuda del potente empresario Narciso de la Cuesta Varona, en la que le relataba cómo a su íntima amiga, Sor Asunción Dueñas, monja del convento vallisoletano de Santa Catalina de Siena, «le había, con sus oraciones, alcanzado del Señor un beneficio extraordinario y especialísimo».
Maximino no dudó un instante en trasladarse a Valladolid y dirigirse al convento, situado en la calle de Santo Domingo de Guzmán, en el corazón de la antigua judería, para entrevistarse con Asunción. El relato lo dejó impactado, pero no le sorprendió: «Debo advertir, de paso, que yo ya sé otros varios milagros obrados por Sor Asunción Dueñas, de los cuales me enteraron los que los presenciaron, personas doctas, de categoría y formales», puntualizaba el fraile. ¿Qué había ocurrido?
Según el relato de la monja, Salustiana Maroto Aguilar, hija del rico propietario de Castroverde de Campos Casto Maroto y viuda de Narciso de la Cuesta, potente empresario y dueño de varias fincas, era una de las grandes benefactoras del Convento, no en vano su última donación, realizada «para atender a las necesidades de las monas de Santa Catalina», había sido de 7.500 pesetas. Eran las once de la noche del 28 de noviembre de 1920 cuando, siempre según Asunción, se le apareció un ángel «y me dijo: 'Sor Asunción, vete al Coro. Dios te llama a que tengas oración'». Aunque la monja estaba sudando un duro constipado, acató la orden celestial. «Dije: 'Señor, aquí estoy, que deseáis de mí'. Entendí que orase con Jesús al Señor Padre Celestial». Y obedeció: «En ello, Jesús me vestía con su túnica y la púrpura que le pusieron con la Corona (...) y me iba poniendo por adornos los Instrumentos de su pasión, y me dijo: 'ya estás vestida como mi Esposa, ofrécete conmigo a mi Padre'».
En ese momento, Sor Asunción pidió al Señor que pagara a Salustiana y «a las bienhechoras todo lo que hacen por mí (...), yo no tengo nada que darles, ni un Escapulario». Poco después, escuchó la voz del ángel: «Qué prueba quieres (...). Aquí tienes la prueba, vete a verla». Pero la monja no se atrevió: «asombrada y temerosa, temí que si sería el diablo para que yo dejara la oración». Entonces regresó a su cama. Al día siguiente, 29 de noviembre, «sentí la presencia de Mercedes de la Cuesta», hija de Salustiana que había fallecido en agosto de 1915, quien le insistió en que fuera a ver la «prueba». Como tampoco hizo caso, 24 horas después se le apareció Narciso de la Cuesta, muerto pocos meses antes que Mercedes, insistiéndole en lo mismo. Cuando Asunción se acercó al lugar donde Dios había dejado la misteriosa prueba, «me quedé asustada al ver tantos billetes juntos», confesó.
En efecto, se trataba de 11.000 pesetas en billetes de 1.000, 500, 100 y 50. La monja anotó incluso la numeración de todos, según consta en el acta notarial firmada por Ruiz de Huidobro. El fraile sacó dos fotografías: en la primera aparecían un billete de mil y ocho de 500, y en la segunda, dos paquetes con varios de 100 y de 50. «Según nota de letra de Doña Salustiana, esta Señora jura que Sor Asunción la entregó las once mil pesetas», señalaba Maximino. El legajo del Archivo Histórico Provincial indica que el notario, Luis Ruiz de Huidobro, hizo dos copias de lo relatado a petición de Salustiana Maroto: la primera, el 18 de enero de 1932, y la segunda el 5 de abril de 1935.
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