Crimen en Laguna de Duero: «Lo maté por un no sé qué»
Valladolid, crónica negra ·
Aquilina Tasis, obligada a guardar reposo por una larga enfermedad, mató a su marido una noche mientras dormía con la pistola de uno de sus hijosValladolid, crónica negra ·
Aquilina Tasis, obligada a guardar reposo por una larga enfermedad, mató a su marido una noche mientras dormía con la pistola de uno de sus hijosImposible, increíble, inexplicable. Eran las expresiones más repetidas por los vecinos de Laguna de Duero aquel 27 de octubre de 1893. El bueno de Feliciano Gómez, asesinado a sangre fría por su propia esposa.
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¿Cómo era posible que un matrimonio tan bien avenido ... terminara de manera tan trágica? Porque entre Feliciano y Aquilina Tasis reinaba la paz social y conyugal más admirada. Ni una discusión, ni un enfrentamiento. Era un matrimonio bien avenido y con dos hijos, Paulino, de 17 años, y Anastasia, de 14. Vivían en una casa de aspecto pobre situada, según EL NORTE DE CASTILLA, «a un extremo del poblado». La habitación de los cónyuges era contigua a la de los hijos.
Solamente una enfermedad degenerativa, contraída por la mujer tres años atrás, había quebrado un tanto la tranquilidad del matrimonio. Pero sin mayores consecuencias que las derivadas de una creciente dolencia que la obligaba a guardar reposo de manera prolongada. Reuma, artritis, dolor de huesos y epilepsia: la decadencia corporal de Aquilina, mujer de 38 años ocupada en vender los productos de su labranza en la capital vallisoletana, la obligó a abandonar el trabajo y la avejentó hasta límites insospechados.
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Enrique Berzal
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De hecho, al pobre Feliciano, leñador de profesión, hombre grande y corpulento, activo y emprendedor, no le quedó más remedio que hacer horas extras para completar la economía doméstica.
Todo se torció aquel día en que el hijo mayor, Paulino, confesó sus deseos de hacerse con una pistola de dos cañones; Aquilina, lejos de disuadirle, le animó con entusiasmo. Todo se debía, asevera el periódico, a los deseos de la madre por hacerse con la pistola.
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Incapaz de conseguirlo por sí misma, convenció a su hija para que se la acercara. Obediencia fatal: Aquilina ocultó el arma bajo la almohada y esperó. 27 de octubre de 1893, ocho y media de la mañana. Feliciano duerme mientras Aquilina se incorpora como puede. Saca el revólver, apunta a su cabeza y le descerraja dos tiros a bocajarro.
«La herida causada por los proyectiles fue calificada de mortal de necesidad, en la región fronto-temporal y orbitaria del lado izquierdo, recorriendo la cápsula las membranas del cerebro y masa encefálica hasta el lóbulo superior occipital, en cuyo huevo se detuvo, produciendo al Feliciano a las pocas horas la muerte, que tuvo lugar en las mismas casa y cama del infeliz».
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Las fuerzas de seguridad detuvieron inmediatamente a la mujer. EL NORTE DE CASTILLA echó toda la carne al asador y el 11 de noviembre de 1894 publicó un reportaje conmovedor. Incluso envió a un reportero a la cárcel de la Audiencia para entrevistar a Aquilina. El testimonio es desgarrador.
«Aquilina Tasis es una mujer delgada, en la que los padecimientos físicos han hecho estragos de tal naturaleza, que si en otros tiempos pudo ser hermosa, ahora se la calificaría simplemente de una mujer vulgar.
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»En sus ojos negros y brillantes, que denuncian un temperamento ardiente, se entrevén las sombras y las insensateces de una inteligencia alucinada y lo mismo considerada en su aspecto físico que en el moral, más que una criminal parece una enferma».
Aseguraba el plumilla que la mujer comía mal y dormía peor, presa de pesadillas terribles, que presentaba un carácter pacífico y casi todo el día se lo pasaba descansando en un jergón de paja que hacía las veces de cama. Su afán era morir cuanto antes para reencontrarse con su esposo.
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Porque Aquilina no acertaba a comprender las razones que la habían llevado a matarle: «Si el crimen se cometió, débese más que nada a un no sé qué, que no pude contener y que me obligó a coger la pistola y a dispararla, sintiendo ansia y furia verdadera por matar».
«Su conducta, según nos declararon las vigilantes, no puede ser más correcta: pasa todo el día inclinada sobre el jergón, emplea algún rato en hacer media, y hay momentos, pocos, en que recordando a su familia, a sus pequeños: como ella les llama, salen involuntariamente las lágrimas a sus ojos», remachaba el periodista.
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El informe pericial le puso las cosas fáciles al defensor, señor Aguirre, que adujo el carácter de perturbada de Aquilina para librarla de esa pena capital por parricidio, con las agravantes de premeditación y alevosía, que proponía el fiscal Callejo: «La Aquilina Tasis es una epiléptica con síntomas manifiestos de locura».
«No recuerdo nada absolutamente de aquel hecho y no tengo idea siquiera de lo que hice aquel día», declaró la mujer en la vista oral, celebrada el 12 de noviembre de 1894. Otros testigos ratificaron la ausencia de reyertas en el matrimonio, mientras que el hijo mayor, Paulino, en un desesperado intento de defender a su madre, señaló que si bien esta le había arrebatado la pistola, fue en el forcejeo cuando se le disparó involuntariamente, hiriendo de manera fatal a su padre. Su testimonio no logró otra cosa que conmover al público asistente.
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En su veredicto, el jurado encontró a Aquilina Tasis culpable de homicidio pero «ejecutada la acción criminal en estado de locura». Confirmó, por tanto, la irresponsabilidad que predicaba el defensor y la sentenció a reclusión en un manicomio y a pagar las costas del juicio. «El público, muy satisfecho del resultado, elogia al defensor y al tribunal popular», detallaba el periodista.
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