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Grabado de mediados del XIX que representa la batalla de Lepanto contra el imperio otomano. BIBLIOTECA NACIONAL
El cronista

Martín de Acuña, el espía que traicionó a España

A las órdenes de Felipe II en plena guerra contra los turcos, el vallisoletano murió a manos del verdugo en 1585

Enrique Berzal

Valladolid

Martes, 13 de junio 2023, 00:22

Tenía fama de jugador, mentiroso y embaucador, de ser un tipo codicioso que se guardaba más de un as en la manga. Y aun así, Felipe II lo reclutó para formar parte de su servicio de espionaje contra los turcos. ¿Cómo imaginar que aquel personaje ... tan singular, amigo del poderoso Antonio Pérez, acabaría sus días bajo las forzudas manos del verdugo?

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Esta es la historia de Martín de Acuña, un vallisoletano que sirvió a Felipe II con las armas y la negociación y cuya trayectoria, desvelada por autores como Carlos Javier Carnicer, Javier Marcos y el gran historiador Fernand Braudel, todavía esconde misterios por escrutar. Nacido en Valladolid en torno a 1540, pertenecía a una familia de la baja nobleza. Su padre era Hernando Vázquez de Acuña, caballero de Santiago y señor de Villafañe, y su madre, Fátima de Castro y Manrique de Lara, había servido como dama de compañía de la emperatriz Isabel de Portugal.

Su afición desmedida por el juego se hizo notar durante los años de estudio de Arte y Teología en la Universidad de Alcalá. Inclinado a la carrera militar, fue capitán de arcabuceros y participó en la guerra de Flandes y en las diversas luchas contra el Imperio otomano. Fue hecho prisionero en Túnez. Su cautiverio en Constantinopla (hoy Estambul) duró la friolera de nueve meses. Nada más ser puesto en libertad, en julio de 1575, Martín de Acuña se ofreció a los servicios secretos de Felipe II. Se ganó la confianza del rey a base de enviar avisos sobre agentes turcos infiltrados y agentes dobles en las filas del espionaje español.

Regresó a España en 1576, dispuesto a hacer historia. Ante el todopoderoso Antonio Pérez, secretario de Estado y jefe del servicio de espionaje en todo el Mediterráneo, expuso su plan: viajaría a Constantinopla acompañado de varios hombres, y una vez allí, en pleno corazón del Imperio turco, quemaría las atarazanas y arruinaría toda la flota otomana. De nada sirvieron las advertencias del virrey de Nápoles y de Juan de Zúñiga sobre la pésima reputación del vallisoletano: Felipe II aceptó el plan. Hay quien señala, sin embargo, que en realidad se trataba de una operación secreta para conseguir una tregua.

Sea como fuere, Martín de Acuña partió en enero de 1577 y llegó a Constantinopla, acompañado por diez hombres, el 24 de febrero. Allí le esperaba el comerciante veneciano Aurelio de Santa Croce, que lideraba la inteligencia española en la ciudad. El italiano los llevó a un lugar seguro y les aconsejó no frecuentar las calles hasta el día del atentado. Pero no solo no le hicieron caso, sino que algunos hablaron más de la cuenta. Descubiertos por las autoridades otomanas, fueron conducidos a prisión. En los círculos cortesanos cundió el temor de que una angustiosa confesión, fruto de un interrogatorio cruel, diera al traste con la red secreta del monarca.

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Milagrosamente, el vallisoletano salvó el pellejo. Todo apunta a que Aurelio de Santa Croce le suministró credenciales falsas y lo presentó ante la Corte otomana como un mediador de la monarquía española. Incluso se corrió el rumor de que Martín de Acuña había acordado una tregua con el gran visir del sultán a cambio de promesas para las que no estaba autorizado. De ser verdad, Felipe II no podía reconocer que andaba detrás de un armisticio: sus aliados no se lo perdonarían. De ahí que, aprovechando una enfermedad del vallisoletano, el rey lo relegara a un segundo plano y comprara su silencio dándole, en 1579, el título de caballero de Santiago y una pensión vitalicia de 400 ducados al año.

Arriba, templo de Santa Sofía, en Constantinopla (hoy Estambul), donde Martín de Acuña fue encarcelado; Antonio Pérez, a cuyas órdenes trabajó, y Felipe II. BIBLIOTECA NACIONAL/MINISTERIO DE CULTURA

Poco más se volvió a saber de nuestro hombre salvo su participación militar en la anexión de Portugal, hacia 1581, y su relevo en la misión turca por el milanés Giovanni Margliani, quien sí logró una tregua hasta 1584. Fue precisamente en marzo de este año cuando el alcalde de Corte, Juan Gómez, ordenó su arresto. Encerrado en el torreón de Pinto, lo juzgaron en secreto y un tribunal, presidido por Rodrigo Vázquez de Arce, lo condenó a morir estrangulado. ¿Qué había sucedido?

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Una serie de cartas, interceptadas por Pedro de Lance, probaban que Martín de Acuña actuó como agente doble, informando a un reconocido enemigo de la tregua hispano-turca poco antes de que esta se aprobase. Al mismo tiempo, se supo que actuó como informante de Francia bajo el nombre falso de Pero Rondela. Javier Marcos aventura que formó parte de una organización secreta, impulsada por Antonio Pérez y la princesa de Éboli, para vender información a los enemigos de Felipe II. Refiere el jesuita Cristóbal de Collantes, testigo de su muerte, que la traición pesó como una losa sobre su conciencia mientras el verdugo, en cumplimiento de la sentencia, lo estrangulaba el 5 de febrero de 1585.

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