![El marro, la muñeca y los trapos](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/08/02/1467359587-kCsE-U200925714155wZB-1200x840@El%20Norte.jpg)
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El otro día coincidí en casa de unos amigos con su único nieto, que debe tener nueve o diez años. Casi podría afirmar que el chaval ni siquiera me vio cuando entré en el salón de su casa porque estaba absorto jugando él solito a algo que, según me dijo su abuelo, se llama Fortnite, o algo así. Según pude entender el mozo interactúa, con auriculares y micro, con varios amigos llamados Hugo, Mateo y otros que no recuerdo y dice cosas tan inquietantes como: «me ha reventado», «yo ya tengo luz», «¡81, vaya hacks que tengo», «ese pavo piensa que tengo algo», «hay que visitar el cerezo en flor: ¡tienes que tocarlo!», «hazme caso, no le mates así porque voy a hacer una misión», y otras expresiones similares mientras ve vídeos de Tiktok. Cuando su padre se sentó a mi lado le pregunté si sabía de qué estaban hablando y me dijo que era un videojuego «en el que participan hasta sesenta personas», sin que supiera explicarme nada más. Mientras servidor intentaba asimilar lo que estaba sucediendo, aproveché que el enano se había quedado sin oponente para averiguar algo más y la única explicación que me dio es que los jugadores controlan unas criaturas «parecidas a gominolas», explicación que no entendí ni me importaría morirme sin haberlo conseguido.
No obstante, como soy de natural cabezón me acerqué ayer tarde a una tienda de videojuegos cuyo encargado, Juan Luis Martín, hijo de mi vecino Santiago, y le pedí que me recomendara alguno de moda para hacer un regalo. El chaval, que es más salao que las pesetas, primero me preguntó la edad del jugador y luego me ofreció dos posibilidades para quedar «como un señor». La primera fue un Pokemon que, según me explicó, «es un shooter competitivo para disfrutar gratis», o en su defecto otro llamado Quest «un juego de aventuras que se ha descargado siete millones y medio de veces en menos de cuatro meses». Tras agradecer a Luisito sus atenciones, abandoné la tienda y entré en el Café del Norte a tomarme un cortadito con las lágrimas asomando por no tener ni zorra idea de la clase de juegos con los que se entretienen montones de críos incapaces de atarse los cordones de los zapatos y que utilizan expresiones como estas: «¿tienes balas de lanzacohetes?»; «estoy con un tío a pico»; o «ya tengo una escopeta mejor» y otras igual de esotéricas.
Ni que decir tiene que todo este embrollo contrasta una enormidad con las formas de divertirnos que teníamos los que peinamos canas desde hace medio siglo o estamos calvorotas a pesar de haber gastado una pasta en productos como el Minoxidil, que como todo el mundo sabe estaba «indicado para el estimulo del crecimiento del cabello y desacelerar la calvicie»; menos mal que hay empresas que piensan en nuestro bienestar. En fin, el caso es que mientras estaba en el citado café aparecieron mis colegas Piti Conde y Nachito de la Cal, a quienes conté la aventura de intentar comprender cosas para los que no estoy preparado. Este último, con tal de llevarme la contraria, dijo que «no hay que hacerse viejo; hay que modernizarse, Canta. Mírame a mí, que me entretengo un montón con el Rocket League, que mezcla fútbol y vehículos caóticos». Fue el Piti quien salvó la situación con un diplomático «claro, Nacho, claro; dentro de nada te veo por la tele en Filadelfia participando en un campeonato mundial y dando sopas con honda a esos quinceañeros que estrenaron su primera Nintendo en la Maternidad del Río Hortega». Cuando el único amigo moderno que tenemos abandonó el recinto ligeramente mosqueado, los restantes nos fuimos andando hasta el Lorenzo, el bar de siempre, donde montamos una tertulia elegante evocando los juegos de nuestra infancia.
Así, Manolo Fernández, que por haber sido sepulturero goza de un envidiable sentido del humor, recordó que en su barrio de La Victoria «los chicos jugábamos al 'guá' o con la peonza cuyo objetivo era joder la de otro crío partiéndola a la mitad de un solo golpe». Por su parte, mi compadre Abel Martín dice que en Las Delicias practicaban el marro, que recuerdo vagamente como un juego de equipos cuya mecánica fuimos incapaces de explicar a la concurrencia. Por su parte, Goyito Martínez recordó las carreras que hacíamos con chapas de refresco y cromo dentro, o «el burro, que consistía en saltar encima de otros juntos y agachados intentando hacer el mayor daño posible», como tienen que ser estas cosas. Servidor, que recordaba los leñazos en el lomo que habré recibido con aquella barbaridad, prefería jugar a la tanga o participar con los mayores a hacer saltar un bote con carburo, actividad bastante peligrosa porque podía llevarse media cara por delante. Como cuenta en su blog un caballero llamado Sandoval de la Reina el recipiente utilizado «tenía un lado sin tapa y el otro con un pequeño agujero. Se echaba agua al carburo, se ponía el bote sobre el carburo por la parte sin tapa. Con el calor y una ayuda de un palo prendido arrimado al agujero, se producía una explosión que hacía subir al bote». Cuando se unió a la charleta mi amigo Pablito Martín, excolega de Cristo Rey, dijo lo que supongo que pensábamos todos: «éramos unos bestias», siendo contestado por el gamberro de Abel que dijo que su juego preferido «era el teto», cuyos detalles prefiero no comentar…Ni que decir tiene que todos los juegos se hacían en las calles del barrio, al aire libre, como la tanga o el 'hinque', un clavo que se hincaba en la tierra blanda para conquistar terreno al oponente.
A veces, cuando el dueño de la punta se cabreaba cogía el trasto y se iba, dejándonos a dos velas al resto de participantes, que solíamos rematar la tarde tirando piedras lo más lejos posible. Había que tener bastante mala leche para llevarse la jodía punta a casa, pero aunque los mozos solíamos tener mal perder las chicas del barrio eran mucho peores, sobre todo una llamada Chirrina que le soltó a mi prima Sole: «Pues ahora te coges la muñeca y los trapos y te vas a jugar a tu puerta en vez de estar en la mía». Una cabrona en toda regla.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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