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Fragmento del famoso grabado de Valladolid realizado por G. Braun y F. Hogenberg hacia el año 1574. BIBLIOTECA NACIONAL
Entre lodos, fiestas, reyes y toros

Entre lodos, fiestas, reyes y toros

Un libro desvela datos inéditos sobre el Valladolid de principios del siglo XVI a través del estudio y análisis de las actas del Concejo

Martes, 3 de diciembre 2019, 08:01

«Desde aquí al viernes, en todo el día primero que viene, todos los vezinos della linpien sus continos de sus casas e lo echen todo fuera de la villa e lo tengan rregado e barrido a escoba dentro del dicho terçero día…». Era abril de 1518. Aquel pregón y ordenanza sobre la limpieza de la villa, dado por el Concejo de Valladolid, no daba tregua a quienes eludiesen la obligación de limpiar sus casas y librarlas del amontonamiento de lodos y humedades, algo habitual en aquellas calles que estaban la mayoría sin empedrar, «so pena de trezientos maravedís a cada vezino que lo asý non conpliere».

El asunto era tan grave y afectaba tanto a la limpieza de la villa y a la salud de los vecinos, que dos años después, las autoridades, alarmadas por la imagen que podría dar Valladolid a tantas gentes que venían «de muchas naciones», volvieron a ordenar que mantuvieran «sus pertenençias de sus casas linpias e las linpien de sábado a sábado», y que todo aquello que limpiasen «lo amontonen e alleguen para que se eche fuera de la villa y no sean osados a echar suçiedades ni estiércol ni hezes ni otras suçiedades, y, si lo echaren, que sean obligados a quitallo dentro de terçero día primero siguiente, so pena de dozientos maravedís».

Son solo dos de los cientos de acuerdos hasta ahora inéditos que han visto la luz gracias a la tesis doctoral de Víctor Arenzana Antoñanzas. Dirigida por Irene Ruiz Albi, lleva por título 'Los libros de actas del concejo de Valladolid (1497-1520). Estudio y descripción', y acaba de publicarla el Ayuntamiento con la colaboración del Instituto Universitario de Historia 'Simancas'. Se trata de un monumental trabajo que, partiendo del análisis y la descripción de las 2302 reuniones que el Concejo de Valladolid celebró entre 1497 y 1520, profundiza en la historia del más importante órgano de gobierno local y aporta una información única sobre Valladolid en una época crucial.

Y es que la ciudad era entonces una de las villas más prósperas y dinámicas del reino de Castilla, que se preparaba para los nuevos tiempos que vendrían de la mano de la dinastía que inaugura Carlos V. Junto a una pormenorizada revisión biográfica de los personajes que ostentaron el poder, entre los que sobresale Alonso Ramírez de Villaescusa, pues permaneció trece años al frente del corregimiento, la parte central del libro desvela aspectos muy curiosos la ciudad, desde el urbanismo hasta el ocio, la moralidad y las fiestas, pasando por las relaciones con la corona, el cuidado de la salud o la actividad económica y laboral de sus moradores.

La limpieza y el saneamiento de las calles fue un asunto muy vigilado, pues la mayoría carecía de empedrado, eran pasto de lodos y légamos en verano, de la acumulación de aguas sucias y de las polvaredas que levantaban las caballerías y los acarreos. La mayor actividad de empedrado, señala Arenzana, se llevó a cabo entre 1497 y 1502, y se solía hacer con losas, guijarros y, en alguna ocasión, con escaques. Entonces se adecentaron las travesías más importantes, como eran las de Teresa Gil, Santiago, la de la Morería a la Trinidad, la Rúa Oscura, la de San Salvador a Teresa Gil, la de la Frenería y la calle Ruy Hernández.

Los ríos –Pisuerga y Esgueva- condicionaban la vida cotidiana; sobre todo el Esgueva, cuyos ramales se encontraban casi siempre descuidados, solían emplearse como vertederos de basuras e inmundicias -con las graves consecuencias que ello tenía para la salud- y sus crecidas eran devastadoras. Arenzana, que ubica en su tesis 17 puentes sobre el Esgueva, ratifica aquella alusión de Federico Watenberg sobre un tercer ramal en la zona más norte de la villa, cuyas aguas pasarían bajo los puentes de San Pedro, de San Benito el Viejo y del Bao hacia el Pisuerga.

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Arriba, el Campo Grande en el siglo XVI; abajo, Felipe I y la reina Juana y la portada del libro. EL NORTE

Contar con agua abundante era otra de las obsesiones de aquellas autoridades. Arenzana revela cómo controló el concejo un asunto tan crucial para las necesidades del consumo, incluida su decisión de mandar hacer pozos, fuentes, lavaderos, aguaderos o abrevaderos y pilones; y deja constancia de cinco fuentes importantes en aquel momento: de la Puerta del Campo, de la Plaza Mayor, de la Rinconada, de la Costanilla y de la fuente del Prado. Hubo incluso un matadero, construido en 1513, en las afueras de la Puerta de Teresa Gil, con piedra de Villanubla y empedrado con guijarro con cadenas de piedra de lancha. Hasta es posible, a tenor de los acuerdos del concejo, que se levantase una cárcel junto a la Casa del Peso, cerca de la Puerta del Campo.

«El correr de los toros» era una de las costumbres festivas más arraigadas en la ciudad: el autor glosa ordenanzas como la del 3 de julio de 1500 sobre encerrar a los animales en la Red del Pescado y levantar un cadalso «junto con la sellería debaxo de las casas de Escobar» para más seguridad y control, sin olvidar el acuerdo, fechado en agosto de 1503, de construir dos talanqueras, una «frente a las casas del licenciado De Villena, y la otra por las pasaderas de San Francisco».

Fiestas

Pero el Valladolid de aquel momento no puede entenderse sin las fiestas políticas, sobre todo sin las celebraciones que rodearon la llegada de los monarcas y de otros miembros de la familia real. De modo que visitas como la de la princesa Margarita, el 13 de mayo de 1497, eran motivo de fiestas y regocijos en los que toda la villa estaba obligada a participar. En esa ocasión, por ejemplo, se mandó hacer una fuente de vino en la Plaza Mayor, se construyeron arcos triunfales en la calle de la Costanilla y un corral para los toros que se corrieron ante los príncipes.

En julio de 1506 entraron la reina Juana de Castilla y su esposo Felipe «debajo de un paño de brocado de pelo rico de cuatro piernas». Para recibirlos, los caballeros del regimiento salieron vestidos «de capuces y los letrados con sus lobas y sayos de grana colorada y con mangas de los sayos y gorras y bonetes de carmesí». Dos días después, las Cortes celebradas en nuestra ciudad juraban a Juana como reina propietaria y a Felipe como verdadero y legítimo señor por ser su marido.

Arenzana también se detiene en los acuerdos adoptados para recibir a Carlos I tras su desembarco en Villaviciosa; era noviembre de 1517 y, a decir de las crónicas, Valladolid lo acogió con cierta frialdad. Eso sí, según los datos que revela el autor, organizar dicha llegada costó la barbaridad de 100.000 maravedíes. La obra se completa con un CD que permite acceder de forma rápida a todos los registros de las actas estudiadas.

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