Ocurrió hace 62 años. El equipo de investigación que analizaba los sepulcros de la Colegiata de San Cosme y San Damián de Covarrubias se dio cuenta, casi de inmediato, de que aquel hallazgo era singular. Por la altura del cadáver (1,70 metros), insólita en ... el siglo XIII, por sus ricos e incorruptos ropajes, adornados con bordados de oro y piedras preciosas, por el pelo rubio y por las uñas rosadas, también intactos. Era el año 1958 cuando corroboraron lo que contaban aquellas crónicas danesas de 1265: el sepulcro hallado no era otro que el de la princesa Kristina de Noruega.
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¿Cómo había ido a parar al templo burgalés el cadáver de aquella bella joven, alta, rubia, de largas trenzas y ojos azules, a decir las crónicas de la época? Para entenderlo es preciso tener en cuenta las ambiciones del rey Alfonso X, hijo de Beatriz de Suabia y aspirante a emular a su abuelo, Federico II, liderando el Sacro Imperio Romano Germánico. Sabía que para conseguirlo era menester recurrir a una acertada política matrimonial. Consciente de que el rey Haakon IV de Noruega aspiraba a estrechar lazos con el resto de Europa, planeó ganarse su favor –y su posterior apoyo ante el resto de mandatarios- casando a su hija con uno de sus hermanos.
Kristina salió de Tonsberg, cerca de Oslo, en el verano de 1257. Le acompañaba un séquito de damas, embajadores, nobles, altos dignatarios y más de cien caballeros armados. Su nave, además, iba cargada con una espléndida dote de oro y plata quemada, pieles blancas y grises y otros presentes. Hicieron escala en el puerto inglés de Yarmouth y, para salvar el peligro que suponían los piratas que acechaban en el Golfo de Vizcaya, desembarcaron en Normandía. A pie y a caballo llegaron hasta el condado de Barcelona, donde fueron recibidos por Jaime I, que se quedó prendado de la princesa.
El 22 de diciembre llegó a Soria, donde fue agasajada por las más altas autoridades. La Nochebuena y la Navidad las celebró en el Monasterio burgalés de Santa María de las Huelgas, junto a la infanta Berenguela, desde donde pasó a Palencia, donde fue recibida con toda pompa y boato por Alfonso X. Cuentan que la única condición que puso Haakon IV al rey Sabio era que su hija pudiera elegir al aspirante que más le gustara. Así hizo: después de desechar a Fadrique a causa de una cicatriz que le afeaba el rostro, y una vez descartados Enrique, que se encontraba de viaje en Inglaterra, y Sancho, comprometido de lleno en la carrera eclesiástica, escogió al infante Felipe de Castilla, que también venía de hacer sus pinitos profesionales en el seno de la Iglesia católica (además de abad de la Colegiata de Covarrubias, antes de contraer matrimonio ocupó la sede arzobispal de Sevilla).
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La boda se celebró en la Colegiata vallisoletana de Santa María el 31 de marzo de 1258. Al infante le hizo prometer que levantaría un templo en honor del santo rey Olav, patrón de Noruega. Días después, el matrimonio establecía su residencia en Sevilla, concretamente en el Palacio de Biorraguel. Los cuatro años siguientes fueron, según los especialistas, una tortura para la danesa: ya fuera por la enfermedad que arrastraba de su estancia soriana, por la melancolía de su tierra o por los calores de la capital andaluza, lo cierto es que falleció en 1262, con 28 años y sin descendencia.
Felipe mandó que la enterraran en un sepulcro gótico de piedra labrada en el claustro de la Colegiata de San Cosme y San Damián de Covarrubias, el mismo que hallaron los investigadores en 1958. Al lado del cuerpo encontraron un pergamino que contenía versos de amor y una fórmula para el dolor de oídos. Según la tradición popular, aquellas doncellas solteras que quieran encontrar el amor deberán acercarse al sepulcro de la princesa y tocar la campana que se encuentra en el claustro gótico. De esta forma, en el plazo de un año Kristina les ayudará a conseguir la dicha que ella no pudo disfrutar.
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