Castillo de Villafuerte de Esgueva a principios del siglo XX. ARCHIVO MUNICIPAL

Jugar a las chapas antes de morir

Aquel Jueves Santo de 1902, Máximo Martín esperó agazapado a su vecino de Villafuerte de Esgueva para asestarle una puñalada en el corazón

Martes, 26 de mayo 2020, 07:28

Eran las nueve de la noche. Como solían hacer casi todos los días, Julián y su mujer se dirigían a casa después de pasar la tarde con un matrimonio amigo. Solo que esta vez no imaginaban que alguien les esperaba, navaja en mano, para acabar ... con su vida. Se llamaba Máximo Martín y estaba dispuesto a cumplir la amenaza de aquella mañana, cuando, después de recibir una bofetada, murmuró: «De hoy no pasa el dar de puñaladas a Julián, pues hasta que no le mate no estoy tranquilo». Aquel 27 de marzo de 1902, Jueves Santo para más señas, la gota de la ira colmó un vaso que estaba a rebosar desde que una semana antes, mientras jugaban a la tanga, Julián y Máximo casi llegaron a las manos.

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Según el periodista de El Norte de Castilla, por la mañana «se suscitó una cuestión entre ambos por si una jugada estaba mal hecha», lo cual, sumado a que «hacía ocho días que estaban enemistados», derivó en tragedia. Conocido por todos como «Ferminejo», Martín era natural de Esguevillas, tenía 19 años, era «más bien bajo que alto» y trabajaba como cantero. Vivía en la casa que su padre, carretero de profesión, tenía en Villafuerte. Aquella mañana jugaba a las chapas con Julián Gómez Rodríguez, jornalero de 41 años, cuando se desataron las desavenencias. El motivo, una jugada dudosa; la realidad, la enemiga acumulada desde que ambos riñeran durante una partida de tanga celebrada ocho días antes. Según los testigos del momento, Julián no dudó en dirigirse hacia él y arrearle un sonoro bofetón. Otros aseguraban que también se negó pagarle una deuda de diez céntimos. Después de que los mozos presentes los separaran, Máximo lanzó la mortal amenaza.

El resto del día transcurrió con normalidad. Julián y su mujer, Eulogia Casado, pasaron la tarde en casa de su amigo, Telesforo Soladano, como era costumbre. Ignoraban que Máximo aguardaba su salida. Como este mismo reconoció en el juicio, alrededor de las ocho y media se encontraba «evacuando una necesidad detrás de la iglesia», a muy pocos metros de la vivienda, cuando escuchó decir a Julián: «Máximo ha dicho que no viviré más de 24 horas, pero si yo le pillo solo, ya me las entenderé con él». Fue la excusa que necesitaba para saltar.

Navaja en mano, esperó paciente a que el matrimonio abriese la puerta. Apenas habían dado unos cuantos pasos cuando les salió al encuentro. Entonces, lejos de arredrarse, Julián le espetó: «¿Eres tú el que me va a matar?», a lo que Máximo replicó: «Ahora veremos aquí a los hombres». Sin más, le asestó una puñalada que, según el parte forense, «le causó una herida en la parte inferior de la región mamaria izquierda que, lesionando el ventrículo izquierdo del corazón, le produjo inmediatamente la muerte». Eulogia se desmayó en el acto. Máximo, por su parte, se marchó tranquilamente hacia su casa, donde, tras devorar una opípara cena, se echó a dormir como si nada hubiera ocurrido. Horas después era detenido por la guardia civil y conducido a la cárcel de Valoria la Buena.

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A finales de abril, la causa instruida por el juez de Valoria pasó a la Audiencia provincial. El juicio comenzó el 21 de octubre de 1902. Los vecinos de los pueblos circundantes aguardaban impacientes el desenlace. El fiscal, Juan Vázquez Cernadas, pidió en un primer momento que Máximo fuera condenado a cadena perpetua por delito de asesinato. Sin embargo, el defensor, Jacobo del Río, calificó su acto de homicidio simple con la eximente de legítima defensa y haber «precedido inmediatamente provocación o amenaza adecuada por parte del ofendido y haber obrado por estímulos tan poderosos que naturalmente produjeron arrebato u obcecación».

Por la sala desfilaron seis testigos del fiscal y nueve de la defensa, siendo especialmente llamativas las contradicciones en que incurrió la mujer del finado en relación con lo declarado en el sumario. Una vez escuchados todos los testimonios, el fiscal modificó sus conclusiones solicitando homicidio simple. Esta fue la condena final, con la atenuante de arrebato y obcecación. Máximo Martín acabó siendo condenado a 12 años de cárcel y a pagar 5.000 pesetas de indemnización a la familia de Julián. «El público abandonó el local conviniendo en que el procesado no había dejado de tener suerte», comentaba el periodista.

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