Instituto Núñez de Arce de Valladolid. El Norte

El Instituto Núñez de Arce, un edificio innovador y comprometido con la memoria de Valladolid

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Su origen partió de la petición personal de José Luis Gutiérrez Semprún, alcalde de la ciudad, al entonces ministro de Educación, Jesús Rubio, del encargo de su proyecto al arquitecto Miguel Fisac

Viernes, 23 de diciembre 2022, 00:04

No creo que haya un edificio en Valladolid tan criticado y al mismo tiempo mal entendido como el Instituto Núñez de Arce en la esquina de la plaza del Poniente con el paseo Isabel la Católica. Su origen partió de la petición personal de José ... Luis Gutiérrez Semprún, alcalde de la ciudad, al entonces ministro de Educación, Jesús Rubio, del encargo de su proyecto al arquitecto Miguel Fisac. La ciudad y sus políticos en aquel 1961 reconocían y premiaban así la buena labor que el prometedor arquitecto manchego había hecho para el Colegio Apostólico de los Padres Dominicos −al cual dedicamos uno de estos artículos−, construido junto a la carretera que entra en la ciudad acompañando al recorrido histórico de las aguas de las Arcas Reales, y al impresionante espacio de su iglesia que obtuvo en 1954 el primer premio en el Concurso de Arte Religioso de Viena.

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Todo fue distinto en este otro proyecto cuya ejecución se complicó. Según me explicaba Fisac, la crisis en la que entró la empresa adjudicataria de la obra derivó en una suspensión de pagos, construyéndose mal el innovador sistema estructural de hormigón armado que había proyectado el arquitecto, a la postre sustituido, y alargándose más de una década su ejecución. Lo que debería haber sido un edificio concluido antes de 1965 se dilató hasta principios de la década de los ochenta; aunque diez años antes, desde 1970 se pudieron ocupar varias alas del centro educativo femenino. De este modo se obstaculizó la construcción de la sede definitiva del Instituto Núñez de Arce, que hasta tener este edificio como propio pasó por el peregrinaje de compartir aulas con el antiguo Colegio de San José, a incluso el estar ubicado en el Palacio de Fabio Nelli. Con todo ello, a trancas y barrancas la obra se concluyó, y el Instituto Núñez de Arce tuvo un edificio propio cuya innovación estructural junto a la calidad arquitectónica le han permitido ser una referencia de la arquitectura del Movimiento Moderno en la península ibérica.

Planta del edificio.

Fisac firmó el proyecto junto al arquitecto José Ramón Azpiazu, quien se encargaría principalmente de la dirección de la obra, con quien trabajó conjuntamente en otros proyectos. Ambos proyectaron éste de Valladolid con principios de funcionalidad, carente de ornamentos, en un diálogo sobrio entre sus muros de ladrillo, los cierres de cristal, la estructura de hormigón y sus jardines. El programa se ordenó perfectamente en un antiguo solar cedido por el ministerio de Defensa al de Educación. En origen fueron las huertas cerradas por una tapia pertenecientes al monasterio de San Benito el Real, y en aquel momento usadas como patio de armas del Cuartel de Artillería emplazado en las dependencias al oeste del monasterio. Las aulas fueron dispuestas en varias alas, dándose su acceso por corredores, mientras que en planta baja se unieron por una galería−patio cubierta paralela a la ribera, cerrándose herméticamente al ruido del exterior gracias a un muro de ladrillo totalmente ciego y, al contrario, acristalado a dos patios−jardines interiores. Se proyectaron asimismo sus dependencias administrativas, laboratorios y biblioteca, una capilla que estaba dentro de las exigencias del programa, ahora usada como gimnasio, y un salón-cine que se convertiría en la actual sala de teatro Ambigú.

Interior del instituto.

Para hacer la cubierta de estas dependencias Fisac ideó un sistema de vigas de hormigón huecas, llamadas «huesos», en las cuales el acero se tensaba antes de verter el hormigón. Las vigas se producían previamente en fábrica para ser trasladadas a la obra ya listas para montar. Algo totalmente novedoso en arquitectura y desde entonces, para el arquitecto manchego, la respuesta a la pregunta de cómo construir las cubiertas de sus obras, la buscaba en el uso de estos sistemas de vigas huecas que innovaba y patentó sistemáticamente a lo largo de su carrera. Siendo las del acero pretensado en forma de huesos las que comenzó a usar por primera vez en este edificio de Valladolid.

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La idea de estas vigas «huesos» surgió en su estudio madrileño situado en el Cerro del Aire, anexo a la casa que había construido un año antes para su matrimonio con Ana María Badell en enero de 1957. Desde esa fecha en ese hogar−estudio ambos fueron compañeros de vida, donde a ella, Miguel le explicaba las ideas sobre sus edificios, y ella a él, sus experiencias en literatura. Se habían conocido en Madrid tras escuchar Ana María la conferencia «Incorporación de la Naturaleza a la ciudad» de un Fisac siempre interesado por los jardines, impartida el 22 de noviembre de 1955 en un curso de jardinería y paisaje. Al día siguiente la guardó sitio para escuchar juntos la siguiente de las charlas del curso y desde entonces no dejaros de compartir sus sueños. Un día en la casa del Cerro del Aire, trabajando en este proyecto, Fisac pidió a Ana María un extraño encargo del mercado, que en su carnicería le serraran unos cortes de huesos de vaca. Pese a la extrañeza del carnicero, les consiguió. Era para comprobar que el sistema estructural de hormigón mediante vigas redondeadas y huecas que estaba diseñando, similares a esos huesos de vaca, podían funcionar como estructuras de vigas que colocadas sucesivamente una junto a otra, pudieran cubrir los espacios de sus edificios como largos huesos de hormigón. Así nació la «viga Valladolid», como terminó llamándose, que llegó a emplear sistemáticamente en edificios de Madrid, Valencia y La Coruña en donde aún podemos verlas. Sólo una vez se separó de esos dos pequeños huesos que guardaba en su mesilla de noche y aunque los pretendió el Centro Pompidou de París, actualmente se conservan en el museo de Miguel Fisac en Ciudad Real.

De todo lo interesante que podríamos escribir sobre esta magnífica obra de arquitectura, lo que creemos más relevante es poner sobre la mesa y claramente el compromiso que su arquitecto asumió en el diseño y la implantación urbana del edificio en un problemático centro histórico como el de Valladolid, una ciudad que conservaba entonces en ese lugar la mayor parcela monacal de toda su herencia palaciega y conventual. En esta macro manzana monástica se aglutinaron tres instituciones religiosas: el colegio de San Gabriel, en la actualidad sólo existe la portada de su iglesia como puerta del cementerio de El Carmen, el convento de San Agustín ahora sede del Archivo Municipal y San Benito el Real. Los tres tenían las mismas características formales, eran conjuntos arquitectónicos abiertos hacia el este y en el caso de San Benito asimismo hacia el sur, en dirección al centro histórico de la ciudad. Tras ellos, sus huertas que lindaban con la ribera estaban cerradas mediante una tapia. El edificio de Miguel Fisac para el Instituto Núñez de Arce, situado dentro de ese entorno, tomó sus propias características: cerrándose al exterior hacia la ribera y ordenándose de manera abierta hacia los patios jardín. Para entender esto quiero recordar cómo Miguel Fisac me explicaba el edificio que había proyectado: siguiendo el mismo modo en que el monasterio se abría hacia sus claustros, en su lugar las aulas a patios−jardines interiores. Los motivos en ambos casos son asimismo comparables, buscaron una protección; en los monasterios mediante el muro protegían los bienes de sus huertos; en el de Miguel Fisac, se evitaba la distracción de los alumnos por los ruidos y vistas del paseo de Isabel la Católica.

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Habría que recordar que entonces no existía ni la calle Jorge Guillén que separa y corta la relación del instituto con el actual Museo Patio Herreriano, ni la de Encarnación planteada como comienzo de la Gran Vía de Valladolid, cuyo trazado urbano se proyectó en 1938 por César Cort, y que en aquella fecha aún no estaba abierta. El Instituto Núñez de Arce, ahora aislado, se hallaba incluido dentro de esta manzana monástica, y aunque con un planteamiento de arquitectura moderna y funcional, dialogaba con respeto y elocuencia con esos restos de la ciudad histórica. Fue una decisión asimismo congruente con sus ideas sobre urbanismo.

En esos años Fisac estaba redactando su libro La molécula Urbana, donde al respecto explicaba que «El paso de los siglos por la ciudad ha ido dejando en muchos casos testimonios singulares, tanto espaciales: plazas, calles, paseos, jardines, etc., como arquitectónicos: iglesias, palacios, monumentos que sería un crimen estúpido destruir. Ante una ciudad monumental se ha planteado el dilema urbanístico de estatificarla, pararla, disecarla, para ser presentada como un objeto de museo, o bien ir más o menos lentamente, incorporándola a la vida actual, con el peligro, claro está, de ir destruyendo en realidad sus valores arqueológicos. Creo sinceramente que estas dos actitudes son equivocadas y la única forma correcta de acometer con seriedad el problema urbanístico de una ciudad monumental es estudiar y jerarquizar con valentía sus factores constitutivos y ordenarlos después con arreglo a esa jerarquía». Toda una lección que Fisac aplicó en este proyecto.

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