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«Este hermoso y nunca bien ponderado convento, este magnífico edificio hecho a toda costa con las limosnas que daban los fieles le vemos hoy en día reducido a escombros». Era el lamento escrito del maestro Telesforo Medrano en su valioso manuscrito 'Libro tercero de la Historia de Valladolid', un documento excepcional para conocer lo ocurrido en la ciudad entre 1830 y 1857. En él daba cuenta, entre otras muchas cosas, del tremendo impacto que supuso el derribo, en 1837, del convento de San Francisco. «Una pérdida cultural irreparable», como señala María Antonia Fernández del Hoyo.
Ella es una de las siete prestigiosas firmas que se reúnen en el libro 'El convento de San Francisco de Valladolid. Historia y Memoria', recientemente publicado por el Archivo Municipal para recordar la importancia que tuvo este imponente edificio. Acompañado de un buen número de fotografías e ilustraciones, algunas de ellas muy novedosas, también recrea el lugar donde fueron enterrados Cristóbal Colón y el líder irlandés Red Hugh O'Donnell. Y es que el convento de San Francisco, que llegó a ocupar un magnífico terreno que limitaba con las calles de Olleros (hoy Duque de la Victoria) y Santiago y con la Plaza Mayor, no sólo contribuyó al desarrollo y urbanización del centro capitalino, sino que también ejerció un importante papel político como lugar de acogida frecuente de reyes, miembros de la Corte, algunos órganos de la administración real y sesiones del concejo municipal.
Así lo señala Francisco Javier Rojo Alique después de recordar los orígenes de la presencia franciscana en Valladolid. De hecho, el de San Francisco fue la segunda fundación de la orden, que inicialmente -mediados del siglo XIII- se estableció en terrenos donados por la reina Berenguela en el paraje de Río Olmos, a orillas del Pisuerga. Los franciscanos fundaron el convento de San Francisco porque el lugar donde iban a emplazarlo, cerca de la puerta y la plaza del mercado, era ideal para ejercer su apostolado. La reina Violante, esposa de Alfonso X el Sabio, les donó el solar, y amplios sectores de la sociedad vallisoletana prestaron apoyo a la fundación, cuya construcción comenzó en 1265. Diez años después ya se consagraba la nueva iglesia de San Francisco, que no tardaría en convertirse en punto de referencia de Valladolid.
Aquel primitivo edificio se fue ampliando mediante la compra de otros adyacentes y a base de donaciones como la de la reina María de Molina, que aportó una casa contigua en 1321, llegando a ocupar un amplio terreno y a ejercer un papel político importante. De hecho, a partir del siglo XV, el convento de San Francisco experimenta un proceso de monumentalización que confluirá en la centuria posterior, en su época más brillante, llegando a albergar cuatro claustros, dos enfermerías, noviciado, 33 capillas y más de un centenar de celdas. Pero su declive, que comenzó con la ocupación de las tropas francesas en la Guerra de la Independencia, se hizo definitivo con la desamortización eclesiástica de 1835, cuando los frailes fueron obligados a abandonar el convento y entregar las llaves a las autoridades.
Buena parte de su mobiliario, señala Fernández del Hoyo, terminó subastado o vendido a precios muy bajos, mientras el Ayuntamiento empleaba algunos de sus materiales para embaldosar determinadas zonas de la ciudad. Algunos bienes artísticos del convento, como el 'Entierro de Cristo' y la escultura 'San Antonio de Padua', ambos de Juan de Juni, o el altorrelieve 'La Piedad', de Gregorio Fernández, pueden contemplarse en el Museo Nacional de Escultura. Otros, sin embargo, desaparecieron, como ocurrió con la 'Inmaculada' de Gregorio Fernández. La pérdida para Valladolid fue irreparable. Como consecuencia del derribo se abrieron nuevas calles –Constitución y Mendizábal- y se amplió y alineó la de Olleros (hoy Duque de la Victoria).
Pero el convento de San Francisco sirvió además como lugar de enterramiento de personalidades muy relevantes en su momento, como demuestra en su capítulo Javier Burrieza. Entre ellas, Cristóbal Colón, cuyos últimos días en la ciudad recrea la profesora de la Universidad de Valladolid María del Carmen Martínez; o el irlandés Red Hugh O'Donnell, líder de la rebelión del Ulster contra Isabel I de Inglaterra, cuyos restos han sido hasta hace poco objeto de búsqueda arqueológica y que en el libro es biografiado por Hugo O'Donnell, duque de Tetuán. Precisamente Carlos Urueña y Óscar Burón aportan todo lujo de detalles sobre la llamada capilla de las Maravillas, lugar escogido para el sepelio de ambos, cuya huella estaría ocupada por el edificio que se corresponde con el número 10 de la calle Constitución.
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