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La 'España geográfica, histórica, estadística y pintoresca', esa curiosa «descripción de los pueblos más notables del reino e islas adyacentes» publicada en 1845, se refería a Espinosa de los Monteros como un pueblo reedificado por Alfonso VI con el nombre de Espinosa «por ser tierra de muchos espinos». Pero lo más importante habría sucedido en el siglo XII, cuando se le otorgó el sobrenombre de los Monteros «para perpetuar la memoria del señalado servicio que en 1013 hizo Sancho Monteros, natural de ella, al conde don Sancho García de Castilla, descubriéndole la traición de su madre que atentaba contra la vida de su hijo para casarse con un moro principal».
Se trata, en efecto, de un episodio clave para la tradición popular de esta localidad burgalesa, a medio camino entre la ficción y la realidad y trenzado, como no podía ser de otra forma, con escenas que nos emplazan a venerar la heroicidad cristiana frente a la vileza del dominador musulmán. Todo habría ocurrido en tiempos del tercer conde de Castilla, Sancho García, llamado «el de los Buenos Fueros», nieto de Fernán González e hijo de García Fernández y doña Ava de Ribagorza. Tenía 45 años cuando sucedió a su padre, muerto en Langa de manos de las tropas de Almanzor.
Vivía el conde en la villa burgalesa de San Esteban, mientras su principal enemigo, el rey árabe Mahomad Almohadio, lo vigilaba de cerca desde Gormaz, frontera de aquella. El enfrentamiento entre ambos no era óbice para que, en ocasiones, organizasen encuentros lúdicos, como partidas o cacerías. En uno de ellos, cuentan los cronistas, el rey árabe conoció a doña Ava, que enseguida se quedó prendada de él. Tanto es así, que para arrumbar el gran obstáculo que impedía materializar su amor urdieron acabar con la vida de don Sancho.
El plan era sencillo: doña Ava prepararía un veneno mortal que daría a beber a su hijo, como si de un refresco se tratara, después de una de tantas cacerías a las que era tan aficionado. Acto seguido, avisaría a su amado sarraceno lanzando una gran cantidad de paja sobre el río Duero, señal convenida para que las tropas de aquel se lanzasen por sorpresa sobre la villa de San Esteban, apoderándose de ella y de todos los castillos del condado.
Ya se estaban frotando las manos, seguros del éxito de la traición, cuando Elsa, camarera de doña Ava, que había escuchado todo, corrió a transmitírselo a su marido, Sancho Peláez, fiel escudero y mayordomo del conde, a quien enseguida puso al tanto. Cuando horas después Sancho García regresaba a su casa, exhausto tras la cacería, fatigado y sediento, su madre se apresuró a ofrecerle el refresco envenenado. Pero en ese mismo momento, haciendo gala de una inusitada sangre fría, el conde la miró fijamente y le pidió que fuera ella la primera en beber. Doña Ava empalideció. A sus reiteradas negativas Sancho respondió sin miramientos: o bebía ella primero o él mismo acabaría con su vida. La traidora cayó fulminada a los pocos segundos de apurar el brebaje.
Siguiendo el plan trazado, don Sancho ordenó que tirasen al río gran cantidad de paja. La sorpresa se la llevaría ahora Mahomad, quien, al frente de sus tropas, no reparó en que el ejército cristiano les estaba esperando antes de llegar a San Esteban. Sancho Peláez, que no se separó un momento de su amo, fue testigo privilegiado de la victoria. Ese mismo día se izó la bandera castellana sobre los muros de Gormaz, residencia del rey sarraceno, que murió en el combate. Todo esto habría ocurrido en el año 1006.
En agradecimiento a su fiel escudero, el conde habría mandado crear el Cuerpo de Monteros de Espinosa, disponiendo que de entonces en adelante guardasen su persona y familia Sancho y sus cuatro parientes, que también estaban al servicio del conde: Flarcines Peláez, Armenter Telloiz, Munio y Joanes Oveiz. Además, les concedió solares para edificar sus viviendas y tierras para cultivar, extendiendo esos privilegios a sus descendientes. Por eso la tradición sostiene que solo los hijosdalgo de la localidad de Espinosa de los Monteros podían pertenecer a dicho Cuerpo, encargado de velar por la seguridad de la familia real mientras dormía y también en periodos de enfermedad.
Sin embargo, hoy se sabe que la creación de los Monteros de Espinosa fue posterior a lo que la tradición señala, seguramente en torno a la segunda mitad del siglo XII, pues el único testimonio documental conservado es el privilegio otorgado por Alfonso VIII, en agosto de 1208, a miembros del Cuerpo. Eso no obsta para que Sancho García contara con su propia guardia nocturna, procediera o no de Espinosa de los Monteros. El Cuerpo de Monteros de Espinosa siguió en pie hasta 1931, año de la proclamación de la Segunda República.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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