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Juanjo Santamaía
Un gato de yeso y tres en un burro
Tiempos modernos

Un gato de yeso y tres en un burro

En los tiempos pioneros de la cirugía refractiva los dueños de las clínicas donde se practicaba no querían oftalmólogos con gafas por si algún paciente se preguntaba por qué no se había operado el operador

Paco Cantalapiedra

Valladolid

Sábado, 24 de junio 2023, 00:11

Cada vez conozco más gente que se ha operado de miopía, un mal que millones de ciudadanos hemos soportado durante años con paciencia hasta que llegó la cirugía refractiva, invento del copón que permite olvidar las gafas y reconocer a los vecinos que encontramos en el ascensor. Según cuenta en su web el Instituto de Microcirugía Ocular en España se «realizan más de 100.000 operaciones de este tipo al año para corregir la miopía» y otras dolencias similares y que, según confiesa el doctor Daniel Elies de dicho centro, «las estadísticas nos dicen que se producen problemas en uno de cada tres mil pacientes», cifra insignificante, salvo que te toque a ti. Como han pasado muchos años no recuerdo cuánto apoquiné por olvidar las gafas, pero me pareció poco para los beneficios logrados.

Como han pasado bastantes años desde aquella aventura, creo que este tipo de intervenciones se hacen ahora en menos tiempo, con menos riesgos y resultan más baratas que antes, que costaban un pastón. No obstante, los avances médicos no solo permiten olvidarse de las gafas, sino que hay equipos que trabajan en algo tan raro como «reemplazar neuronas de la retina para que los pacientes afectados por atrofia óptica recuperen la visión». Dada mi curiosidad he intentado averiguar para ustedes algo más de esta novedosa técnica, pero lo único que he entendido es que el asunto consiste en «producir materiales biocompatibles que combinarán con tecnología de células madre inducidas». Si en vez de ciencia fuera un acertijo servidor contestaría: ¡la gallina!

Un almuerzo inolvidable

Estos adelantos científicos contrastan una barbaridad con el nulo respeto que se tenía a los cegatones objetos de burla de los más cabrones del cole o de la vecindad. Además, ni siquiera podíamos retar al insultador porque para pelear había que quitarse las gafas, lo que provocaba que te dieran las del pulpo y su cuñado. Por cosas así, durante más de medio siglo soporté frases como «el Canta no ve tres en un burro» o «juna menos que un gato de yeso». Para que vean que cada día soy menos asno he buscado en el Diccionario de la Academia la palabra «junar» que es «un término del lunfardo o jerga argentina». Cuando me pongo así de pijo, me pregunto qué sería de mí sin Internet…

Recordando lo que he contado alguna vez, antes de operarme, sin gafas veía lo justito para no darme con las esquinas y merecía la conmiseración de algún adulto que se apiadaba de mí en determinadas circunstancias. Como, por ejemplo, cuando me robaron la entrada del cine justo cuando iba a ver en la sala del Frente de Juventudes de la calle Muro 'Dónde vas Alfonso XII', de un tal Amadori. Dios mío lo que pude llorar hasta que un señor que no conocía de nada me vio tan apenado que me dio una moneda de dos pesetas y cincuenta céntimos (¿se acuerda alguien de cómo eran?) con la que compré otra entrada y llegué con la peli empezada. El acomodador me llevo a la primera fila del anfiteatro (el palo) y movió a otro chico diciéndole: «deja que se siente aquí este muchacho que es un poco ciego». En los partidos de fútbol del colegio solía empezar de portero y como no las venía venir me las colaban todas; luego, de delantero y tampoco dicaba la portería; más tarde fui linier donde recibí los insultos más dolorosos de mi corta vida, lo que me obligó a dejar el deporte, lo cual agradezco enormemente porque no me importa confesar que jamás he visto en el campo un partido de fútbol, y la única vez que pisé la hierba del Zorrilla fue para escuchar un mitin de Felipe González, que era lo que se llevaba en el 82.

Para dar contenido al presente comentario contacto con el doctor José Carlos Pastor, fundador del IOBA, un centro oftalmológico vallisoletano de primer nivel pensando que iba a poner a caldo la cirugía refractiva y me llevo la sorpresa de que es un firme defensor de la misma «aunque empezó como negocio, no como ciencia y, de hecho, en muchos lugares universitarios no se hacía». Para ayudarme a entenderlo añade que «cuando hay una técnica nueva lo que se hace es analizar efectos secundarios y posibles contraindicaciones», cosa bien distinta a aplicar esas novedades «como si fueran un negocio», aunque «la refractiva se venía aplicando desde hace muchos años atrás». Según me explica lo primero que hacían los pioneros de aquella técnica «era quitar el cristalino, con lo que se consigue reducir el número de dioptrías, pero la tasa de desprendimiento de retina, sobre todo entre jóvenes, era extraordinaria». Por eso, jamás se practicó en los centros universitarios «porque aquello era una barbaridad como la copa de un pino». Como sé que el sabio doctor nunca tuvo pelos en la lengua, le escucho decir que «a pesar de los riesgos algunas consultas se forraron haciendo esas cosas».

Leí o supe de otra manera que en los tiempos pioneros de la cirugía refractiva los dueños de las clínicas donde se practicaba no querían oftalmólogos con gafas por si algún paciente se preguntaba por qué no se había operado el operador. Para que vean que no soy un cateto, la revelación me recordó aquella frase del Evangelio de Lucas, «si eres Hijo de Dios, sálvate a ti mismo y bájate de la cruz», que traducido a este caso sería algo así como: «si tan bueno y seguro es este sistema para acabar con la miopía ¿por qué es cegato el cirujano». Ahí lo dejo. Con todo, el genio más genial de la Oftalmología que he tenido la suerte de conocer en persona fue don Joaquín Barraquer, que nos invitó al doctor Pastor y a un servidor a almorzar en su domicilio (lo de comer es cosa de obreros…) y resultó ser un tipo encantador y una pizca extravagante que comía medio tumbado en un sofá muy parecido a los triclinios de los romanos. Antes de servir la pitanza tuvo el detalle de enseñarnos una urna inmensa llena de ojos humanos y señalarnos dos en concreto: «estos pertenecieron a mi papá». Son, créanme, ese tipo de experiencias que se viven muy pocas veces y no se olvidan jamás. Del mitin de Felipe en el estadio me acuerdo pero lo tengo apuntado…

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