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La postal, que puede consultarse en la Biblioteca Nacional Digital de Chile, reproduce en detalle parte de la arcada de vanos geminados del patio del Colegio de San Gregorio. La firma Narciso Alonso Cortés, escritor, profesor, periodista y eminente historiador de la Literatura del que en breve celebraremos el 150 aniversario de su nacimiento, y está dirigida a Gabriela Mistral. Además de felicitarla por su reciente nombramiento como Premio Nobel de Literatura, don Narciso exclama: «¡Cuántos años han pasado -más de veinte, si no me engaño- desde que tuve la satisfacción de dar en este Ateneo una conferencia sobre su obra poética, y recibimos el honor de tenerla a V. entre nosotros unos días!».
La memoria, en efecto, no le fallaba al gran erudito vallisoletano. El 12 de febrero de 1924 había impartido en el Ateneo una conferencia sobre la poesía de Gabriela Mistral, a propósito, sobre todo, de tres composiciones: «Sonetos de la muerte» (1914), «Desolación» (1922) y «Rondas de niños» (1923). Alonso Cortés ponderó la maestría poética de la chilena, a la que El Norte de Castilla presentaba como «poetisa de los niños», y fantaseó con poder estar a su lado en nuestra ciudad. No sabía que, en apenas once meses, ese sueño se haría realidad.
Era el 7 de enero de 1925, hace ahora cien años. Lucila Godoy Alcayaca (verdadero nombre de Gabriela Mistral) tenía entonces 35 años y era, como señalaba con acierto este periódico, «una oscura maestra de pueblo ayer, hoy una de las más sólidas reputaciones pedagógicas y poéticas de América». Además, acababa de publicar «Ternura» y una prestigiosa editorial barcelonesa había editado una selección de sus poemas. Aprovechando este hecho y los lazos que la unían con nuestro país, la de Vicuña decidió visitar Barcelona y Madrid y terminar su «amorosa peregrinación» por España con una visita a Valladolid.
Agasajada en la capital por Cocha Espina, María de Maeztu, Francos Rodríguez, Ramón Pérez de Ayala, Eugenio D'Ors, Ramiro de Maeztu y José Ortega y Gasset entre muchos otros, el anuncio de su visita no pudo ser mejor recibido. «Sus poesías, tan líricas, tan fragantes, tan humanas y tan femeninas; versos de una altísima belleza y una emoción profunda, donde palpita el corazón de la admirable mujer, han volado palomas, a través del Atlántico, y hoy constituyen uno de los más preciados ornamentos de la musa actual de habla española», podía leerse en este periódico, que añadía: «En sus poesías viven los niños y también cuanto florece la ternura de una Eva inteligente y libre».
Arropada por profesores y miembros del Ateneo, Gabriela Mistral llegó a Valladolid el 7 de enero de 1925. Fue recibida por Narciso Alonso Cortés, que además de impartir clases en el Instituto de Segunda Enseñanza (hoy Instituto Zorrilla) fue el primer director de la Casa de Cervantes, y por el entonces presidente del Ateneo y decano de la Facultad de Letras de la Universidad de Valladolid, el doctor en Filosofía Andrés Torre Ruiz. «Valladolid honrará dignamente a la espiritual viajera, como embajadora de un pueblo filial y como representante de un arte y de una cultura eminentes».
Así fue. Según la crónica del acontecimiento, profesores e intelectuales visitaron con ella los templos más relevantes de la ciudad, desde la Catedral hasta San Pablo, pasando por la iglesia de Santa María de la Antigua. Hicieron lo mismo con algunos centros de cultura y, sobre todo, con el Museo de San Gregorio. «Recorrió la población, orientándola y haciendo los honores cumplidamente un grupo de profesores y ateneístas». La chilena quedó maravillada con los monumentos vallisoletanos, pero no pudo cumplir con la actuación poética prevista. La intervención militar en su país, iniciada en septiembre de 1924, que dio al traste con el gobierno de Arturo Alessandri para establecer una junta presidida por el general Luis Altamirano, tenía a Mistral muy preocupada.
Eso hizo que el mismo día 8 decidiera salir hacia La Coruña y, desde ahí, a su tierra natal. «Lleva la insigne viajera un rico caudal de emociones y recuerdos, y es de esperar que algo de unas y otros se incorpore más tarde o más temprano a su bella literatura», apuntaba El Norte de Castilla. Junto a amistades como la de Narciso Alonso Cortés, que en la tarjeta postal señalada la emplazaba a encontrarse de nuevo, esta vez en Madrid, con motivo del ingreso del vallisoletano en la Real Academia, Gabriela Mistral dejó un importante poso literario y pedagógico. Y se llevó una imagen imborrable, según confesó ella misma al periódico bonaerense 'La Nación': «En su aspecto sentimental, la madre patria colma todas mis ambiciones (...). De España conservo la imborrable impresión de su naturaleza. La meseta de Castilla me dio una gran sacudida. Es de una riqueza de paisaje única. Allí hay una unidad maravillosa que no exige derramamientos de atención. Todo eso es perfectamente severo. No he encontrado en ese panorama una sola línea sensual. (...). Se me ha tratado espléndidamente».
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