Rara es la semana en la que servidor no visita una farmacia, y no siempre para sacar los potingues que me recetó mi médico hace veinte años y que sigo tomando hasta que la diñe. Para empezar, esos establecimientos han mejorado mogollón tanto en la ... presentación de los productos que despachan como en los horarios en los que sirven. Espero no ser el único que conoce media docena abiertos durante doce horas, como poco, y los hay que están a disposición del cliente todo el santo día y la negra noche. Tengo un amigo que antes era mancebo de farmacia y ahora es auxiliar, pero para la peña sigue siendo El Aspirino, que nos desvela lo que ya sospechábamos: que en las boticas del siglo XXI, además de las recetas oficiales, se despachan cremas faciales, cepillos de dientes, colonias, jabones, chupetes de diseño, sonajeros, muñecos cuya venta se dedica a la lucha contra el cáncer...
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Por si este batiburrillo fuera escaso, el buen mancebo asegura que «lo que más pasta deja no son ni las recetas del Seguro ni las medicinas que podemos dispensar sin ellas». Porque, según su experiencia, también venden cosas de medicina natural, bastoncillos de algodón y cachavas, agujerean orejas para colgar pendientes, despachan mantas eléctricas, medidores de tensión, termómetros, callicidas, pastillas para dormir que están muy de moda, bolsas para llevar agua caliente a la cama o geles de baño, entre otras muchas mercancías. Cuando entra en charla Jesusín Pardal dice que si vas sin receta «te colocan lo más caro que haya en las estanterías porque tienen un negocio y una plantilla a la que hay que pagar». Por si esto fuera poco, los dueños del establecimiento presentaron hace meses un programa de trabajo que incluye la realización de controles mensuales para que los pacientes no abandonen su medicación y, según don Aspirino, «ahora se despachan muchísimos medicamentos porque el médico extiende recetas sine día y algunos clientes atesoran en su casa más frascos de los que caben en el rebotica».
Toneladas de aspirinas
Juntos los tres recordamos la odisea de encontrar un medicamento eficaz en los tiempos duros del covid, donde mis amigos boticarios resultaron más eficaces que nunca; y cuando digo medicinas digo, sobre todo, tests de antígenos. Es difícil olvidar que, incluso teniendo suerte de pillar alguno, recogerlo no resultaba fácil porque las farmacias se blindaron casi tanto como el Banco de España, hasta el punto de que era obligatorio hacer cola en la calle y entrar con mascarilla. Aún así, la única manera de conseguir uno de esos test era tener un amiguete dentro que te lo despachaba sin que lo viera nadie. Más de una vez mi amigo Aspirino me lo daba a escondidas mientras tomábamos un café en el bar de enfrente y, a ser posible, sin que nadie nos viera porque resultaba más complicado hacerse con uno de esos tests que pillar cuarto y mitad de marihuana en Los Pajarillos.
Para que mis colegas boticarios no se mosqueen, alabo su interés por hacer algo más que comprar y vender potingues; por ejemplo, «establecer una línea de seguimiento» de los pacientes crónicos. Así, según acordaron en el undécimo congreso sectorial, a partir de ahora los boticarios «harán controles mensuales, incorporarán pictogramas a los fármacos para hacer más visibles dosis y horarios de las tomas, prepararán SPD (que ignoro qué es) en los casos más graves y ofrecerán información sanitaria para concienciar sobre la necesidad de tomar los tratamientos». El objetivo último de este «compromiso con la sociedad» pretende evitar en lo posible que muchos tengamos en casa un arsenal de medicinas que no necesitamos y, de paso, contribuir al ahorro sanitario porque el Gobierno ha constatado que haciendo esto «Sanidad ahorraría un 20% de la factura farmacéutica de un paciente crónico si éste tomara los fármacos en las dosis y pautas correctas».
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Mucho me temo, no obstante, que la tarea es complicada porque quien más quien menos atesora en casa media docena de potingues; y algunos muchos más. Nunca pregunto a mis vecinos qué medicinas guardan, pero estoy convencido de que casi todos tienen un par de analgésicos diferentes (soy incapaz de diferenciar el paracetamol del ibuprofeno), mercromina, alcohol, agua oxigenada, tiritas, vendas, pomadas varias y alguna pastilla para dormir. Si añadimos a este menú básico las sugerencias del Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos, no deberíamos olvidar los productos parafarmacéuticos, indicados para «conservar y mejorar la salud y el bienestar». A saber: desinfectantes o antisépticos, puericultura, dermocosmética, dietética y alimentación, ortopedia y óptica, entre otras virguerías que, por lo general, suelen ser caras. Y es que, según reconocen los responsables del sector, el mercado farmacéutico evoluciona y cambia constantemente a lo largo de los tiempos, lo que hace que su negocio se vea influenciado «por factores no solo intrínsecos sino también extrínsecos como ha sido la vivencia de los últimos años por la pandemia covid-19, en la que hemos tenido que aceptar y apostar por el cambio».
Cuando comento estas cochinadas con Angelín El Pirracas me jura por sus muertos que en aquellos días de tanto miedo recorrió media ciudad en busca de uno de esos tests «que costaban un pastón y que solo servían para tranquilizarte un rato porque enseguida volvían las dudas». Menos mal que él y un servidor teníamos a nuestro 'camello' particular: Mariano El Aspirino que se portó como un amigo dándonos casi todo lo que pedíamos, siempre y cuando lo tuviera. Juntos recordamos a la señora Trini, dueña de la única tienda de nuestro barrio que solía decir que en su casa «había de todo, como en botica». Bueno, de todo no, porque a día de hoy el Ministerio de Sanidad publica una lista con más de novecientos medicamentos imposibles de encontrar: con mancebo y sin él. Así que prepárense para recorrer farmacias en busca del potingue perdido.
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Menos mal que cuando llegó el covid teníamos en casa una tonelada de aspirinas…
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